Una visión apolítica sobre el futuro de la vida en la Tierra mostrada por James Lovelock vs. una salida esperanzadora, propuesta por Erwin Laszlo para detener la destrucción de los ecosistemas y salvar la vida, mediante un cambio radical del sistema político global y, sobre todo, mediante una relación respetuosa de cada humano con la Naturaleza y nuestros semejantes.
La hipótesis Gaia fue propuesta por el científico británico James Lovelock, cuando a finales de la década de los 60 trabajaba para la Nasa en un proyecto de investigación sobre las posibilidades de vida en otros planetas. La hipótesis afirma que el planeta Tierra en su totalidad, incluyendo seres vivos, océanos, rocas, suelos y atmósfera, funciona como un súper-organismo que modifica activamente su composición interna para así asegurar su supervivencia.
La hipótesis Gaia es un conjunto de modelos en los que se postula que la vida en la biosfera fomenta y mantiene unas condiciones ambientales que favorecen y permiten su existencia, modelos que develan los mecanismos de autorregulación que afectan la temperatura global, la composición atmosférica, la salinidad de los océanos y a otras muchas variables que, en conjunto, condicionan la vida en la Tierra. Estos mecanismos, de naturaleza homeostática, son los que nos hacen concebir a Gaia como un ser vivo.
En el libro The Revengue of Gaia. Earth´s climate crisis & the fate of humanity” (La venganza de Gaia. La crisis climática y el fin de nuestra civilización”), como prefacio a la edición norteamericana publicada en 2008, Lovelock ofrece disculpas por ser el mensajero de malas noticias al presentarnos la más dura visión apocalíptica sobre el futuro de la vida en nuestro planeta.
Lovelock soporta su hipótesis Gaia en los siguientes datos:
El porcentaje de CO2 en la atmosfera de los planetas más próximos al nuestro es del 98% en Venus, del 95% en Marte y del 98% en la Tierra sin vida. Pero la Tierra redujo su proporción de CO2 desde aquel 98% original a un casi insignificante y testimonial 0,04%.
En lo que respecta al oxígeno, la proporción es de sólo trazas en Venus, de un 0,13% en Marte y de un 0,03% en la Tierra primitiva. Pero desde que apareció la vida en la Tierra la proporción de oxígeno subió hasta aproximadamente un 21%, y así se mantiene hasta hoy.
En la composición de la atmósfera terrestre se encuentra también el metano, un gas que a pesar de su inestabilidad en presencia de oxígeno ha permanecido casi constante desde la aparición de la vida en la Tierra.
Por otro aspecto, la salinidad de los océanos en su historia geológica no ha sufrido cambios importantes, a pesar de los aportes incrementales de las sales disueltas en las aguas de sus tributarios. Así mismo la temperatura de la superficie de la Tierra en el tiempo geológico se ha mantenido casi constante, a pesar del incremento de la energía recibida del Sol, que puede haber aumentado en los últimos tres millones de años en cerca de un 40%.
En un ensayo sobre el referido libro de Lovelock, el ingeniero español José Cerdeira comenta que hasta hace muy poco aceptábamos que la evolución de los organismos vivos se producía según la teoría de Darwin, pero que el mundo material evolucionaba según lo explica la geología. En su lugar, la hipótesis Gaia ve estas dos evoluciones (la vida y el mundo material), anteriormente separadas, como parte de una única historia de la Tierra, en la que la vida y el mundo físico evolucionan como una sola entidad.
Todo lo anterior muestra como la biosfera ha adecuado su composición y propiedades fundamentales hasta adaptarse a las necesidades de la vida, probando que Gaia es equiparable a un organismo vivo capaz de autorregularse. Pero este proceso tiene unos límites, ya que cuando se sobrepasen ciertos topes la regulación se hace imposible y el sistema puede volverse altamente inestable, hasta un punto que los mecanismos reguladores se desequilibren llegando a estados irreversibles. Gaia deja así de comportarse como la buena madre que hemos descrito y se convierte en una Gaia indignada y deseosa de venganza, ante la cual, como dice Lovelock: “nada de lo que hagan las naciones servirá para nada”.
En contraposición a la visión pesimista de Lovelock, el científico húngaro Erwin Laszlo, fundador del Club de Budapest, en su ensayo Cambio mundial. Por un cambio cuántico en los asuntos humanos (traducción del profesor antioqueño Luis Eduardo Yepes) nos muestra una salida esperanzadora para salvar la vida en nuestro planeta. Después de mostrar la destrucción de los ecosistemas acelerada por la Revolución Industrial, así como el deterioro del tejido social por causa de la inequidad originada en el sistema neoliberal y el terrorismo derivado del fundamentalismo religioso, presenta alternativas que deben partir de la aceptación plena de la “insustentabilidad” del actual sistema económico y social, como premisa esencial para cambiar nuestros paradigmas.
Siguiendo la conocida sentencia de Gandhi “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”, Laszlo nos dice que para que se dé el cambio es necesario liberarse de la antigua consciencia y de los valores y creencias que la soportan. Para empezar, es necesario que cada uno de nosotros se haga un autoexamen guiado por su opinión acerca de los siguientes postulados:
Si respondimos si a todas o por lo menos a algunas de las anteriores preguntas, somos parte del problema. Ser parte de la solución requiere una profunda decisión ética, que se basa en cambiar nuestra forma de pensar para adoptar una nueva actitud solidaria con nuestros semejantes y respetuosa con los ecosistemas planetarios.
Dejemos aquí por ahora. En la próxima columna nos ocuparemos del inaplazable cambio que nos propone Laszlo.