Conociendo lo que pasa en Cuba no debería extrañarnos tanto la situación de Venezuela, un virtual pandemonium que por lo visto no tiene arreglo, al menos por ahora
Lo que se vive en Venezuela desde hace 20 años constituye un embrollo que nadie logra desenredar. Ni los más aguzados analistas del quehacer político han sabido explicarlo de forma que encaje en la lógica y responda a lo previsible o esperable según la experiencia humana acumulada en esta edad moderna, y en la postmoderna. Experiencia de donde derivan unas pautas y patrones, o leyes (como gustan llamarlas quienes en vano han intentado convertir la sociología en una ciencia exacta) que regulan los cambios y aclaran los accidentes y fenómenos de la historia, por insólitos que parezcan.
Quién iba a adivinar, por ejemplo, que Cuba, país tropical, en zona tórrida, de gentes despreocupadas, dadas por tradición al jolgorio, la improvisación, el facilismo y el dulce abandono ( o sea lo inverso del mundo europeo, habituado a la planeación, la disciplina, el trabajo productivo y la austeridad en sitios como la Unión Soviética, Alemania Oriental, Checoeslovaquia y Bulgaria en su tiempo) quién podía predecir, digo, que Cuba, que copió casi al pie de la letra el rígido modelo soviético soportado por gentes que eran la antípoda del isleño, y que repitió paso a paso, religiosamente, dicho experimento, cumplido bajo la tiranía asfixiante de un partido único, que obraba como invisible monolito, a cuya vigilancia nada escapaba en la vida social o cultural, en el ámbito familiar y privado, quién podía pues predecir que Cuba iría a sobrevivír a su protector y mentor, colapsado con Gorbachov en 1989. ¿Cómo imaginar siquiera que un pueblo de la índole del cubano pudiera resistir , sin revolverse, el mismo régimen que con estoicismo y resignación ejemplares padecieron los rusos, y por el mismo tiempo, con idénticas reglas, las mismas privaciones, adustez y restricciones a la libertad individual que Stalin y sus pares le impusieron a la patria de Gogol y Chaicovsky durante 7 décadas?
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Porque si la experiencia cubana (que increíblemente completa ya 3 generaciones) se hubiera vivido, digamos, en Uruguay, un pueblo con marcado acento europeo, que respira otro clima y se forjó con otros hábitos de vida, yo podría entenderlo. O en la paramuna y fría Bolivia, de bajo mestizaje y alta prevalencia indígena, con raíces culturales por ende muy distintas, vaya y venga. Pues se supone que el socialismo autoritario solo perdura si hay cierta flema en el alma colectiva y una como aceptación de la rutina fija e incesante que el tiempo va cultivando, y una aceptación también de la uniformidad en que descansa la tan cacareada igualdad que la selecta élite o nomenclatura le impone a la inmensa mayoría. O gleba, que allí también existe ella, igualada por lo bajo en el tan esperado, siempre prometido y nunca probado “paraíso socialista”.
Conociendo entonces lo que pasa en Cuba - así sea sin entenderlo, siendo como es, por donde se lo mire, un contrasentido histórico - no debería extrañarnos tanto la situación de Venezuela, un virtual pandemonium que por lo visto no tiene arreglo, al menos por ahora. Ese tema, desde una perspectiva más amplia y de largo plazo, lo abordaremos próximamente. Hoy limitémonos a decir que ambos casos, la isla Caribe y el drama venezolano, nos enseñan que la utopía, esa promesa de felicidad, cuando la queremos llevar a la práctica resulta ser lo opuesto a lo soñado. En el mañana de los pueblos no hay milagros ni Arcadias que entrevemos, y menos que prospectamos. Lo cual al parecer no lo entenderán nunca los apóstoles o profetas del marxismo militante, pobre y desmirriado, que circulan todavía por algunos, cada vez más escasos, rincones del planeta.
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