Es claro que la doctrina de la seguridad nacional ya ha hecho daño a la izquierda en Latinoamérica, pero más daño se ha hecho la propia izquierda con esas convicciones ciegas.
En Latinoamérica ya hemos escrito con sangre los capítulos correspondientes a la canonización de un esquema mental que se empezó a gestar mucho antes que Álvaro Vargas Llosa, Carlos A. Montaner y Plinio Apuleyo Mendoza escribieran el Manual del perfecto idiota latinoamericano. Nuestra idiotez como naciones es ya bicentenaria y no hay que referirse a la manida teoría de la dependencia que promovió el brasilero F.H. Cardoso y que se convirtió en canónica en América Latina. Su idea central es la piedra fundacional de una visión que supone que somos pobres porque los otros son ricos, su mayor refutación es el proceso de globalización.
Somos muy dados a los manuales y ahí están además el catecismo de Gaspar Astete y el Manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño. En esa historia de los manuales simplificadores también tiene su pequeño trono el libro de Marta Harnecker, chilena y secretaria de Louis Althusser, que volvió del pasado para darle el espaldarazo al proceso de Chávez, un venezolano que poco practicó a Carreño. El proceso venezolano vuelve a consagrar su destino a esa idiotez inherente a un modelo económico centralizador y controlador con tal de no perder el poder político y continuar con una mentira estúpida para sostenerlo. El mejor ejemplo de ese procedimiento lo dio ya Fidel Castro cuando se negó a difundir las revistas soviéticas que ya en 1989 informaban sobre la erosión del modelo de economía centralizada. Y esa estupidez se consagró en Cuba destruyendo una economía versátil y dinámica que había hecho de esa nación la más desarrollada de América Latina. Esa delirante situación de una economía controlada por el estado la volvió a repetir Venezuela con total desparpajo y la destrucción de una economía vigorosa frente a nuestros ojos fue hecho cumplido. Cuba y Venezuela terminaron produciendo estados que negaban totalmente la economía del mercado, aplastaban el pluripartidismo, impulsaban un estado militarizado con una élite doblegada y claramente contrarrevolucionaria. Quien lo creyera, militares revolucionarios. La cuadratura del círculo.
La perfecta idiotez es precisamente el cuadro religioso y mesiánico que habían desarrollado los bolcheviques con Stalin y que siguieron al caletre los militares cubanos y venezolanos para quitar todo esperanza de cambio a los movimientos revolucionarios latinoamericanos; fue entonces cuando se dieron construcciones políticas con un alto grado de fragmentación, abiertas pero a aventureros, megalómanos, oportunistas expertos en aprovecharse de los delirios de sociópatas que terminan tomando el control de la sociedad. Desapareció así toda discusión filosófica y aparecen los dogmas, los ritos y los santorales, pero se impone además el fanatismo, el revanchismo, el resentimiento social y al mismo tiempo la mediocridad se generaliza y se empobrece por simplificación la cultura.
Es claro que la doctrina de la seguridad nacional ya ha hecho daño a la izquierda en Latinoamérica, pero más daño se ha hecho la propia izquierda con esas convicciones ciegas, con el oportunismo adulador y acrítico; entonces el culto a la personalidad y la ineficiencia en la administración de la cosa pública se vuelven el comportamiento habitual. Ya Castro había dicho en 2010 que el modelo de economía centralizada “no funciona ni siquiera para nosotros mismos” y, sin embargo, Venezuela va a repetir los errores garrafales, y Colombia, jubilosa y petrificada, sin estudio de la historia y sin discusión alguna, se apresta a repetir la gesta de la tontería llevada al poder para que los “lúcidos” se aprovechen de tanto idiota sobreaguado.