Un país fatigado por cuatro años de clima prerrevolucionario e ineptitud política puede caer en la tentación de escoger esa opción caviar-marxista, en vez de un Petro o un Cepeda.
Supongamos que la nave sin capitán no naufraga antes de 2022, para hacer algunas consideraciones probabilistas sobre el debate presidencial de ese año.
En primer lugar conviene analizar las fuerzas políticas que efectivamente competirán entonces por la presidencia. Serán dos, de izquierda. Ambas están más o menos coaligadas hasta ahora por su apego al Acuerdo Final con las Farc y su defensa incondicional de su cumplimiento integral, incluyendo la JEP y demás esperpentos.
A la primera podemos llamarla soro-santismo. Reúne a los seguidores del expresidente Santos y a los de varios voraces manzanillos, como César Gaviria y Germán Vargas Lleras. Tienen gran fuerza en el Congreso, y también en el gobierno, donde disponen de entre 70 y 80% de los altos funcionarios y de la cada vez menos disimulada simpatía del presidente. El soro-santismo puede definirse como marxismo cultural más neoliberalismo. En consecuencia, no se opone al aborto, el matrimonio gay y el indoctrinamiento de los niños en la ideología de género.
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La segunda fuerza está representada por una constelación inestable pero eficaz de movimientos de extrema izquierda, un partido que es verde por fuera y rojo por dentro, el Polo, la Colombia Humana, las Farc parlamentarias, etc., algo así como la suma de las distintas caretas, coordinadas por el partido comunista clandestino al servicio de la revolución. Todos estos movimientos son marxista-leninistas y, por tanto, partidarios del colectivismo económico, la lucha de clases y la dictadura del proletariado.
Se me dirá que omito considerar las fuerzas de derecha como posibilidad electoral en el año 2022. Si las cosas siguen como van y se empeñan en apoyar el actual desorden político, dentro de tres años estarán liquidadas.
Hacia 2022, es bien posible que la ambición de Fajardo divida a la extrema izquierda. Este individuo infunde poco temor en comparación de Petro, pero no es menos peligroso. Es posible, entonces, prever una pugna entre dos “socialismos”, uno aparentemente democrático y chévere, y el otro, extremista, revolucionario y aterrador.
Un país fatigado por cuatro años de clima prerrevolucionario e ineptitud política puede caer en la tentación de escoger esa opción caviar-marxista, en vez de un Petro o un Cepeda. En ese caso apenas tendríamos otro aplazamiento de la revolución, porque la historia enseña que siempre las tendencias “moderadas” son aplastadas luego por las “radicales”.
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Nadie puede negar los esfuerzos del presidente Duque para hacer una buena administración, pero mientras no haga buena política, su esfuerzo solo servirá para entregar un país más próspero a la izquierda, a menos que el desorden permanente, de paros, marchas, mingas, bombas, “disidencias”, voladura de oleoductos, etc., lleve al inevitable deterioro de la economía y, por ende, al éxito electoral de la izquierda.
Estamos asistiendo a los momentos más difíciles de la historia de Colombia. Podemos caer al abismo si desde ahora no se manifiesta una indoblegable y permanente voluntad política de impedir el triunfo de la revolución. Seguir ignorando la bien planeada y mejor ejecutada estrategia del socialismo del siglo xxi es una actitud suicida. No más autogoles, por favor…
Urge, en consecuencia, montar los mecanismos de defensa de las instituciones y preservación electoral de la democracia, sin dilación y con la mayor determinación, para lo cual el país reclama desde ahora mismo la aparición de un líder capaz, valiente, honesto y preparado, a la disposición de la nación en cualquier momento.