La verdadera intelectualidad y la academia tienen que estar al servicio de la verdad, la transparencia y la construcción de estándares de civilidad, jalonando el progreso que nos permita ser un mejor país, el de la gloria inmarcesible.
La falta de organizaciones que filosóficamente encarnen valores que fundamenten la concepción del Estado y las formas de gobernarlo en favor del único beneficiario valido que es su población, ha permitido que individuos y grupos se adueñen de las denominaciones de derecha e izquierda sin reparar ciertamente en lo que puede contener una y otra. La izquierda, por ejemplo, se volvió el refugio de los que no tienen norte político ni cabida en los ideales populares. La derecha es por otro lado, la excusa para reprimir y excluir, en nombre de las propias limitantes. Ambas tendencias tienen el trasfondo criminal del desvío del fin del Estado.
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Pero ni derecha ni izquierda ni centro. Hay que ir armando una agenda de país que detenga las tendencias proselitistas de feriar los bienes que nos pertenecen a todos, de los que depende nuestro propio futuro, para lo cual se necesitan verdaderos líderes que se opongan a la corrupción, y no pretendan defender los desfalcos tratando de argumentar en favor de lo inaceptable. El derecho a la vida, honra, bienes, libertad de cultos, libre desarrollo de la personalidad, educación, salud, paz, etc., deben estar contenidos en el derecho fundamental de ser bien gobernados.
En medio de la barahúnda electorera del momento, se está dando un proceso de principalísima importancia como es definir la dirección de la universidad de Antioquia, sin que haya voces que reclamen que su rumbo sea el que le dio su concepción original y los propósitos de su creación, que es el de servir a la comunidad a la que pertenece. De ninguno de los siete u ocho candidatos a ser elegidos rector, se ha oído un serio pronunciamiento que indique devolver la Universidad a la sociedad, arrebatársela a los malos ciudadanos que la usan para fines protervos, a la vista de todos.
Cuando lo público se va volviendo propiedad de pocos, se está ante el inicio del fin de las instituciones. No son los exrectores los dueños, ni lo son los profesores, jubilados, estudiantes o egresados. La Universidad es una función social que le permitirá a la sociedad entera, de ser bien concebida y manejada, conquistar nuevos niveles de bienestar y pacifica convivencia. La verdadera intelectualidad y la academia tienen que estar al servicio de la verdad, la transparencia y la construcción de estándares de civilidad, jalonando el progreso que nos permita ser un mejor país, el de la gloria inmarcesible.
No importa quién sea el rector, hay que recuperar la Universidad de las camarillas que enfrentadas luchan por controlarla. En la Universidad no pueden existir izquierdas que no conocen el mundo real y que se escudan en las falsas ideologías para mantener su zona de seguridad. Tampoco puede haber derechas inimputables que usan su personal poder para destrozarla. No hay un panorama esperanzador en los prospectos actuales, pero depende de la sociedad la defensa de lo público. No se puede entregar un bien tan preciado a las trapisondas de unos cuantos médicos que se entregan por nada a las fuerzas del mal.
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