Nos debatimos entre las certezas y las incertidumbres. Es quizás este el escenario normal de un vivir humano, con pandemia y sin pandemia
“¿Tienen los expertos en gestión pública que actúan en el drama de esta crisis una comprensión adecuada de la jerarquía de los bienes humanos?” Esta es una pregunta, muy pertinente, de Natham Pinkoski (Aceprensa: El coronavirus y el culto a los expertos). Los expertos en diversas disciplinas actúan como apoyo y fundamento para la toma de decisiones políticas tan drásticas como las que se han vivido, a lo largo y ancho del planeta, en materias de un colosal impacto para todos. Impacto económico, trastornos y limitaciones en el ejercicio de los derechos de los ciudadanos en los países con tradición liberal-democrática, restricciones en movilidad y gradual retorno a las actividades económicas luego del severo marco de medidas preventivas. Hay en juego, en todo caso, dos realidades que bien merecen una reflexión, así sea superficial; la realidad de las incertidumbres y certezas. El conocimiento científico, orientado a la predicción y control de los fenómenos, es limitado. Los expertos tienen limitaciones y no pueden hacer predicciones infalibles. Se equivocan, son, a fin de cuentas, voceros de actividades del conocimiento -ciencia-tecnología-, que son también, necesariamente, actividades y aplicaciones humanas, con sus claros y oscuros. Muchas de las ayudas a las cuales se puede acudir tienen márgenes naturales: el valor predictivo, por poner un simple ejemplo, de una prueba diagnóstica tiene sus limitaciones y ha de ponerse a prueba contra “standards” de seguridad aceptada y razonable. El curso natural de una enfermedad puede tener comportamientos diversos sobre diferentes poblaciones y en diferentes entornos. Las manifestaciones de una misma infección varían entre una persona y otra, entre un país y otro. Pobreza, desorden social, déficit nutricional y educativo, ausencia de infraestructura sanitaria; todos ellos, factores operantes. Se conoce, desde el inicio de la pandemia, el importante efecto estadístico en mortalidad, en el caso del covid-19 de variables como la edad o la presencia de comorbilidades.
Aunque se afinan los métodos de análisis y los enfoques multidisciplinarios para aproximarse a los problemas, continuamos con preocupantes interrogantes sobre el futuro inmediato. Son desconcertantes las grandes cantidades de versiones sobre tópicos como el manejo de la condición, los medicamentos recomendados, las investigaciones que se llevan a cabo con premura en diversas partes del mundo.
Pero también hay certezas. Una de ellas es el gran peso de la edad y comorbilidades, las enfermedades existentes comúnmente en personas de mayor edad (hipertensión arterial, condiciones pulmonares y cardiovasculares, neurológicas y renales, para sólo mencionar algunas propias de este grupo de población) Se suman los factores de riesgo y esto tiene real incidencia en la probabilidad de morir.
Con tanta razón, en este caso con certeza y con su genial dominio del modo de expresarlo en palabras de nuestra lengua, Borges, en Límites manifiesta su cabal aceptación de la realidad de la fragilidad de la existencia de cada uno de nosotros; expresa algo válido (en primera persona del singular) para cada uno. Se que para algunos lectores de mayor edad , sin que necesariamente sea causa de inquietud, estos versos del gran argentino expresan y se aproximan inteligentemente a la certeza:
“Si para todo hay término y hay tasa / y última vez y nunca más y olvido / ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa / sin saberlo, nos hemos despedido?”/
Nos debatimos entre las certezas y las incertidumbres. Es quizás este el escenario normal de un vivir humano, con pandemia y sin pandemia. Y no es sensato creer que sea estrictamente predictible el futuro por medio de la aplicación de técnicas de especialistas. Aún no disponemos de la herramienta infalible de la predicción de lo que no ha sucedido. Siempre hemos de asumir riesgos.