Hernando Caicedo Rivera: “Mis relatos tienen como base la realidad…”

Autor: Óscar Jairo González
15 mayo de 2019 - 09:34 PM

Conversación con el escritor, participante de los talleres Urabá escribe.

Medellín

¿Cómo se percibe, como es su realidad, como se instala usted y su narrativa, en medio de esa naturaleza exuberante, demencialmente hermosa, esa tierra nueva en todo momento y qué trastorna de su realidad y proyecta?

Me veo como un arquitecto que enfrenta siempre una nueva obra con plano en mano. El problema es que el arquitecto logra una visión, la dibuja, la materializa. No pasa lo mismo en la construcción de mundos imaginados. Uno sueña un mundo, pero nunca llega a ser completo a la primera, a la segunda, a la tercera... Uno lo pone en la hoja y debe volverlo a poner hasta que por saturación ese mundo cobre vida. Entonces el mundo sale de la hoja y se va dando forma a sí mismo. Al final uno siente que ese mundo ha sido logrado sólo cuando se puede volver a él sin notar las partes que lo componen. Es decir, el edificio del arquitecto es eso, no un conjunto de ladrillos y cemento y arena y metal; es un edificio. Ese deber ser el mundo que se recrea a sí mismo, esto es, un mundo, no una sucesión de palabras, oraciones que se perciben como oraciones.

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 ¿En qué momento de su vida (y de su muerte) usted decidió, en la medida en que uno puede decidir sobre su destino, intervenirlo; ser y hacerse escritor y que estaría su vida condenada hermosamente a ello y de una manera catártica o no, ¿y para qué?

Debía tener nueve años porque estaba en quinto de primaria. Una maestra mandó hacer un cuento y vi que me gustó. Pero en un principio no había palabras en mí; era muy duro a los nueve años. Hice poesía y mucha, fueron muchas hojas. Mi papá publicó mi primer libro Mi imaginación cuando yo tenía catorce años como motivación. Eso me dio un gran impulso, entonces me vi todos los días en las bibliotecas sumergiéndome en los mundos de otros, intentando aprender palabras y, sobre todo, intentando aprender a construir un cuento como para entonces pensaba que debía ser.

Pero me alejé a los dieciséis. Era el reino de las hormonas. Me liberaron a los veintiuno. Entonces volvía a leer. Para entonces sabía que no valía la pena intentar nada sin por lo menos ser capaz de imaginar las cosas por completo. No soy capaz de ir a la hoja sin tener un panorama totalizante de la novela.

Esa segunda etapa me condenó a la soledad. No reniego de ello. Sé estar conmigo. La verdad es que me encanta estar conmigo. Disfruto de eso con redoblada locura. Es un acto de fe.  

 

¿Podría decirse que su narrativa, está conectada inescindiblemente con la violencia, con una historia de la violencia, de la que usted y otros han vivido, por qué y cómo se desarrolla en La muerte de los miserables, El día que no me matarás y en El señor más malo del mundo, ¿de qué violencias se trata y por qué?

Tengo por costumbre decir que nadie escapa de su lugar en la historia, de su momento histórico, de sus circunstancias, de sus relatos, del momento en que le tocó vivir. A mí me tocó vivir en la Colombia de la violencia, del gran poseedor de medios y del gran poseedor de miseria. El artista es un gran receptor de esto, es su forma sensible de estar en la vida y no escapa a ser sacudido por ello. He estado mi vida entera viendo los fuertes contrastes y siendo afectado por todo tipo de violencia, me tocó ser hombre, negro, del Chocó, pobre; el cuerpo del negro está transversalizado por contenidos simbólicos que lo signan y le dan un lugar en la estructura de poder. Todo eso mediante la violencia. Cada novela mía ha sido una forma de sacar la frustración. La primera La muerte de los miserables habla de la violencia creada por la estructura de clases, la alienación y la enajenación, todo aquello que nos niega el ser GENÉRICO. Esto es, la autorrealización. Relaté mi impotencia. Relate que quería ser, pero había pesadas cadenas que me lo negaban: ser hombre, negro, del Chocó, pobre, periférico.

La segunda es la menos genuina, es sobre la violencia de otros. El día que no me mataron es la historia de una persona de Apartadó, en verdad pasó, es la primera vez y la única en que he prestado mi voz y en el intento me he visto sacrificado. Creo mundos. Aquí me tocó recrear el mundo de otros, pero no por eso dejaba ser también el mío. Era mío en la medida en que era la desgracia de otro, un hermano, en ese sentido otro yo. Pero no era mío en la medida en que me tocó cesar la fantasía. Fue el libro en que menos porción de creatividad se usó. Fue un lastre pensarlo y creo que no volveré a prestar mi voz.

De todos modos, es la sinfonía de mi época la que habla.

El Señor más malo del mundo es otro cuento. Es un intento por reflexionar Colombia. Intenté poner todo mi dolor. Hablo de mi vida, sabe, salimos desplazados de la finca en que vivíamos y el encuentro con la urbe, en calidad de desarraigados, fue una catástrofe. Entonces la novela fue un juego de espejos. Puse el encuentro del campesino con el citadino en el desencuentro. Colombia, para mí, está llena de ello, el desencuentro está por todas partes. Hablé sobre el NO RECONOCER AL OTRO. Creo que es la peor forma de violencia. HABLÉ SOBRE LA NO ESCUCHA, otra manifestación de lo mismo. Al final intento creer. Digo que es posible reconocerse en el otro. Creo que esa novela es una ecología untada de romanticismo.

Esto es, estoy convencido o quiero creer en que llegará el día en que en este país el otro cese y nazca el nosotros.

¿Podría indicarnos, tres principios básicos que constituyan su técnica narrativa, cómo hace para escribir, de qué se trata cuando escribe y por qué lo hace, qué lo incita a hacerlo?

Sobre esto han hablado otros que tienen mucha autoridad, sin embargo, me voy a dar licencia para decir sobre lo mismo, pero en su dimensión psicológica.

Primer principio: Creer que eres escritor. Es muy importante, sabe, y, más en un país que tiene una gran tradición literaria como Colombia. Uno debe echarse el cuento y convencerse de ello. Si uno es capaz de eso le pierde miedo a la hoja. Una persona sin miedo es capaz de grandes hazañas. La mayoría de las personas no emprenden nada por puro miedo; así es que es muy importante para mí tener fe, tener fe en uno mismo.

Segundo principio: Estar convencido de que eres capaz de lograr una voz propia. Es verdad que todas las historias han sido escritas y los temas está agotados. Las grandes historias hablan sobre el amor, la vida y la muerte. Pero siempre hay un huequito para uno, pues nadie es capaz de contar una historia como la cuenta otro. La gravedad es la ley que dice sobre las cosas que caen. Todo cae, dice Weber, pero uno es capaz de fijarse en como cae y narrarlo. La gravedad no explica cómo caen las cosas, solo que caen. Esa forma singular en la que un objeto en particular cae es oficio del que escribe.

Tercero principio: No hacer del estilo una obsesión. Es sobre el anterior. Hay sobre todo en la poesía, hoy, por ejemplo, desde mi punto de vista, una obsesión por la forma. Una fijación por la forma es peligrosa, hace que uno descuide lo que cuenta y ponga demasiado énfasis en como contarlo. Entonces uno se adorna demasiado (ya me pasó). Creo que la historia en su estructura, en su sentido, en su contenido: político, social, ético, cultural, es mucho más importante y debe ser atendido con mucho más esmero.

Uno debe dejar fluir, sobre todo hasta el tercer borrador. El cuarto borrador debe ser para afinar paisajes, articular los discursos, pulir la personalidad de los personajes. No es hasta el quinto y último borrador en que el escritor debe meterse con filigrana en el estilo. Pero llegado a este punto debe tener en cuenta al público para el cual está dirigida su obra, antes no, pues pensar en el público no deja escribir a nadie, entonces debe imprimir su sello sin sacrificar la obra. Debe tratar de que el estilo no implique dejar parado al lector, que siempre debe estar convencido de estarse moviendo. Hablo aquí desde mi experiencia como lector, pues tiendo a abandonar las obras en las que siento que no pasa nada. Movimiento. Privilegiar mucho el movimiento.

Para mí escribir es un estilo de vida. Es la única forma de expresión que implica una relación cercana con la experiencia divinizante. Hablo de que el hombre siempre ha querido asumirse como un ser untado de lo divino. De eso deviene tanto semidiós en la mitología, pues bien, nada más cercano a Dios que hacer arte; escribir. La otra razón es muy humana, es ya un tipo de enfermedad benéfica, si no lo hago siento que he perdido el tiempo.

¿Qué ha extractado usted, en su formación de las lecturas de Arnoldo Palacios y Manuel Zapata Olivella; qué le han proporcionado estructurar en su narrativa y en su naturaleza, en su visión del mundo, ¿en su estética?

Soy nombre y negro, ya lo dije, esas dos cosas tienen grandes implicaciones políticas. Manuel Zapata Olivella era un hombre altamente político, comprometido con la causa del mestizo colombiano, un mestizo que se reconoce negro o blanco, rara vez indígena, que crea discursos excluyentes: la manera de estar en la vida tiene mucho que ver con los discursos que nos atraviesan. Zapata era sabedor de eso. Su literatura era ante todo un acto de rebelión a la estructura estructuralizante. Eran una literatura social que hilvanaba su esfuerzo intestino por librar al mestizo de las cadenas que lo sujetan a un pasado colonial anacrónico, un habitus fuera de la racionalidad que lo creó. Hago literatura social siguiendo quizá la misma angustia existencial, donde lo intramundano y lo noble buscan, si se quiere, acaudillar esta causa liberadora.

El maestro Palacios era otro tipo de literato. Su forma era sencilla y sólida. Los componentes de denuncia eran fuertes, claro, más sus luchas eran otras. Es ante todo un signo de lo posible. Es un signo de fuerza y templanza, Las estrellas son negras, son en esencia eso. Una lucha incesante por salir de un hueco oscuro y miserable. Sus pasajes están llenos de luz. Hablo de que el texto mismo es fluido y enseña sobre cómo es posible hacer literatura desde adentro, las propias circunstancias, pues su creación es una mimesis con su realidad corpórea. Uno aprende con él a saber que las grandes historias no pasan en Bogotá o en Japón. Que tienen lugar ahí donde uno está.

Ando por esas mismas búsquedas. Intento hacer literatura desde la misma ecología y fauna. Intento estar en paz con mis propios dioses.  

En su formación, si podemos decirlo de esa manera, el Taller de Escritores. “Urabá escribe” ha sido básico en ella: ¿Qué consideración tiene usted en relación con los Talleres de escritores, de si forman o no, qué dimensión libre o no que le propicio el Taller?

Creo indudablemente que estar entre los comunes ayuda mucho. Estar con otros que van por el mismo camino es importante en la medida en que se vuelven en motivación externa. Un corredor de velocidad sabe que corre contra el tiempo, no contra los otros, en este sentido funciona el taller, los otros están ahí como estímulo. El proceso creativo se hace en la soledad. La lectura se hace en la soledad. Pero uno necesita con quién hablar de ello, sabe.

Los que escribimos somos pocos en comparación con los que se dedican a otros géneros de la vida. El ser humano esté hecho para volcarse hacia fuera, por eso no hay peor tortura que escindirnos de la sociedad. Pero uno va a un taller y socializa y se da cuenta de qué se está escribiendo, cómo se está escribiendo, quién publicó recientemente, quién es ese que se ganó el Nobel de Literatura; uno escucha las creaciones de los otros y los otros hacen como que escuchan tus creaciones.

En cuento a que sí forman o no, creo que sí, en los talleres tienden a ver notables. El notable de forma manifiesta o latente busca influir en tú estilo. Es un acto de formación negarse a ser influenciado o permitirse ser dirigido. Estar en contacto con otra forma, porque es en la medida en que estás con otros que puedes tener consciencia de ti mismo, esto es, gracia al otro uno forma una identidad para diferenciarse del otro y, este aporte invaluable lo hace el taller.

El señor más malo del mundo

El señor más malo del mundo es la última novela de Hernando Caicedo Rivera.

 

Esa es la dimensión en que para mí ha sido y es importante en mi vida espacios como los que son posibles gracias a colectivos como “Urabá Escribe”.

Lo invitamos a leer: El arte es una estrategia del conocimiento distinta a la ciencia

https://www.elmundo.com/noticia/-El-arte-es-una-estrategia-del-conocimiento-distinta-a-la-ciencia/375986 

Usted es también lector de Fernando González, media con él para muchas de sus tareas de formación y ello para hacer una construcción muy suya, en su relato: ¿Qué le ha propiciado y que le ha mostrado González en su trayecto como lector y escritor, ¿qué le dicen esas lecturas críticas?

Fernando González era un ser apasionado y muy atormentado por sus pasiones. La intensidad es concepto, pero lo es antes de uno leer al maestro González. Uno después de leer al maestro, leerlo de verdad, es decir, dejarse afectar por las lecturas, hace de la intensidad un estilo de vida. Me enseñó a contemplar. El que escribe es un ser que habla por otros medios, pero un hombre que habla nada tendrá que decir si no aprende a escuchar: hay que escuchar la roca lo mismo que a la nube, hay que escuchar al niño lo mismo que al anciano, y cuando no hay que escuchar hay que observar.

Ha sido también basamento para formar mi carácter. Creo en la EGOENCIA como forma radical de estar. Me siento egoente y sin ese sentir no me atrevería a escribir.

Otra cosa que uno aprende es a ser optimista. El amor por el otro, por la libertad, por el mundo. Son las premisas suyas y ahora mías y las palabras que pongo en las cosas que escribo para que dejen de ser cosas y se insuflen de vida.

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