En la Estación de La Candelaria los detenidos están privados de la libertad y de elementales derechos.
La situación que padecen cerca de doscientos reclusos que se encuentran hacinados en la Estación de Policía La Candelaria, es la terrible realidad que pinta de cuerpo entero nuestro subdesarrollo y que grita al mundo cómo entre nosotros también existen verdaderos sitios de tortura y humillación a elementales preceptos de la dignidad humana.
La primera afrenta a la dignidad de las personas es la vida hacinada a que son obligados, con las consecuentes secuelas de tal decisión. La capacidad del sitio de reclusión es a lo sumo para unos ochenta reclusos, pero el hacinamiento de nuestras cárceles hace que estos lugares ocupados transitoriamente no solamente lo sean en forma permanente, sino que el número sobrepase lo físicamente aceptable.
En la alimentación suministrada encontramos otra ostensible violación a los derechos humanos: Ante la carencia de infraestructura para transportar los tres alimentos que reclaman los detenidos y que suministra el Estado, hubo necesidad de recoger el desayuno, el almuerzo y la comida a la una de la tarde para ser repartidas más o menos una hora después. En síntesis, a las dos de la tarde los internos de La Candelaria reciben las tres comidas. Esta circunstancia ha producido la proliferación de extorsiones con la comida y el aprovechamiento de algunos reclusos, llamados caciques, para que acumulen alimentos y luego venderlos a sus compañeros. ¡Horror de Horrores!
El sitio es poco aireado, favoreciendo el desarrollo de enfermedades respiratorias y el contagio de tuberculosis, que en ocasiones ha existido en el lugar. El mal olor es penetrante, debido al taponamiento del único inodoro existente dentro del lugar de privación de la libertad. El calor es infernal e insoportable. El consumo de estupefacientes es también pan de cada día. Todo propicia un clima apto para los enfrentamientos, las discusiones y las tensiones entre los privados de la libertad y de elementales derechos.
Las mujeres y la población Lgtbi que están hacinados en una sala especial, para sus necesidades fisiológicas deben pasar por la sala que ocupan los hombres, lo que trae aparejado todo tipo de vejámenes y morbosidades irrespetuosas para las mujeres.
El amontonamiento inhumano de personas hace que el aseo no sea una condición fácil de ejecutar para llevar una vida digna. Es tan cruel la vida de quienes están en estas circunstancias, que ya se han realizado amotinamientos con heridos de por medio.
Puede ser que la sociedad y el Estado encierren por un tiempo a seres que posiblemente han delinquido, pero allí lo que están encubando es un mayor resentimiento y un peligroso perfeccionamiento de las habilidades criminales. Quien sin delinquir caiga en este lugar o en otros parecidos que existen en casi todas las Estaciones de Policía, saldrá experto y resentido, lo que no tenía al ingresar.
Hay que reconocer públicamente la permanente preocupación de la Personería de Medellín por esta triste situación. La Policía es, seguramente, obligada aquí a cumplir una labor para la que no ha sido preparada y muchos jueces, conociendo el inhumano destino de estas personas, toman decisiones que la sociedad y los medios de comunicación, muchas veces no comprenden.