Los campos de concentración, la maquinaria moderna de exterminio masivo y todos los inimaginables horrores de semejantes persecuciones, hubieran podido evitarse. Al parecer, en Turquía fue legitimado el intento de exterminio de una población minoritaria. De la misma manera como los armenios fueron culpados de ser aliados de los rusos, —los enemigos mortales de los turcos— los judios fueron acusados por los nazis de ser los culpables de la derrota de la Primera Guerra Mundial, de ser los culpables de los tratados de Versalles y de ser los culpables del comunismo.
Raphael Lemkin, jurista polaco de origen judío, fue el primero en adoptar la palabra “genocidio”. Termino que hará erizar la piel, sobre todo a quienes conocen de un hecho de tal magnitud. Por ejemplo, el genocidio armenio. Este genocidio fue una persecución cruenta; con el fin de destruir un pueblo, con el fin de exterminarlo de la faz de la tierra. El imperio turco otomano, arremetió con toda su ira contra una minoría, la armenia. Es Lemkin quien llevaría el concepto de genocidio hasta su reconocimiento como crimen de lesa humanidad. Reconociendo este delito dentro del derecho internacional, de lejos el mayor delito que se pudiera perpetuar sobre una nación.
El término genocidio está conformado por el sustantivo del griego: genos, que hace referencia a pueblo y a raza y el sufijo del latín: cide, que hace referencia a matar. Sin embargo, el primer plan de Lemkin era acuñar los términos de: crimen de barbarie y crimen de vandalismo. Mas, una sociedad hipócrita e inhumanizada rechazó esta propuesta. Al parecer, la matanza de un millón y medio de inocentes, de civiles armenios, no era un hecho de interés para el derecho y la comunidad internacional. Quizás, el poderío del imperio otomano y de su aliada Alemania, quien, está comprobado, entrenó y suministró las armas a los turcos, para que pudiesen llevar a cabo su perverso plan.
El holocausto armenio o Gran Crimen, es a día de hoy negado por sus perpetradores, y fue el antecesor del holocausto judío o “Shoah”, que multiplicaría las cifras del primero, y en el cual, él mismo Lemkin perdería a casi 50 de sus familiares judíos polacos, entre estos, sus padres. Y, todo por la impunidad del crimen que el holocausto armenio dejó, al ser olvidado y casi que perdonado por la comunidad internacional. Lemkin, decidió embarcarse en la travesía de llegar con el término genocidio hasta las cortes internacionales, a raíz de un suceso a sus 20 años. Un joven armenio, llamado Soghomon Tehlirian —había perdido 85 parientes— asesinó en Berlín a Talat Bajà, exgran Visir y responsable de la masacre de su aldea y sentenciado como principal responsable del genocidio armenio.
Raphael Lemkin, sobrevivió al exterminio nazi, pues emigró apenas después que las leyes antisemitas comenzaran a promulgarse. En 1939, arribó a America. Allí público su primer libro. Este, definía el concepto de genocidio así: “Es la puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento”. Claro está, el genocidio judío estaba apenas comenzando, era de suponer que Lemkin ahora no sólo era un estudioso del derecho internacional y de lo referente al genocidio, ahora él mismo era una víctima que se salvó por poco de haber sido una cifra más dentro de un genocidio nunca antes visto. Genocidio que sobrepasaba por creces a lo sucedido hacia décadas en Turquía.
Ahora bien, ¿cómo es posible que nadie hubiera juzgado formalmente una extinción de casi la totalidad de un pueblo? Y aún mucho peor, este hecho que se mantendría en la impunidad daría paso a toda la maquinaria de exterminio nazi. El genocidio armenio que llamó tanto la atención a Lemkin —más no la atención de las demás naciones—, consistió en el primer asesinato sistemático moderno de una nación sobre otra. El fin de los turcos era el de eliminar la cultura armenia. Una cultura de las más antiguas de la historia, la Gran Armenia o el Imperio armenio dominó el Cáucaso, incluyendo parte de Turquía y a Siria. Sin embargo, con el paso del tiempo, se convirtió en una pequeña nación.
Entre 1915 y hasta 1923, la población armenia fue perseguida y masacrada por los Jóvenes Turcos, un partido nacionalista, que también se ensañaría ya en el poder con la minoría griega de Anatolia. Los líderes de este partido, pervertidos por la sed del poder, destituyeron al último sultán autocrático; Abdul Hamid II, hijo de madre armenia de hecho. Aunque su islamismo radical y su rechazo a occidente, hacían de él un líder anacrónico. Comenzó con la persecución a los armenios, quienes al ser cristianos —La iglesia nacional más antigua del mundo— y tener relación con el Imperio ruso, estaban bajo la mira turca.
Entre 1894 y 1897 hubo una masacre de armenios que se revelaron al sultán, antes de que este fuera depuesto y desterrado en 1909. A causa de “la alianza germano-otomana”, Turquía fue hostigada a entrar en la primera Gran Guerra, como aliada del Imperio alemán. Tras la derrota del bloque alemán, el Imperio otomano sería desmembrado. Contrario a las promesas de los alemanes de recuperar las partes de Europa que otrora habían sido parte de su basto Imperio.
El genocidio armenio, no fue el único de la época, pero si el que más víctimas cobró. De aproximadamente dos millones de armenios, solo quedarían medio millón como sobrevivientes. Otros genocidios perpetuados por los Jóvenes Turcos, fueron el genocidio griego y el genocidio asirio. La ONU y la comunidad internacional en general no reconocen estos actos de barbarie y de vandalismo como valientemente el profesor Lemkin propuso denominar. Es la “política genocida” la promotora de semejante atrocidad.
Desde 1915, los armenios empezaron a ser deportados. Debían caminar hasta Armenia. Las caminatas iban acompañadas de abusos seriales, privaciones de todo tipo, sin comida y sin bebida. Fueron robados, expropiados y finalmente exterminados hasta 1923. Turquía en un acto de negación y de absurdo, niega que esto haya sido un genocidio y otorga la culpa a un conflicto interno interétnico. En la actualidad menos de 30 Estados, reconocen el genocidio armenio, nadie habla del asirio ni del griego, y finalmente, los turcos aborrecen el tema y pareciera que cada vez estarán más lejos de reconocer su responsabilidad en los terribles sucesos.
Los armenios, fueron culpados públicamente por la derrota turca en la guerra del Oriente o guerra ruso-turca, con duración de sólo un año, entre 1877 y 1878. También, causaban celos a los musulmanes que habían sido expulsados de Rusia, denominados “Muhacires”. Los armenios habían logrado ser bastante prósperos, existía asimismo una elite armenia en Istanbul. En 1909 aconteció la masacre de Adana, alrededor de 30 mil armenios fueron asesinados, el gran visir Hüseyin Hilmi Pasha afirmó que la masacre era una “cuestión política, no una cuestión religiosa”, como si esto cambiara las cosas. Pogromos, violaciones, masacres habían sido la antesala del genocidio final.
Al igual que el holocausto armenio de principios de siglo, acontecería el holocausto judío a mediados del siglo XX. Raphael Lemkin, decidió empeñar su vida a llevar el término genocidio hasta la corte internacional, como presintiendo que otro genocidio se acercaba. Hitler dijo previo de invadir Polonia en 1939: ¿quién hablaba hoy de la aniquilación de los armenios? Pues invitaba a aniquilar a la raza eslava y con sarcasmo y cinismo, proponía que se hiciera lo mismo que los turcos habían hecho. Mujeres y niños serían hasta quemados vivos, así lo habían hecho los turcos también. También había propuesto ya un genocidio en 1919 en su primer documento político escribió que: “la cuestión judía debía resolverse mediante la eliminación total de los judíos de Europa a través de una eficiente planificación”.
Los campos de concentración, la maquinaria moderna de exterminio masivo y todos los inimaginables horrores de semejantes persecuciones, hubieran podido evitarse. Al parecer, en Turquía fue legitimado el intento de exterminio de una población minoritaria. De la misma manera como los armenios fueron culpados de ser aliados de los rusos, —los enemigos mortales de los turcos— los judios fueron acusados por los nazis de ser los culpables de la derrota de la Primera Guerra Mundial, de ser los culpables de los tratados de Versalles y de ser los culpables del comunismo. La persecución no tardó mucho en empezar. Las leyes antisemitas de Nuremberg, la noche de los cristales rotos y finalmente la promulgación de la “solución final”, acarrearían consigo el asesinato de seis millones de civiles inocentes. Desde 1938 hasta 1945, se levaría a cabo la peor exterminación moderna hacia una población en la historia.
Tanto a judíos como armenios les fueron expropiados todos sus bienes. Y, casi que logran con el cometido de eliminar a estos dos valerosos pueblos, que el único error que cometieron fue participar en el desarrollo económico de Turquía y respectivamente de Alemania. Confiar en que estarían seguros y protegidos de los celos que conlleva el éxito financiero y social, sería el único “crimen” cometido por estos. Pero, ¿acaso no se puede probar suerte en una tierra extranjera? O, debería hacerse sin ambición de tener una calidad de vida óptima, entonces. Para no despertar la ira de los nativos y de los otros emigrantes nuevos o refugiados.
Alemania, involucrada en el genocidio armenio, había promovido los ideales totalitarios y militaristas de exterminio a un colectivo, además se lucró con la venta de armas a los turcos y ensayó lo que sería unos años después su propia persecución a una minoría, con características similares a la armenia. Los kurdos y los islamistas radicales también aprovecharon en su momento lo que sería la “cacería de brujas” contra los armenios. Un juego de intereses y de poderes malignos convergió en aquellas situaciones, aprovechando el momento y sacando provecho para sí mismos.
Winston Churchill se refirió al genocidio perpetrado por los nazis como: “el crimen sin nombre”, en 1944. Lemkin le dio nombre al “crimen sin nombre”, por lo impresionante que significa el solo hecho de no poder imaginarse una aniquilación de millones de personas. Genocidio, es el nombre contestaría Lemkin a Churchill y a pesar de haber muerto en la pobreza absoluta —gastó todo su dinero en la causa— y con solo 59 años, lograría finalmente su cometido. En 1946, el término genocidio fue utilizado en los juicios de Nuremberg, sin embargo, es absurdo, es surrealista, incluso. Ya que, ningún alto mando Nazi sería juzgado por el genocidio judío. Luego, Las Naciones Unidas, recién creadas, acuñarán el crimen de genocidio como parte del derecho internacional; en su resolución 96. Cumpliendo la noble visión de Lemkin, quien dejó plasmada en sus memorias esta premisa: “Me di cuenta de que el mundo debía adoptar una ley contra ese tipo de asesinatos raciales o religiosos”.