Si doña Claudia entonces, está reversando en las encuestas, es porque en lugar de controlar a tiempo y en el acto su maquinal, proverbial intolerancia, pareciera disfrutarla
No es por causa de sus ideas y planteamientos, ni de los continuos cambios que ellos experimentan a medida que pasa el tiempo y mudan las circunstancias, que doña Claudia López se rezaga en las encuestas. Siendo éstas, como se supone, reflejo de la repulsa o adhesión que genera un candidato entre la gente. Que la dama en mención primero simpatizara con Petro y luego con Fajardo, y que hoy secunde a Peñalosa en el Metro, su más controvertido prospecto para Bogotá, mientras ayer lo cuestionaba acerbamente, eso no es lo que más afecta su imagen e incide en el previsible resultado final de la contienda que ahora se libra, pues la firmeza en las convicciones no es muy corriente aquí ni nadie la garantiza. Mejor dicho, entre nosotros no pesa tanto la coherencia como para decidir la suerte de un candidato. Quienes aspiran a ser elegidos a un cargo cualquiera, sea nacional o local, suelen moverse al vaivén de los acontecimientos, giros y tendencias que se van dando en la opinión ciudadana. La cual tampoco es muy estable que digamos.
Las encuestas y sondeos en la práctica constituyen una especie de “preelección”, según la percepción que de los aspirantes en liza haya en el alma colectiva, siempre tan voluble y vulnerable a las apariencias y el espectáculo. Se avanza o retrocede por obra de factores ajenos al atractivo o carisma del pretendiente, o a la bondad y factibilidad de sus ofertas y promesas. Cosas tan desiguales y ventajosas como la publicidad en televisión, prensa y radio y lo que por ellas pagan, a manos rotas, las campañas, determinando las preferencias del público. O prácticas malsanas como la compra de votos, o la promesa fácil pero inviable dirigida al núcleo más desamparado e ignorante de la población, todo ello repercute en la confianza y credibilidad que despierta un candidato.
Mas no olvidemos que a la larga lo que más incide es el carácter, su talante, su manera de comportarse en el día a día, de relacionarse y reaccionar frente al prójimo. Y aquí se impone no confundir nunca el carácter con la bravuconada o la entereza con la furia. Mucho cuenta el temperamento en el liderazgo que se ejerza o se busque, pues no es lo mismo ser firme a ser insolente. La mirada iracunda, o siquiera severa, el tono (o tonito, como decían nuestras tías) provocador o regañón, el ademán brusco (recuérdese a Vargas Lleras y en qué terminó) infunden miedo y alejan a la gente cuando no la previenen sobre la ecuanimidad y estabilidad emocional de un futuro alcalde, o alcaldesa. Doña Claudia, verbigracia, a no dudarlo es persona intachable, diríase que, en todo, salvo en algo que cada vez soporta menos un país cargado de pugnacidad, desgarrado por tantas trifulcas mayores y menores, pese a que, así se a medias, va superándose su largo, enconado conflicto con las Farc. Si doña Claudia entonces, está reversando en las encuestas, es porque en lugar de controlar a tiempo y en el acto su maquinal, proverbial intolerancia, pareciera disfrutarla. Tanto que a veces nos luce como traída de uno de esos tribunales medioevales de la Inquisición, o algo semejante, donde el juez, antes de enviarlo a la hoguera, fulminaba al reo con la mirada. Y, por supuesto, lo que para proceder recibía el verdugo ya era un semicadáver, alguien más muerto que vivo. En fin, luego trataremos otras facetas del personaje que hoy cariñosamente nos ocupa.