La combinación de las formas de lucha está dejando ver sus garras en las protestas estudiantiles que se han vuelto paisaje en las universidades públicas.
La imagen más ilustrativa de la fantasiosa paz de Santos es la del pavoroso incendio de la sierra de La Macarena ocurrido la semana anterior. Las Farc le vienen prendiendo candela a este parque nacional natural, un área protegida de conservación ecológica, para sembrar coca y pastar ganado, llegando al punto de casi secar el Caño Cristales, un famoso riachuelo que atrae a turistas de todo el mundo por su exótico colorido. Unas Farc que algunos llaman «disidencias», pero que están más activas que nunca en muchas regiones del país. A ellas son atribuibles buena parte de las 36 masacres de 2019 —la mayor cifra desde 2014—, que causaron 133 muertos.
Como si fuera poco, la guerrilla del ELN, que hace unos años languidecía en las profundidades de la selva, hoy luce rozagante y altanera, y amenaza desde más allá de la frontera con Venezuela donde muchos de sus miembros están bajo el abrigo del dictador Maduro, al igual que los principales líderes de las Farc, como Márquez, Santrich, Romaña y el Paisa, que son los que ordenaron el fallido atentado contra su antiguo comandante, Timochenko.
Pero esa fantasiosa paz no se ha quedado solo en las acciones subversivas de siempre y el negocio de la coca. La combinación de las formas de lucha está dejando ver sus garras en las ciudades, no tanto en la actividad del partido Farc, que es una entelequia inexistente que se reduce al bochornoso espectáculo de unos asesinos ocupando curules gratuitas en el Congreso, sino en las protestas estudiantiles que se han vuelto paisaje en las universidades públicas.
A tal grado ha llegado la infiltración en las universidades, que ha surgido una propuesta antes impensada como es la de quitar las mallas de las ciudadelas universitarias. Si bien el gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, ha visto en ello la oportunidad de construir otras dos etapas de sus costosos e inútiles Parques del Río (el tramo entre la Universidad Nacional y la Universidad de Antioquia), el alcalde de Medellín y buena parte de la ciudadanía se han mostrado abiertos a la idea porque hace décadas que estos centros universitarios son verdaderos antros de la anarquía y la subversión. No sería peor, por tanto, que ahora se puedan ver invadidos por delincuentes comunes, vendedores ambulantes y habitantes de calle. Lo cierto es que cualquier idea conducente a arrebatarles esos espacios a los terroristas debe tenerse en consideración.
Claro que hay universidades como la Distrital de Bogotá, en su sede de Ingeniería, que no están ubicadas en una ciudadela sino en edificios comunes con salida a la calle, a pesar de lo cual también son madrigueras de los subversivos. Esa sede fue epicentro reciente de un enfrentamiento entre el Escuadrón Antidisturbios (Esmad) y los revoltosos, que sirvió para que la alcaldesa Claudia López diera una muestra de apego a la Constitución y respeto por las instituciones al fustigar al estudiantado por mentir acerca del ingreso del Esmad a ese plantel y tolerar la presencia de encapuchados lanzando bombas y piedras desde la terraza, con grave riesgo para los ciudadanos.
En ese momento, la ONU acababa de criticar los supuestos desmanes del Esmad y la Policía durante las protestas, cuando los colombianos hemos visto cómo se dejan apalear y se aguantan todos los vejámenes imaginables para no enardecer más el ánimo de los energúmenos. Por eso en la reciente encuesta de Invamer, el 80% de la ciudadanía se mostró de acuerdo con que el Esmad «intervenga en defensa propia cuando sean atacados por los manifestantes».
De hecho, la misma encuesta refleja el rechazo que hay hacia las protestas, pues el 67% está de acuerdo con que se realicen manifestaciones o protestas pero siempre que sean pacíficas, mientras que un 33% está en desacuerdo. Asimismo, el 95% respalda que los manifestantes se reúnan en sitios públicos y protesten de manera pacífica, y el 75% de los entrevistados manifestó su desacuerdo con que los manifestantes cierren vías, lo que a todas luces le quita el carácter de pacífica a una marcha.
Es decir, la gente admite las protestas siempre que sus propios derechos no se vean afectados, lo cual es aprovechado por estos insurrectos para chantajear al país. Por eso, Julián Báez, representante estudiantil de la Universidad Distrital —quien no rechazó la presencia de encapuchados en las protestas y responsabilizó al Esmad de la muerte de estudiantes—, amenazó con que «si se quiere mermar la protesta social, se deben generar cambios estructurales al modelo de país». Con eso está dicho todo, es la combinación de las formas de lucha en acción con miras a instalar el coomunismo en Colombia. ¿Lo vamos a permitir? La autonomía universitaria no es una especie de soberanía; bien dijo Claudia López que «no hay territorio vedado para la Fuerza Pública».
EN EL TINTERO: Salió castigado Daniel Quintero con solo un 55% de favorabilidad en la encuesta de Invamer. Los alcaldes de Medellín siempre han marcado entre 70 y 80%.