Esta homilía corresponde al domingo XVII del tiempo, ciclo A, divulgada el agosto 13 de 2017
El temor no es hundirnos sino hundirnos porque tememos
En el Horeb, Yahveh pasa delante de Elías (cuyo nombre significa mi Dios es Yahve) para conmemorar el combate contra Baal, el Dios crujiente de los cananeos: “Sal de la cueva y quédate para ver al Señor, porque el Señor va a pasar. Ni el viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas, ni en el terremoto, como tampoco en el fuego estaba el Señor; sólo después se escuchó el murmullo de una brisa suave que Elías al oírlo se cubrió el rostro y salió a la entrada de la cueva para ver al Señor que iba a pasar.” (primera lectura). Dios no se confunde con hechos deslumbrantes o espectaculares; la revelación en la palabra no extorsiona el cuerpo, como pretenden ciertas tendencias religiosas. No hay porque exigirle a Dios manifestaciones espectaculares cuando la palabra se revela en nuestro interior, para reencontrarlo en los demás como el murmullo de una brisa suave que, al contrario de crear temores, sana la angustia y da paz. En la fe sólo se ve lo que se escucha; Elías primero escuchó y luego vio.
Un encuentro desde orillas distintas
Jesús nunca pensó que si se dejaba hacer rey, en la algarabía de la multiplicación de los panes, se encontraría con su padre Dios; menos los discípulos a quienes ordenó que subieran a la barca y se fueran a la otra orilla del milagro, sin la gente porque Jesús se encargó de despedirlos; a lo mejor para evitar reconocimientos humanos. Si el Horeb era para Elías el monte de Dios; para Jesús el monte de Dios era el lugar donde pudiera dialogar con su Padre. El camino y pensamiento de Jesús no era como el de los discípulos, porque ellos estaban en orillas distintas y a distancia considerable; con olas que sacudían porque el viento era contrario; lo que hizo ver a Jesús caminando sobre el agua, como un fantasma que les originó gritos de terror. El maestro recuerda el Horeb cuando les dice: “Yo soy” (Ex 3,14), “tranquilícense y no teman, soy yo el resucitado” (Evangelio). El caminar de Jesús sobre el mar es el signo del triunfo de la resurrección sobre la muerte, que no requirió una oración de exorcismo contra las olas y el fuerte viento, sino que bastó su presencia de resucitado, el Espíritu, para sanarlos del miedo. Este relato lleno de signos de resurrección fue colocado más tarde en el contexto sinóptico de la vida de Jesús.
Ven significa confianza
La certidumbre que era el Señor resucitado le permite decir a Pedro: “Señor, si eres tú, mándame a ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “ven”. Al caminar Pedro dejó de sentir la presencia del Espíritu del resucitado en su interior y lo invadió la fuerza contraria del viento como miedo a hundirse. Sólo cuando la comunidad conformada por el Resucitado, Pedro y los discípulos están en la barca el viento se calma; y la barca termina siendo el signo incluyente llamado iglesia, cuya misión es sanar las angustias por medio de la fe y los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: “verdaderamente tú eres hijo de Dios”. La advertencia sigue siendo la misma: “Hombre de poca fe ¿por qué dudaste?”.
Compartamos el sufrimiento de Pablo
Pablo se siente querido por Dios “pero su conciencia le atestigua, con la luz del Espíritu Santo que tiene una infinita tristeza y un amor incesante le tortura el corazón; sus hermanos, los de su raza y su sangre, los israelitas a quienes pertenece la adopción, la gloria, la alianza, la ley y el culto y las promesas; cuya mayoría no han seguido a Pablo; y otros han sido sus peores enemigos” (segunda lectura). Lo grave es que Dios no se puede negar porque sigue siendo fiel al pueblo elegido: “Si le somos infieles, él se mantendrá infiel, pues no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2, 13).
Pablo llega también al reconocimiento de Jesús como signo del amor de Dios; en un proceso que partiendo de Adán y pasando por Abraham llega hasta la resurrección de Jesús quien da su Espíritu para liberarnos de todo obstáculo en la profesión de fe en Jesús: “verdaderamente tú eres el hijo, la gloria de Dios; a pesar de todo Pablo sufre por la suerte de su pueblo, el pueblo judío, cuya mayoría no lo había seguido y algunos fueron sus peores enemigos; “una infinita tristeza y un dolor tan incesante que aceptaría verse separado de Cristo”. Su esperanza radica en que “a Israel pertenece aún la adopción filial, la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas” (segunda lectura) “Y Dios, no se puede negar porque sigue siendo fiel al pueblo elegido” (Timoteo 2, 13.) ¿Habremos tomado nosotros, la iglesia, conciencia de nuestra responsabilidad con Israel? ¿O lo seguiremos considerando solo como lugar de peregrinación, memorial del Jesús histórico? Esto tiene importancia para nuestra fe, pero no basta en relación a Israel como pueblo elegido. “¡Hermanos procuren todos imitarme y fíjense en los que proceden según mi ejemplo!” (Flp 3,17).
Bendito el que viene en nombre del Señor
Dios puede estar donde menos lo esperamos, como puede ser en la visita pastoral del Papa Francisco a nuestro país. Preparemos nuestro interior con el mismo o más cuidado del protocolo y la natural buena organización; que va de los detalles, hasta el ordenamiento de miles de peregrinos porque puede ser que ahí no encontremos a Dios. La religión nos ha acostumbrado a buscar o encontrar a Dios en forma portentosa y ruidosa; cuando apenas se percibió en el susurro de una brisa suave (primera lectura); o en mi silencio interior en medio de la multitud.
Quienes estaban en la barca constituían la iglesia. “Sacudida por las olas de un viento contrario”. Las turbulencias de una sociedad agitada como la nuestra por los cambios culturales, su falta de convivencia social e inequidad, sus procesos carentes de inclusión también sacuden la barca de la iglesia en su interior. Hoy la iglesia pasa una mala noche dando la impresión que el Espíritu del resucitado no está presente. Si los mensajes del Santo Padre, sus gestos y mirada, la palabra y las celebraciones logran tocar, cambiar, nuestro interior; podemos entender lo que significa y repercute en nuestra vida personal, familiar y social:
“Tranquilícense y no teman, soy yo”, “Señor, si eres tú, que vayamos a ti caminando sobre nuestras dificultades”; con la fuerza interior de la fe, mayor que el ímpetu de nuestros vientos contrarios. La exclusión, la corrupción, la polarización, las venganzas y los odios; y sobre todo nuestros egoísmos. Siempre seguiremos teniendo hacia adelante una pregunta: “¿hombres de poca fe porque dudáis? Esta crisis no es final ni la más grave, pero si podemos contar con la cercanía del papa Francisco, sucesor de Pedro, para tener las luces de cómo podemos reorientar nuestro país desde la familia.
Demos como Pedro el primer paso; con la seguridad que no vamos a hundirnos porque el Señor nos cogerá de la mano para subirnos a la barca y en gratitud decirle que “verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
Hagamos nuestra la súplica del salmo 84 para escuchar al papa Francisco: “Escuché las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Esta ya cerca nuestra salvación, y la gloria del señor habitará en nosotros. La misericordia y la paz se encontrarán, la justicia y la paz se van a besar, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo. Cuando el Señor nos muestre su bondad, nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor; e irá siguiendo sus pisadas”.
El temor no es hundirnos sino hundirnos porque tememos. demos el primer paso.
Lecturas del domingo 19º del tiempo ordinario (ciclo A)
Domingo, 13 de agosto de 2017.
Primera lectura
Lectura del primer libro de los Reyes (19, 9a.11-13a):
En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: “Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va pasar!”
Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes e hizo trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Palabra de Dios
Salmo 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
Respuesta: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
“Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos”.
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra.
Respuesta
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.
Respuesta
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.
Respuesta
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (9,1-5):
Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante, en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,22-33):
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”
Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”.
Él le dijo: “Ven”.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”.
Palabra del Señor