La maestra Lucila González de Chaves presenta al autor francés Georges Duhamel, también médico que debió estar en la Primera Guerra Mundial
“Si la civilización material no está primero en el corazón de los hombres, es inútil esperar que exista”. Esta es una frase directriz, cuyo significado – no siempre con las mismas palabras – alumbra el pensamiento y el verbo del gran escritor francés, Georges Duhamel, en la primera mitad del siglo XX (1884 – 1966).
Un maestro en estilo y pensamiento
Fue un brillante escritor de narrativa, teatro, poesía y ensayo; y, en su condición de médico, dejó representativas obras sobre medicina.
Como oficial médico atendió en la Primera Guerra Mundial, en el frente de batalla, a los soldados heridos; de esas experiencias nacieron inolvidables relatos como La vida de los mártires y Civilización, esta última ganadora del Premio Literario Goncourt.
En 1935 ingresó con honores a la Academia Francesa.
Duhamel, conocedor apasionado de la música, escribió serias y profundas críticas sobre todos los aspectos musicales, para el periódico francés Le Figaro.
Al decir de uno de sus biógrafos, sus obras reflejan un estilo compasivo, pero también inquietante, y a veces irritable, sobre la libertad del individuo, la dignidad y la bondad de los seres humanos.
La inmortalidad del alma, el más allá, el premio o el castigo, las virtudes, la perfección, han sido temas sagrados tratados en la literatura profana. Muchos son los libros de carácter especulativo que a dichos temas se refieren. Desde el célebre Dante hasta hoy, el gran misterio ha inspirado a ensayistas, novelistas, poetas; todo cuanto han escrito es tremendamente inquietante.
Duhamel hace de la literatura una disciplina en la que se advierte claramente la necesidad de exponer un contenido espiritual mediante la imaginación genial y el poder verbal. Su narrativa puede clasificarse en dos ciclos: las historias de los Salavin, y las crónicas de los Pasquier.
Si la obra de un artista “le da su nivel espiritual”, dos novelas expresan lo que Duhamel es y lo que significa en la literatura francesa.
El imperio de las sombras
Es una novela constituida por cartas, once en total, que Tomás Lestrangier escribe a su esposa, desde el imperio de las sombras. Pinta un mundo del más allá, pero no logra desprenderse completamente de la realidad de este de acá. Así, aquel mundo resulta planteado sobre las cosas conocidas: los interminables papeleos para lograr pasar de un sitio a otro, los turnos prolongados, las necesidades físicas: alimento, vestido; también el concepto de grupos, las aglomeraciones, las imprescindibles clasificaciones, la superpoblación, la guerra, etc.
En el mundo del dolor – y solo trata de este - los tormentos están clasificados y valorados por épocas: tormentos para los que vivieron en la Edad Media, para los de la antigüedad, etc.
Cuando presenta a don Juan Tenorio como espécimen del museo del mal, pone en su boca estas palabras: “Es la doctrina del menor esfuerzo la que conduce a la fidelidad y a la virtud, esos estados de abyección”. Es un don Juan cínico y arribista.
El tormento de Hitler no es repetir atrocidades, sino que “ha sido nombrado führer de las cucarachas condenadas” (el protagonista dice que hay tormento para los seres de los tres reinos). Hitler les pasa revista y les endilga discursos infinitos; cuando lo ciega la ira, descarga su pistola sobre las cucarachas y las arañas. Este es el eterno castigo para el engreimiento, la cólera, la ambición de dominio.
En el mundo del terror solo hay una alternativa: o sufrir o hacer sufrir a los demás. ¿Cuál es más pavoroso?
Diario de un aspirante a santo
En esta obra, todo el argumento se mueve bajo un signo distinto: A los cuarenta años, Luis Salavin hace una revisión de vida y empieza a sacar conclusiones y a analizarlas, pero en sus apreciaciones hay cierta puerilidad. Quizás la perfección del estilo del autor consista – aquí, en esta novela - en dejar claramente expuesta la idea compulsiva del protagonista.
Como resuelve hacerse santo, Luis Salavin empieza a escribir un diario a base de sus acciones y pensamientos encaminados a este fin. Pero, a partir de este momento se le complican tremendamente pensamientos y acciones, lo mismo que las relaciones con los demás…
Quizás es que la santidad, como el amor, no se racionaliza, y él analiza demasiado.
Quizás sea que el protagonista empezó al revés. ¿No será que la santidad es un hacer de adentro hacia afuera?, y él está preocupado por todo lo externo.
Salavin es una maraña de pensamientos y análisis inquietantes, controvertibles, irritantes, sarcásticos. Algunos de sus muy exclusivos raciocinios:
1-“Soy de carácter desconfiado, por lo que no he tenido muchos amigos”.
2-“Desempeño un empleo que corresponde a mis aptitudes y a mis conocimientos; estos, confusos y aquellas, limitadas”.
3-“He leído mucho, he reflexionado y he sufrido”.
4-“No somos responsables de nuestros pensamientos, sino del sentimiento que les damos con nuestras obras”.
5-“Nada soy, pues nunca he dado mi medida”.
6-“El que no puede elevarse en la ciencia ni en el arte, ni por medio de la palabra o del dinero, puede, al menos, convertirse en santo”.
7-“Lo que hace al santo no es especialmente el fervor religioso, sino la conducta humana de un hombre […], o mejor, la ordenación de su vida moral”.
8-“La santidad no consiste en la posesión sino en la conquista de las virtudes”.
9-“No es en la paz, sino en medio de la tempestad cuando se debe desempeñar el papel de…”turista”. (Vale decir: santo).
(El protagonista resuelve dar una palabra acomodaticia a la santidad, la llama “turismo”).
10-“En la mayoría de los santos hay un prodigioso hastío del siglo”.
11- “Todavía no desprecio bastante a la humanidad para hacerme santo a ese costo”.
12-“La humildad de los santos es paradójica. Consiste en una competencia por quién será el más pobre, el más modesto, el más oscuro”, etc……..
Georges Duhamel (1884-1965), médico y escritor.
El proceso siguiente es la confesión. Se siente frustrado porque esperaba mucho del confesor y su estrecha conciencia lo acosaba desesperadamente. Repite la experiencia, y viene de nuevo la frustración. Una vez más, es cierto que la paz, el estado de gracia no vienen de afuera, nacen dentro de uno mismo.
Luis Salavin decide, entonces, buscar a un sabio pastor que lo guíe; pero, su sorpresa es fatal cuando oye al pastor decirle, después de escucharle toda su historia: “Usted es un esquizoide”. Le promete aliviarlo y le recomienda confiar, porque: “Si se tiene confianza, se tiene fe”.
Salavin es, pues, una vida vivida en una exaltación inútil, en un anhelo mal encaminado, con planteamientos equivocados; termina en un hospital, que nada tendría de raro si fuese un manicomio. Buscó ser santo y consiguió ser loco. Casi al final de su vida exclama su última controvertida confesión: “Un día me olvidaré hasta de mí mismo, por fortuna. Sin duda, en eso reside la santidad”.
(Esta novela también ha sido traducida con el título de Diario de Luis Salamin).
Un poco de ironía; un poco de confusión
En la novela A la vista de la tierra prometida se lee este fragmento, reflexiones no muy ubicadas, expresadas por el protagonista a un su amigo:
"Pienso en que hace dos meses discurríamos aun gravemente, vagabundeando a orillas del Marne, sobre la redención del mundo por la ciencia, por el arte, ¡Por no sé qué más! ¡Oh!, ¡no es que me ría, ten la seguridad! El arte conserva un puesto de honor en mi espíritu, aún le pido entusiasmos, consuelos y precisiones; en cuanto a la ciencia, le voy a consagrar mi vida; pero sin retórica.
Justin, sin trémolos, sin champaña, sin la mano sobre el corazón; con el deseo único de comprender algo de este mundo extravagante.
Se nos ha llenado el cerebro de una multitud de ideas que sin duda son muy respetables pero no dejan de ser bastante bobas. Y ahora, henos aquí al pie de la tapia, que habrá que saltar. Es triste encontrarse, a los veinte años tan desnudo como yo lo estoy, tan desamparado. No me falta, sin embargo, valor. ¡Al contrario! Porque amigo mío, en mi corazón se ha producido una gran revolución. Hace quince días estaba completamente desesperado. Y, ahora, todo ha cambiado. ¿Cómo? No podría explicarlo. ¡Quiero vivir! ¡Quiero vivir para mí! ¡Quiero amar! ¡Gozar de la belleza del mundo! Quiero salvarme yo solo. En fin, tengo todo un programa que comprende tres partes esenciales:
La primera concierne al amor; la segunda a la libertad; la tercera, a la gloria. Te lo explicaré todo cuando vuelvas. Se me ha vuelto a apagar el fuego. El petróleo mengua en el quinqué. No quiero comenzar un siglo, el siglo maestro, con una mecha que humea, y cenizas frías en mi primer hogar. Date prisa a volver a mis brazos”.