Con la rabiosa actitud de un comisario soviético Iván Cepeda intenta impedir que el historiador demócrata lea los hechos de una infamia imposible de adulterar ya que hoy las víctimas silenciadas son los historiadores de su misma tragedia.
Lenin, de quien se descubren más y más atrocidades, enfocaba la Historia desde la idea de la lucha de clases y desde este caprichoso concepto justificó los setenta millones de víctimas de sus teorías totalitarias. En un momento determinado se dio a la tarea de replantear la Filosofía para rechazar lo que consideraba “Filosofía burguesa”, el resultado tal como lo analizó Merleau-Ponty fue deplorable por su ignorancia filosófica y sobre todo por desconocer que la filosofía nace del preguntarse, un acto de soberanía personal que no podía permitir quien defendía “que el pensamiento era colectivo”. ¿Ha visto alguien pensar a las masas? La Academia de Historia de la Unión Soviética que impuso una verdad falsificada ya pueden ustedes suponer las adulteraciones que inventó, igualmente las iniquidades que cometieron al condenar a los historiadores que se salieron de su ortodoxia; burócratas del Partido, ignorantes que condenaron a quienes defendían el derecho a plantear una Historia bajo otros parámetros. ¿No existe acaso una historia de la infamia, del abuso contra los inocentes, no existe acaso la necesidad de escribir una historia del secuestro? “Cuando los hechos –ha dicho la historiadora Carmen Iglesias, se cambian por opiniones hay que echar a correr pues la ocultación de los hechos, la mentira, contiene un elemento de violencia para normalizar sus vidas” ¿Cómo pretende borrar Iván Cepeda hechos de violencia que cada víctima de las Farc lleva marcadas indeleblemente y que no son una memoria falsificada sino la memoria personal de cada sobreviviente? La tarea de los distintos historiadores sobre el estalinismo en Europa ha consistido en enfocar esa dañina utopía desde la perspectiva moral del humanismo y la visión universal de la justicia, enmarcando lo que jurídicamente aquel totalitarismo justificó en la peor de las agresiones históricas contra lo sagrado de la condición humana. Investigaciones que no han cesado de crecer como recuento objetivo de la depravación de una ideología convertida en religión para justificar el sacrificio de millones y millones de vidas humanas con el único objetivo de lograr una supuesta “patria socialista” de la cual solamente quedaron hambre, persecución, cárceles y que mal aplicada por un grupo sedicioso a la realidad colombiana se convirtió en una ofensa a las distintas comunidades del país, a nuestra civilidad. La Historia de lo que ellos llaman pomposamente “guerra” y que ninguno de ellos ha escrito, tiene que ver con el replanteamiento que les comienza a hacer una objetiva revisión de su fracaso: ¿Cuándo su discurso totalitario aceptó la pluralidad cultural del país y que a partir de esta pluralidad era y es imposible hablar de lucha de clases? ¿En qué momento la aculturación de la extrema izquierda de la Cric empezó siquiera a legitimar la diferencia que reclaman sus etnias? ¿Cuándo respetaron la diversidad cultural de los pueblos campesinos andinos o costeños? ¿No destruyeron a los Awá metiéndolos al narcotráfico? Como historia de la violencia quedan miles de fusilamientos de campesinos -recordemos a los monstruos de Javier Delgado en Tacueyó o de Braulio Herrera imponiendo el terror revolucionario-. Lo que los activistas convertidos motu propio en “historiadores” leninistas Iván Cepeda, Sanguino, Feliciano Valencia y Gloria Pizarro han olvidado al colocar al director del Instituto de la Memoria Darío Acevedo contra el paredón del Congreso es que ya no existen los paredones cubanos ni los brutales juicios de Praga o Moscú donde el estalinismo mostró toda su diabólica maldad y esta broma macabra de intentar revivirlos sólo puede darse en un país donde se desconoce la Historia de las Ideas. Con la rabiosa actitud de un comisario soviético Iván Cepeda intenta impedir que el historiador demócrata lea los hechos de una infamia imposible de adulterar ya que hoy las víctimas silenciadas son los historiadores de su misma tragedia. En cuanto al silencio de los llamados intelectuales basta recordar aquello que sobre los terribles juicios comunistas de Praga dice Arthur London: “Un intelectual comienza a traicionar en el momento en que se le ocurre pensar que el Partido siempre tiene la razón”.