En su visita a Birmania y Bangladés, el papa ha llamado a la “unidad en la diferencia”, reclamando respeto, actuaciones legales y convivencia.
Culmina hoy la visita del Papa Francisco a Birmania, país de mayoría budista, y Bangladés, con mayoría musulmana, naciones en la que las minorías católicas cumplen importante papel ayudando a catalizar conflictos de índole étnico y religioso, como el que sufren los rohingyas. Planeado desde julio, cuando no había iniciado la persecución de radicales budistas a la minoría musulmana de Birmania, el viaje de seis días tuvo como marco el llamado a los pueblos a superar esa tragedia que ha provocado la muerte de miles y la huida de 620.000 personas de Birmania a Bangladés.
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Aunque voceros del Vaticano han recalcado que el propósito de la visita pontificia no era atender ese conflicto sino animar a la población católica, también han reconocido que la diplomacia papal intenta apoyar la búsqueda de soluciones que garanticen el retorno de los refugiados en un marco de respeto a su vida, valores y creencias. Un primer acuerdo de retorno suscrito entre los gobiernos de ambos países, pero no iniciado a implementar, genera interés, aunque todavía no grandes esperanzas.
En este viaje, el Pontífice ha cumplido importantes reuniones con las jerarquías, los prelados y los católicos, a los que ha invitado a apoyar la unidad de los pueblos, demostrando así que su interés ha sido dejar profundos mensajes sobre unidad, respeto y reconciliación. A los birmanos les ha notificado que “el futuro de Myanmar (Birmania) ha de ser la paz, basada en el respeto por la dignidad y los derechos de cada miembro de la sociedad; de cada grupo étnico y su identidad; por las leyes, y por el orden democrático”. Ante los bangladesíes, por su parte, ha reconocido el respeto nacional por las libertades religiosas, llamando a que “sea una llamada de atención respetuosa pero firme hacia quien busque fomentar la división, el odio y la violencia en nombre de la religión”. Con estos mensajes, el papa demostró la vacuidad de radicalizados críticos que pretendieron demeritar su visita y mensaje porque en su primer discurso en Naipyidó, capital birmana, no mencionó directamente a los rohingyas, aunque sí habló de la persecución por razones religiosas.
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Este viaje es el primero que realiza su santidad tras la visita a Colombia, en la que señaló el camino para incluir “a quienes habían sido alejados y los incluyó como protagonistas de ese proceso difícil hacia la paz”, como dijimos el 11 de septiembre. Sus encuentros abiertos e incluyentes buscando la reconciliación del pueblo birmano lo ratifica como el mensajero de la paz que trae esperanza a los olvidados y oprimidos por intereses particulares.
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