Esta teoría, que acoge además lo más recalcitrante del machismo, es la que inspira la lógica de la mano firme, autoritaria, recia, implacable, que caracteriza al fascismo en todas sus versiones.
En 1976, Arthur Miller escribió una interesante reflexión sobre el fascismo para el primer número de la revista mejicana Nueva Política, destacando que “los regímenes autocráticos, sin tomar en cuenta los intereses a que sirvan, son regresivos” y soltó una frase lapidaria: “el fascismo es la nostalgia armada, ese anhelo por una unidad perdida en la que cada uno estaba en su sitio y grandes y desinteresados hombres guiaban a la sociedad…”
El subrayado, que denomino “la parábola del padre estricto”, es uno de los aspectos centrales del aprendizaje que podemos tener del actual debate electoral, porque toca virtualmente todos los componentes de las ideas que se agitan.
Es cierto, hay sectores de la sociedad que sueñan con un padre que los salve y guíe. Su voto actúa en consecuencia con esa aspiración.
Esa creencia no es gratuita. Se les ha sembrado de manera sistemática mediante la difusión de unas ideas construidas en el medioevo lejano y que se actualizan regularmente. George Lakoff las sistematiza así:
. El mundo es y siempre será peligroso, porque el mal se encuentra en él.
. El mundo es muy competitivo. Siempre habrá perdedores y ganadores.
. Hay un bien absoluto y un mal absoluto.
. Los niños nacen malos, solo quieren hacer lo que les gusta, pero lo que les gusta no es
lo bueno.
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Un mundo así de siniestro necesita un padre fuerte que logre:
. Proteger a la familia de ese mundo peligroso.
. Sostenerla en ese mundo difícil.
. Enseñar a todos la diferencia que existe entre el bien y el mal.
La obediencia al padre es la virtud más importante y necesaria, pues ese padre es además la autoridad moral. El castigo fuerte, severo, es lo único que educa. El orden y la disciplina son la virtud para la construcción de la felicidad.
Lo sintetizan todo con una definición célebre de Adam Smith a propósito de lo que significa ser una buena persona, una persona moral: “alguien lo bastante disciplinado como para ser obediente, para aprender lo que es bueno, para hacer lo que está bien y no hacer lo que está mal”
Esta teoría, que acoge además lo más recalcitrante del machismo, es la que inspira la lógica de la mano firme, autoritaria, recia, implacable, que caracteriza al fascismo en todas sus versiones, en donde es necesario tener “permiso” para los actos más cotidianos y la sociedad actúa de manera restringida, ordenada, sometida, sin atreverse a pensar.
Los textos de sicología infantil abundan en análisis sobre las consecuencias que tiene en el adulto el crecer bajo la dirección y control de un padre estricto:
“Esos niños no serán capaces de aprender las habilidades necesarias para pensar y tomar decisiones de manera independiente, no sienten confianza ni seguridad en ellos mismos porque no se les ha dado la oportunidad de decidir ni de aprender de los errores. Carecen de autoestima y de confianza. Han aprendido que sus ideas o sus opiniones no tienen valor, solo valen las ideas y opiniones del padre”.
Víctimas de esta visión nefasta, es común identificar a estos niños no solo por la manera en que reaccionan en la defensa de su verdad (cuando se encuentran en el predicamento de la “deliberación” política), sino por la deplorable respuesta que brindan cuando se les pregunta por quién van a votar: “Por el que diga el padre…”
No suena desquiciada la propuesta del foco en la educación, una educación que enseñe a razonar, pues como bien lo expresa Savater: “la gracia de la razón es que sirve para, sin llegar a la violencia o el crimen, dirimir las cuestiones entre los seres humanos”.
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