Lo que asusta en la verborrea de ese “acuerdo” infiltrado en en la Constitución es que se entronizan la venganza, el odio y es el regreso a la ley del Talión
Quiero insistir sobre la necesidad de propiciar un lenguaje no para la paz si no para dar una lógica a las conversaciones, al intercambio de ideas sobre la construcción de una nueva república, única manera de vencer la suspicacia y sobre todo la desconfianza entre aquellos que supuestamente van a civilizar un diálogo entre sectores representativos de la vida de un país dominado por la barbarie. Y es aquí donde se abre un gran interrogante al comprobar que se ha hecho obsoleta cualquier retórica política. ¿Qué era lo que defendían ideológicamente las Farc y qué una República supuestamente apoyada por los medios de comunicación, por un empresariado responsable, por quienes se siguen oponiendo a que se establezca un régimen totalitario y defienden tal como lo hace hoy la democracia española, el Estado de Derecho o sea la Constitución? Recordemos las argucias de Castro para engañar a la opinión mundial sobre sus verdaderas intenciones, recordemos las astucias con que Chávez engañó a los grupos empresariales. Tengamos presente bajo esta corrupción de la justicia, ciega y sorda ante las verdaderas intenciones del totalitarismo, lo que históricamente ha significado el triunfo de Macri para enterrar a un populismo que tanto daño le hizo a Argentina. El lenguaje manipulado del populismo catalán busca desvirtuar los hechos, desvirtuar la historia, imponer un léxico definido por las consignas y la falsedad ideológica como lo he venido repitiendo. Ya que fundamentalmente tal como se ha hecho evidente en Colombia, la verdad es un problema de lenguaje ya que una democracia no puede hablar con las mismas palabras de una sociedad carcelaria. Las repetidas observaciones, válidas por lo demás, al texto del llamado acuerdo de Paz debieron haber tenido lugar antes de ser redactadas por un estalinista como Enrique Santiago y cierto Colectivo cuyos propósitos son muy claros: eliminar la claridad ética de una justicia universal para introducir a cambio un sistema de juzgamiento que recuerda al paredón cubano, o, a los antiguos regímenes comunistas condenando al empresariado “cómplice y reaccionario” , a los “intelectuales burgueses”, alentando la creación de “grupos de defensa campesina” . O sea imponiendo con la más maquiavélica astucia un relato que cierto sector social hoy a la deriva, proclive a la demagogia, está presto a aceptar.¿Apenas ahora se han dado cuenta algunos empresarios de lo que va a sucederles bajo este tipo de justicia? Frente al espíritu civilista de nuestra Constitución este inserto chilla de inmediato por su dogmatismo.
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¿Qué es entonces una Constitución? Es aquella que va “a definir el régimen de los derechos y libertades de los ciudadanos y delimitar los poderes e instituciones de la organización política” Nuestra Constitución primordialmente nació del espíritu de unas leyes dictadas por las conquistas de la civilización en lucha contra la superchería y contra ese estado de postración que es la ignorancia, un espíritu humanista que a la venganza opuso la vigencia de las leyes, al terrorismo la contundencia necesaria para reprimirlo. Lo que asusta en la verborrea de ese “acuerdo” infiltrado en la Constitución es que se entronizan la venganza, el odio y es el regreso a la ley del Talión. La derrota de la razón es la derrota del Estado de Derecho, el abandono del ciudadano a lo peor.
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