Presentación de un diálogo controversial del escritor Witold Gombrowicz y el artista plástico Jean Dubuffet.
Ya que uno se debe o se tiene que relacionar con los otros, sin duda, lo hace con la conciencia de que tendrá que destruir o ser destruido, devastar o ser devastado, en esa misma medida y temperatura del relacionarse. No se da nunca una relación, que no sea, entonces en este sentido, no obstante, tratemos de indicarnos a nosotros mismos, de indicarle al otro, que no es así, que no será así. Y lo es. Nada puede hacer cesar esa transparencia irrevocable del relacionar.
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Esa destrucción en el sentido de lo que cada uno en él, en el relacionar se propondrá e intentará hacer en el otro, como en sí mismo. Y esa relación del relacionar entre Gombrowicz y Dubuffet, se hace desde la irritación teórica de cada uno: Gombrowicz (La Forma) y Dubuffet (El Arte Bruto). Quedemos en que toda construcción de la teoría en ellos, proviene de una irritación crítica y estética.
“Mi enfermedad –le dice a Gombrowicz, Dubuffet- es la futurización, la mirada continua en el futuro, en un futuro brumoso que siempre retrocede. Las personas aquejadas de esta enfermedad deben evitar volver al pasado, porque una vez llegado el futuro, es muy malo para ellas” (P.14) Y Gombrowicz, le hace saber que: “Usted miente porque es un artista. ¡Qué raza de mentirosos son los artistas! El artista no busca la verdad, lo que necesita es hacer un buen cuadro, un buen poema, rematar su obra. Todo es bueno para llegar a ese fin; y, por ejemplo, inventará las más locas ideas, si con ello consigue una cierta dosis de libertad con respecto a su obra”. (P. 44).
Portada del libro Correspondencia, publicado por Anagrama
De esa manera lo hicieron Witold Gombrowicz y Jean Dubuffet, ante la necesidad que se les propuso a cada uno de ellos para hacer este intercambio de posiciones y posturas, o sea, intencional e interesadamente. Y así lo hicieron evidente, en medio de la tormentosidad crítica y contradictoria. El relacionar tiene como principio y base, sustituibles e insustituibles la contradicción, la crisis a la que uno y otro se llevan con la intención de establecer un poder, de instalar para cada uno su verdad, de inyectarla, de probarla. Probar la verdad de cada uno, en este intercambio de posiciones, como hemos dicho, es lo que se da para uno y para el otro, como por decir entre una mónada (Leibniz) y un idola (Francis Bacon). Gombrowicz no cede ni hace concesiones de ser el mismo, de mostrar al otro, quién es y que ha hecho, como se ha formado, desde donde se ha formado como escritor y del porqué de su escritura.
Y le dice Gombrowicz a Dubuffet, que se instala en su arte como un nihilista, pues tiene que serlo, dado que así lo ha decidido: “Usted es nihilista por necesidad. Y ya he dicho en otra parte que esas verdades de artista pueden ser más importantes que las fórmulas del filósofo, ya que nacen de una afirmación de la vida, de la voluntad de dotar a la obra de la mayor vitalidad posible”. (P. 44).
Y Dubuffet, de la misma manera, no cede ni indica que hará concesiones nunca, a lo que el otro dice de él como pintor y de la pintura. Relacionarse, es entonces una decisión que conlleva problemas y equívocos, que es necesario resolver, que es necesario hacer más transparentes para uno y otro.
Conversar sin ceder
Resolverse en cada uno, sin ceder en lo que son, en lo que han construido, tanto Gombrowicz como Dubuffet. “Es muy agudo lo que escribe a propósito del ‘pequeño drama cartesiano que se desarrolla en cada una de mis frases’, ya que, en verdad, ese es mi tormento, el gran deseo de no condicionarme que tanto esfuerzo me cuesta, y, debido al cual siempre debo estar en lucha conmigo mismo. Cuesta mucho cambiar la sangre, quiero decir cambiarla totalmente. Me esfuerzo en ello”. (P. 21).
Es una dimensión de sus naturalezas en el arte, que se contradicen, que se hacen inasimilables, por lo que se basan en momentos, en lo que cada uno dice, en la ironía, la rebelión. Y en cada momento, se demuestra, que cada uno de ellos, se rebelan contra sí mismo y contra el otro. Rebelión en uno mismo (Gombrowicz) que tiene que demostrar lo que dice y lo que hace, sin excluirse de teorizar, estructurar lo racionalizado de su teoría; y rebelión del otro (Dubuffet) que también tiene que teorizar, estructura lo racionalizado de su teoría.
Ni el uno ni el otro, tienen como eximirse de no hacerlo, teorizar desde una racionalidad delirante, formal o no. No saben cómo no hacerlo, como mostrar que es la duda en el uno y en el otro del alcance y la dimensión del arte, a la que los dos deben conectarse en un terreno que puede ser o no ser el mismo, como queda demostrado cuando Gombrowicz le dice a Dubuffet: “Me preguntaba en una de sus cartas qué es lo que tengo en contra de la pintura. Pues bien, mi querido amigo, mi única arma contra la pintura es el CIGARRILLO y con el CIGARRILLO me propongo destruirla. O sea: nuestros valores se basan siempre en la necesidad. Las necesidades pueden ser legítimas, naturales, o bien artificiales. Si usted necesita pan, es legítimo; pero si necesita un CIGARRILLO es porque anteriormente ha adquirido el vicio de fumar, es una necesidad artificial. Entonces, nuestra admiración por la pintura es la consecuencia de un largo proceso de adaptación que se ha llevado a cabo durante siglos y por razones, muy a menudo, que no tienen nada que ver con el arte ni con el espíritu. La pintura se ha creado su receptor. Es una relación convencional”. (P. 23).
El polaco, residenciado en París y Argentina, Witold Gombrowicz (1904-1969) es un escritor vanguardista del siglo XX, el de las vanguardias
Cada uno se involucra, entonces con y desde una visión del arte, la tiene como causa y el otro también. Nadie quiere pues hacer concesiones. Este libro, hace pues la tarea de provocación estética, que tanto son del carácter y el temperamento de Gombrowicz, como del de Dubuffet y nos quedan unas reflexiones tremendas por su contenido radical sobre la literatura y la pintura y la manera de vivirlas y sentirlas.
Prueba contundente del relacionar, la muerte simbólica y real del uno en la relación concertada, consensualizada con el otro, eso sí, es necesario relevarlo; pero desde la condición crítica de la realidad de la naturaleza del arte en cada uno de ellos. Cada uno en su posición realiza su dimensión estética (Marcuse), cada uno es intervenido por el otro.