Proponer una asamblea constituyente es un despropósito: equivale a montar un supracongreso, igualmente gárrulo y desorientado, pero soberano y bien expedito, porque consta de una sola cámara.
El apresurado transeúnte que pidió la hamburguesa 75 -25, después de consumirla preguntó por qué se llamaba así:
Acaba de proponer el presidente del Congreso (y no es él el único) una asamblea constituyente para buscar soluciones a la corrupción judicial. Discrepo de la iniciativa, porque de ese tipo de organismos suelen salir hamburguesas jurídicas 75-25, 80-20 o 90-10, que únicamente logran agravar los problemas.
Consensuar reformas entre multitud de partidos políticos — ¡ya vamos contabilizando 17 en el Congreso!— solo es posible a través del tira y afloja, donde todos ponen, es decir, el mercado turco ideológico, ecléctico y sincrético.
En las Cámaras, unas fuerzas quieren reformar la Carta para volver a la senda extraviada, mientras otras tratan de pisar más fuerte el acelerador, en una carretera llena de baches, para llegar rápidamente a la anhelada aniquilación de la “democracia burguesa”.
En esas condiciones, proponer una asamblea constituyente es un despropósito: equivale a montar un supracongreso, igualmente gárrulo y desorientado, pero soberano y bien expedito, porque consta de una sola cámara.
Además, como la experiencia enseña, se convoca para un tema específico, luego se proclama como poder absoluto y termina enredándolo todo.
Una constituyente por elección popular repetiría la matriz del actual legislativo, es decir, otra montonera de manzanillos, donde las pocas voces sensatas son rutinariamente acalladas. Y, si por desgracia, el Ejecutivo dispone de exiguas fuerzas parlamentarias, además de creciente impopularidad, una asamblea de ese jaez solo puede conducir al caos.
En Colombia, como hemos dicho anteriormente, basta con nacer para ser “constitucionalista”. Parece entonces que reunir 100 o 200 discordantes individuos permite solucionar todos los problemas, como si existiera una ciencia infusa para organizar los Estados.
El medio centenar de reformas a la Carta del 91 ofrece abundantes ejemplos de hamburguesas jurídicas mixtas, porque entre la concepción democrática y la marxista-leninista la conciliación es imposible. De esos híbridos solo puede salir el desorden, conveniente para los enemigos de la democracia, que cuando triunfen, lo primero que harán será sustituir la Carta “burguesa” por un nuevo orden totalitario e implacable.
Desde luego, el país requiere una nueva Carta coherente, congruente, armónica, obediente a una concepción diáfana y eficaz del Estado, que sustituya a la actual colcha de retazos, que inhibe toda acción eficaz del gobierno, pero el único camino para lograrla exige la aplicación de la fórmula gaullista: Redacción por parte de un grupo reducido de expertos y aprobación referendaria por el pueblo. De lo contrario, seguiremos produciendo continuamente enmiendas ineptas, apresuradas, inocuas o perjudiciales, fruto de componendas politiqueras.
Hace ya muchos años alguien nos decía: ¡Si la abundancia de constituciones fuera conveniente, Bolivia, que lleva 150, sería el país mejor organizado, y Gran Bretaña, que no tiene propiamente una constitución escrita, sería el peor!
Ya hemos dejado atrás a Bolivia, con los efectos inocultables de incontables reformas, a las cuales se suma el Acuerdo Final, supraconstitucional. El resultado de ese batiburrillo ha conducido a la esterilidad funcional de nuestros gobiernos… y están pensando en nuevas hamburguesas mixtas, como revivir las 16 curules adicionales para las Farc, absurda iniciativa en medio de la crisis fiscal, que solo ha quedado aplazada, pero será debatida el año venidero… hasta que salga aprobada, ¡porque la constancia mamerta vence lo que la dicha no alcanza!
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Tanto los insultos de Maduro a Santos como los de Diosdado a Petro son recursos tácticos para que los colombianos perdamos el miedo a esos taimados ejecutores del plan narco-castro-chavista.