La mentalidad, o vocación lumperil del coronel Chávez, le permitió entender desde un comienzo que lo primero a hacer, el primer paso a dar para perdurar en el mando era comprarse al Ejército.
Hoy hablaremos del populismo de izquierda en América Latina. Advirtiendo previamente que lo llamamos “de izquierda” en gracia de discusión, por mera comodidad lexicográfica y para facilitarle al lector la comprensión del tema. De ahí la adscripción de dicha tendencia a una ideología ya conocida por sus símbolos y lenguaje. El cual, como bien lo sabemos, suele cambiar poco con el paso del tiempo.
Puntualicemos: dentro de la más estricta ortodoxia doctrinaria lo que distingue a la izquierda es su prospecto de redistribuir la riqueza a favor de los pobres, al paso que la derecha pregona lo opuesto: no redistribuir nada y mantener el statu quo, vale decir la desigualdad e inequidad que aprovecha a los ricos. He ahí la esencia de todo. La simplificación suena algo esquemática y arbitraria pero nos revela de un golpe el quid del asunto. Sin embargo el populismo, la marea que bañó a Latinoamérica entera, enredó la vieja noción atrás enunciada sobre la bipolaridad política. O, dicho en otros términos, sobre aquello que la humanidad conoce como izquierda (concepto plurifacético, a menudo acomodado o falseado), y de paso el populismo confundió la lengua de sus cultores y exponentes, empeorando al máximo las cosas, como si se tratara de una torre de Babel en el Trópico. Dicho populismo, que se dice progresista o avanzado, cuyo paradigma es el chavismo venezolano, expropia a los empresarios productivos y en general a los ricos que no le son afectos, pero los expropia ya no a favor de los desposeídos sino de la nomenclatura, o nueva burocracia civil y militar. Y le echa mano a los recursos públicos, tal como ocurrió en el país vecino, donde la renta petrolera de 20 años (el tiempo que ajusta la hegemonía chavista) terminó en los bolsillos de los validos del régimen, entre los cuales se cuentan los generales, que fueron multiplicados varias veces a fin de asegurar su lealtad mediante el soborno remuneratorio y la rampante corrupción consentida.
La mentalidad, o vocación lumperil del coronel Chávez, le permitió entender desde un comienzo que lo primero a hacer, el primer paso a dar para perdurar en el mando era comprarse al Ejército a punta de ascensos, grados prematuros y canonjías varias. Armando una cadena de favores, complicidades y negocios. Entregándole, por ejemplo, el manejo sin control de la importación y comercialización de víveres, medicamentos y demás productos de primera necesidad.
En medio de semejante estropicio, de tanta fiebre e improvisación, y del alegre desparpajo con que exhibe su monumental fracaso el modelo que quiso regalarle al subcontinente (socialismo del siglo veintiuno), algo que sí debiéramos abonarle, primero que todo a Cuba, es que supo aplicar la fórmula soviética para perpetuarse en el poder, imitándola al pie de la letra. La fórmula del Monolito, como la hemos llamado. O sea el dominio total y sin fisuras de la sociedad a partir de un bloque compacto e impenetrable, a prueba de conspiraciones y fracturas visibles, que ejerce un control totalitario desde la hegemonía inextinguible, o casi, del partido único, que en los casos de la Urss, Norcorea, China, etc. es el partido comunista. Venezuela va, (o iba… ojalá) camino de ensayar esa fórmula, que fue o sigue siendo infalible en los países citados, según sea el caso. Pero el tema, lector amigo, no termina aquí, pues la actualidad que se vive al lado lo seguirá reclamando.