La política es el gran instrumento de lucha contra la desigualdad, para lo cual es necesario impulsar cultura democrática en las clases populares y medias, toda una pedagogía para la democracia.
Gracias al colega Félix John Moreno, uno de los investigadores pioneros sobre la inequidad en nuestro medio, conocí el libro de Walter Scheider titulado “El gran nivelador”, un extenso tratado sobre la evolución de la desigualdad en el mundo desde la Edad de Piedra hasta nuestros días. Un repaso histórico muestra que desde que se iniciaron las sociedades sedentarias de agricultores, la desigualdad en relación con la posesión de la riqueza en el mundo casi siempre ha permanecido alta, como resultado, según el referido autor, de la existencia de instituciones políticas extractivas como los estados, las jefaturas o los imperios, que de manera continuada redistribuyen recursos de las grandes masas hacia una élite política; por otro lado la innovación tecnológica y el desarrollo económico continuado, que generan casos de éxito empresarial (tanto de manera justa como mediante privilegios políticos), también pueden acumular enormes fortunas. A lo largo de la Historia, sólo se conocen cuatro grandes rupturas violentas que de manera radical redujeron la desigualdad económica, denominadas por Scheidel los “cuatro jinetes del igualitarismo”.
El primer jinete de igualación es la “guerra total” con movilización de masas, como lo fueron las dos guerras mundiales del Siglo XX; el segundo son las revoluciones transformadoras como fueron las revoluciones bolchevique y maoísta; el tercero el derrumbamiento del Estado, casos como los antiguos imperios egipcio y acadio de Babilonia y lo sucedido a finales del siglo pasado y principios del presente en Yugoeslavia y más recientemente en Somalia (sin embargo, la desintegración de la Unión Soviética en la década del 90 incrementó la desigualdad, hasta niveles que hacen que Rusia hoy supere en un 32% en desigualdad a Europa) y el cuarto jinete son las pandemias, tales como la Plaga de Justiniano (siglos VI-VIII), la Peste Negra (siglos XIV-XV) o las devastadoras enfermedades traídas por los conquistadores al Nuevo Mundo (siglos XVI-XVII) .
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La “guerra total”, exclusiva de los estados modernos, tiende a deprimir el nivel de desigualdad. Las dos guerras mundiales del Siglo XX con la consecuente destrucción de capital físico, así como la imposición de fuertes gravámenes a las altas rentas, la intervención estatal en la economía, la inflación y la interrupción de las redes comerciales socavaron temporalmente el poderío de las élites; por otro aspecto fueron poderosos catalizadores del poder sindical y del surgimiento del estado de bienestar.
El segundo jinete contra la desigualdad es la revolución violenta cuando produce cambios radicales del régimen político y económico existente, con impactos similares a la guerra total, tales como expropiaciones masivas, toma de control de loa medios de producción por parte de la cúpula revolucionaria, establecimiento de un sistema de planificación centralizada, etc.
El tercer jinete del igualitarismo es el colapso de los estados y de los sistemas de convivencia. La estabilidad institucional por periodos prolongados tiende a generar desigualdades relativamente altas y estables, gracias al desarrollo tecnológico y a la paulatina extracción de recursos por la élite política, procesos que el derrumbamiento de las instituciones tiende a revertir, a menudo violentamente. Nuestro autor señala que tras el colapso de los sistemas como los antes mencionados, se tiende hacia la desaparición de las élites políticas y económicas, en un contexto de empobrecimiento generalizado de la población. Por último, el cuarto jinete del apocalipsis igualitario son las pandemias catastróficas, que causaron la desaparición de altos porcentajes de la población, lo que se traduce en que la mano de obra se vuelve escasa y por tanto más costosa, en relación con las rentas de la tierra y el capital, impactando de manera severa el ingreso de las élites económicas y políticas.
En esencia, el “Gran Nivelador” no es otra cosa que la violencia. La conclusión de Schneider es realmente deprimente para quienes consideramos la igualdad y la convivencia pacífica como la esencia de la democracia liberal, compatible con el bienestar y el progreso generalizado de la población en todas sus esferas sociales. Por otro aspecto, es remota la posibilidad de que alguno de los cuatro apocalípticos jinetes que generaron las reducciones de la desigualdad en el pasado pueda reaparecer en nuestro tiempo, por lo menos a la misma escala de destrucción. Ninguno de estos mecanismos niveladores está activo hoy en el mundo, ni nadie los quisiera revivir.
Las grandes guerras con movilización masiva de combatientes, serían reemplazadas por la guerra cibernética y robótica, pero la proliferación de armas nucleares es un elemento disuasivo y la dirigencia de las grandes potencias se tiene que haber vuelto más sensata, a pesar de que eventualmente surgen amenazas tipo Trump. El colapso del comunismo y la tragedia que soportan los pueblos en países que aún mantienen este régimen, indica que la revolución social como gran niveladora es una opción poco probable; por otro aspecto los conflictos internos, como el que vivió Colombia durante más de medio siglo y los regímenes populistas que se dicen de izquierda sólo generan despojo, desempleo y desplazamientos masivos.
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La desintegración de los estados como mecanismo nivelador es cosa del pasado y los conflictos internos en el mundo subdesarrollado, como ya lo anotamos, no producen ningún efecto nivelador. Finalmente, de presentarse grandes pandemias solo afectarían a los países más pobres y la disminución de la mano de obra barata sería reemplazada por máquinas robotizadas.
La apocalíptica tesis de Scheider es similar a la “la violencia como partera de la historia”, frase que se le ha atribuido a Karl Marx. Una visión diferente es la de Thomas Piketty en su libro “Capital e ideología”, que comentamos en pasada columna, quien sostiene que la desigualdad en el mundo no es económica o tecnológica: es ideológica y política, tesis que nos reafirma la convicción de que la política es el gran instrumento de lucha contra la desigualdad. Para este gran propósito es necesario impulsar todas las acciones para fomentar la cultura democrática en las clases populares y medias, toda una pedagogía para la democracia. Las grandes protestas que están apareciendo en Latinoamérica, incluyendo a Colombia, y la creciente participación de la juventud en las pasadas elecciones regionales son un signo de esperanza de que se puede avanzar en la lucha contra la corrupción y por las reformas institucionales, hacia sociedades más igualitarias y amigables con los ecosistemas, sin necesidad de destruir valiosos activos ni de revoluciones violentas.
P.S: Walter Scheider es actualmente profesor de humanidades en la Universidad de Stanford, California.