Esperamos que este premio contribuya, a través de la solidaridad internacional, a recuperar el derecho de las víctimas a exigir reparación para su daño irreparable y a que aquellas víctimas que recuerdan públicamente su dolor no sean descalificadas ni etiquetadas como “guerreristas”.
El Gran Premio Humanitario de Francia, que acaba de concederse a esta senadora y que compartimos con personalidades del mundo como Grace Kelly, la Princesa Diana de Francia, Bertrand Delanoe, Charles Emmanuelle de Bourbon y Alberto de Mónaco, es, ante todo, el logro de un equipo. Para la realización de las actividades humanitarias que el jurado consideró ganadoras del galardón, fue fundamental la colaboración de innumerables personas e instituciones. En cuanto a nuestras brigadas de salud en La Guajira, Chocó, Huila y Antioquia, no puedo dejar de mencionar a las entidades y empresas, como Postobón, que hicieron donaciones; a los profesionales que regalaron su tiempo, a líderes sociales y académicos, como Javier Rojas y Sergio Durán, a mi unidad de trabajo legislativo y a los medios de comunicación que, al cubrirlas, han permitido visibilizar las realidades indignantes de nuestras comunidades más vulnerables, como las de los indígenas Wayuu, Emberas, Nukak, Jiw y Yukpas.
Y si hablamos de nuestro trabajo por defender los derechos y la dignidad de las víctimas, no podemos olvidar el respaldo, en un inicio, de diversos colegas congresistas, de líderes de la talla de Herbin Hoyos y Ximena Ochoa, que nos han acompañado desde el comienzo, y de corajudos dirigentes de víctimas en los territorios, como Derly Pastrana, en el Huila; Jorge Vásquez, en el Tolima; el entrañable Misael, en el Atlántico, y Maribel Velásquez, en Bolívar, por solo citar a un puñado, entre las más de 160.000 víctimas que hoy conforman Fevcol y que hacen de esta la mayor asociación de víctimas del terrorismo en el mundo.
Debo también mencionar que el hecho de ocupar una curul en el Senado y de presidir la Comisión de Derechos Humanos, me permitió acceder con mayor facilidad a diversos espacios internacionales de importancia, para denunciar sistemáticas violaciones a los derechos de minorías y de víctimas y para abogar por soluciones. Así lo hicimos, por ejemplo, ante el Departamento de Estado de los Estados Unidos, ante varios congresistas norteamericanos, ante la directora Mundial de la Unesco, en París, y la directora regional de esa entidad, en Quito; ante la directora de ONU Mujer; ante eurodiputados y ante la Comisión Europea, en Bruselas; ante académicos de España y senadores de Francia (como Nathalie Goulet, quien nos postuló al premio, y a quien extiendo un sincerísimo agradecimiento) y ante colegas congresistas de América Latina, en Perú y México. Creo que para eso deben ser utilizadas las plataformas públicas: para buscar los mayores apoyos posibles para lograr mecanismos para la inclusión social de las poblaciones vulnerables que sean herramientas para superar su dramático panorama, y no para, jamás, “cobrar” y buscar retaliación por esas denuncias legítimas, que con rigor y datos fiables hemos hecho, como ha ocurrido cuando el Gobierno de Santos ha impedido que cumplan su curso proyectos de Ley que hemos presentado, como los urgentes de Ley de Seguridad Alimentaria y de Ley Isagén de defensa al patrimonio público. Espero que el proyecto de Curules para las Víctimas, que presenté el pasado 20 de noviembre, no sea torpedeado por el Gobierno, para que, efectivamente, podamos avanzar en este campo. Como dijera la exministra francesa Segolène Royal, otra de las meritorias ganadoras del Gran Premio Humanitario de Francia: “Un adversario político no puede ser visto como un enemigo, sino como un compañero del debate democrático”.
Ojalá este premio contribuya a generar consenso internacional para exigirle al próximo gobierno de Colombia que, en los cuatro años siguientes, se observen, finalmente, los derechos de las víctimas a una indemnización, a una vivienda, a un modo de sustento digno, con mayor autonomía y sin ser instrumentalizadas politiqueramente.
Esperamos que este premio contribuya, a través de la solidaridad internacional, a recuperar el derecho de las víctimas a exigir reparación para su daño irreparable y a que aquellas víctimas que recuerdan públicamente su dolor no sean descalificadas ni etiquetadas como “guerreristas”. Esta es una forma atroz de desconocer su condición de víctima y de revictimizarlas. Por eso, entiendo que la entrega en París de este premio, que tiene 126 años de creado, para la presidenta honoraria de la Federación Colombiana de Víctimas de las Farc, es un grito en Europa de “Queremos escuchar a las víctimas; queremos oír sus historias; queremos su verdad”.
Lo recibimos con muchísimo agradecimiento y con el compromiso de seguir luchando, en los próximos cuatro años, para que la comunidad internacional conozca la verdad sobre la situación y posición de las víctimas frente a los acuerdos entre el Gobierno de Santos y las Farc.
Mi admiración para los anteriores ganadores del Gran Premio Humanitario de Francia y mi perenne gratitud para quienes me han apoyado en la construcción de estos sueños de una Colombia más equitativa y justa, una Colombia nueva.