La época más feliz del año reclama de nosotros más mesura, pues el desbordamiento de la felicidad apareja las tragedias más insólitas; que duelen el doble, en medio de tanta alegría
Ha llegado diciembre nuevamente, las familias se reúnen, la ciudad se acicala para recibir los turistas y para alegrarnos con sus luces. Las abuelas sacan sus recetas, nuestras dietas cambian y se vuelven menos aburridas. Diciembre es una fiesta, pero puede ser también el cielo o el infierno. ¿De qué depende?, creo que en gran medida de la moderación y del cumplimiento de las reglas (tanto formales como informales).
La época más feliz del año reclama de nosotros más mesura, pues el desbordamiento de la felicidad apareja las tragedias más insólitas; que duelen el doble, en medio de tanta alegría. Verbigracia, aumenta el consumo de alcohol y con él los accidentes en la vía pública, nuestras fiestas en términos estadísticos se traducen en aumento en la accidentalidad en las carreteras, en número de heridos y muertos; las riñas y la violencia en el hogar también sufren un aumento debido a la ingesta de alcohol y de estupefacientes, para muchos niños colombianos este mes no es el de Papa Noel o el del Niño Dios, sino el mes de la golpiza.
Diciembre es también la época de la pólvora, que si bien puede generar un bello espectáculo cuando lo realiza un profesional (creo que son muy pocos), también puede ser la tragedia de toda una familia cuando se hace con impericia. Somos uno de los países más felices del mundo, pero también somos uno de los países que menos sabe manejar su felicidad. Muchas veces una gran final de futbol, más que expectativa me produce temor, cierto temor por la excesiva felicidad ajena que a su paso incendia todo lo que se presenta como alteridad, es decir, lo que no está en llamas en ese momento. A más felicidad más cordura y templanza.
Los ritos de diciembre, independiente de las creencias que se practiquen, permiten el encuentro y la reconciliación. Año tras años he evidenciado una laicización de las tradiciones decembrinas latinoamericanas, y creo, que lejos de acabar con ellas, las reafirman y las estabilizan. De todas, disfruto especialmente el día de las velitas, el siete de diciembre. Valoro mucho el encuentro entre vecinos con el propósito de encender unas velas, el encuentro que para algunos es de consagración espiritual, para otros de interés comunitario y social, o tal vez para algunos, una práctica antigua (un pretexto), simple y maravillosa, todos juntos: unos estruendosos y otros silentes, concentrados en mantener vivo el fuego.
Es también diciembre una época para compartir regalos y pensar en llegar al corazón de los otros, es época de espontáneas muestras de afecto y generosidad, que nos recuerdan nuestro vínculo como especie. Pero también, es el mes donde se aumentan los cupos de las tarjetas de créditos, es el tiempo del derroche y de la embriaguez económica. Abundancia de comida, luces intermitentes que nos devuelven a la infancia, celebraciones con la familia. Vivir en Medellín durante este mes puede ser un acercamiento al cielo si se toman ciertas medidas básicas, sin embargo, muy fácilmente podemos convertirlo en el infierno. Recomiendo para estas fechas tres simples esfuerzos, que a pesar de la obviedad necesitan enfatizarse.
Primero. Tener moderación: al tomar, al conducir, al comer, al festejar, al comprar.
Segundo. Compartir y tolerar: con la familia, con el barrio, con los amigos, con los desconocidos y de ser posible con los adversarios.
Tercero. Evitar: la violencia (en todas sus modalidades), la pólvora, el ruido, el fanatismo religioso.
Italo Calvino cierra su libro Las ciudades invisibles con una frase hermosa y contundente, que no tiene sentido parafrasear y que resumen lo que quiero decir y no puedo:
“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio” (Calvino, 1998: 171).