Nuestra real independencia esta al salir de esos mitos y adoptar la democracia real como construcción colectiva de ciudadanos que se reconocen y respetan como garantía de sobrevivencia.
Un día como hoy amerita una reflexión sobre la independencia real en un mundo interconectado. La independencia es una condición esencial para la libertad, sin libertad no hay genuina autonomía, se pierde la autodeterminación, se pierde hasta el respeto y eso explica la abundancia de la corrupción. Nadie respeta a nadie ni a nada, solo sus mezquinos intereses juegan. Nuestra libertad como colombianos es apenas una palabra hueca al lado de otra igualmente pervertida que se conservan en el escudo, todo lo demás son sombras.
Desde el punto de vista de nuestras libertades e independencias política, económica y cultural mucho daño ha hecho una de las “teorías” más exitosas en Latinoamérica y me refiero a la “teoría” de la dependencia económica y la pongo entre comillas pues no se trata de teoría en el sentido estricto sino de un mito y de un lamento que adquirió estatus y resonancia. Y es un mito pues desde el principio llegó a imponer la hipótesis de que nos va mal en Latinoamérica porque a otros les va bien. Es un intento por explicar todo nuestro atraso y nuestras carencias a partir de la visión derrotista que intenta poner la explicación en el lugar equivocado. Los últimos acontecimientos de corrupción en todo el continente que han empobrecido a naciones poderosas como Venezuela y fértiles y productivas como el Brasil ha puesto sobre el tapete que nuestra historia es la reiteración de un error de perspectiva que nace desde la aldea y se ha convertido en política de estado.
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La corrupción cruza nuestra historia también como país. El solo estudio del primer empréstito grande de la mano de Francisco Antonio Zea nos deja aturdidos, se cobró el 20% de comisión sobre un total de tres millones de libras esterlinas. Pero ya la administración colonial era desastrosa y Pedro Biturro, un lúcido gobernador de la provincia de Antioquia, perdió sus bienes, su honra y su vida enfrentado los delincuentes de cuello blanco que intentó poner en cintura. Quizás ha sido más destructiva la corrupción que la propia violencia entre agentes sociales. Esa lacra empezó y sigue como colonialismo extractor, élite abusadora y explotadora, democracia de papel plegada a intereses de clase.
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Estamos presos de malas teorías, como la que acabo de reseñar, pero también de mitos que justificaron la respuesta violenta frente al abuso del gobernante o de grupos de poder. Estamos en un atraso irredimible que no reconoce ni respeta la cosa pública; estamos atados a ideas de éxito esclavizantes que fijan a los individuos a la consecución de un puesto, una dignidad o un cargo que lo deje “resuelto”.
¿Cómo puede una nación cabalgar hacia la independencia y el desarrollo si el deporte nacional es el odio y la envidia? Ningún presidente parece presidir nada y resultan siendo defensores de cuadrillas de terratenientes o buscadores de la vindicación de sectores sociales ofendidos. Las leyes apenas parecen colchas de retazos que se remiendan y ajustan a la medida de las fuerzas que se apoderan del poder público. Gran perversión es este hecho de que el poder es presea o rescate, casi nunca mediación y garantía de fortalecimiento de la institucionalidad, del derecho y la ley; de esta manera la izquierda denuncia el derecho como violencia y la extrema derecha lo usa como papel para envolver sus privilegios. Nuestra real independencia esta al salir de esos mitos y adoptar la democracia real como construcción colectiva de ciudadanos que se reconocen y respetan como garantía de sobrevivencia.