Grietas en la cima

Autor: Sergio de la Torre Gómez
2 julio de 2017 - 12:02 AM

En la fisonomía de Maduro ya se dibujan los rasgos del traicionado. Con todo y lo obtuso que es, él sabe lo que le espera. Fatalidad ésta a la que no podrá escapar.

El régimen chavista presenta fisuras que, para bien o para mal, presagian un viraje. Los signos son reveladores. Sin contar lo del helicóptero, llamó mi atención el súbito cambio de estos días en la cúpula castrense, que relegó a un segundo plano al general Padrino, como pudimos columbrarlo quienes divisamos las cosas desde lejos. Su ascendiente era tal que fue él quien le frustró a Maduro su intento de robarse en el primer escrutinio nocturno la elección parlamentaria que el oficialismo ya sabía perdida. Rompiéndole el dominio absoluto que ejercía sobre las tres ramas del poder, quebrándole la vértebra del Congreso, que representa la voluntad del soberano, lo cual, por retórico que suene, es crucial en toda nación a la que le importe su imagen y nombre.

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Frenado así Maduro, presumo que soterradamente comenzó a perfilarse Padrino como aquel que podría abrirle paso al restablecimiento de una democracia en franco naufragio. A juzgar por lo que sabemos al hombre le cortaron las alas preventivamente, antes de que obrara como todos esperábamos. Me queda una pregunta, sin embargo: ¿Por qué le conservaron el cargo de Ministro de Defensa en lugar de removerlo del todo? ¿Ganas no debieron faltarle a los dómines. Este tipo de limpiezas o depuraciones en la cima de los regímenes demagógicos o neomarxistas, suelen hacerse completas. Las consabidas purgas, de sabor castrista, habituales en Venezuela, se practican desde el comienzo de la era chavista. Más aún: el mandatario o dictador de turno, o quien haga sus veces, y la camarilla que lo acompaña, han de estar alertas siempre, vigilando su entorno, no sea que aparezca un infiel, como en el Medioevo florentino (el de los Borgias, y el que retrata Maquiavelo), un infiel de esos que se tornaron emblemáticos por lo eficaces y oportunos en sus hazañas de conjura y traición, perpetradas contra su protector, para suplantarlo, así fuera el propio padre.

En la fisonomía de Maduro ya se dibujan los rasgos del traicionado que va camino de que lo remplacen. Con todo y lo obtuso que es, él sabe lo que le espera. Fatalidad ésta a la que no podrá escapar. Primero porque sus pares y compinches deben estar avisados de su poquedad e ineptitud, que salta a la vista, y luego porque en este tipo de satrapías le conviene a los camaradas, especialmente a los que actúan y aguardan en la trastienda, estar sustituyendo a quien tienen de figurón en el podio, al mismo ritmo en que se desgasta, salvo que se trate de un caudillo como Chávez, por supuesto.

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El alto oficial neutralizado y disminuido en sus funciones pudo no haber sido Padrino sino cualquier otro, y eso daría igual. Lo que importa es la connotación del hecho. El ejército es la columna vertebral del régimen y no en vano Chávez vino de allí. A diferencia de Colombia, donde la legalidad, pese a tantos conflictos y guerras civiles, siempre se respetó (herencia de Santander) en Venezuela, en toda su historia, los militares, golpistas o no, han gobernado más tiempo que los civiles. Con el agravante de que sus lapsos son vitalicios. El más corto fue el penúltimo, de Pérez Jiménez, a mediados del siglo pasado y que duró 6 años, pero Chávez, en cambio mandó por 3 lustros hasta el día de su muerte (y aún más, según Maduro, a quien dizque se le aparece en forma de pajarito para aconsejarlo). Más atrás, a comienzos de siglo, gobernó por 3 décadas el general Juan Vicente Gómez, cuya decrepitud legendaria describe García Márquez en su libro “El otoño del patriarca”. Pero interrumpamos por hoy estas notas, lector paciente y pertinaz.

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