Nuestros jóvenes gritan y hay un país que no los escucha, pero, ¿cómo solidarizarse si no entendemos el por qué de la protesta?
Quisiera en esta oportunidad detenerme un poco, luego de las convulsionadas semanas que hemos tenido por cuenta de la protesta estudiantil, en el sentido profundo que representa la lucha, la denuncia y la voz que en el desierto político y social los estudiantes elevan. Se escuchan los gritos, las consignas, se ven las almas enardecidas y la indiferencia de un país que ha sobre diagnosticado que nuestro principal problema es la educación y, cuando salen los estudiantes a reclamar sus derechos son estigmatizados y señalados como bandidos. En el seno de la universidad, las luchas sociales y los reclamos por condiciones de justicia y equidad siempre han estado vigentes. Hace 500 años, la protagonista era la universidad de Salamanca. Un grupo de estudiantes que habían llegado a la América descubierta por Colón, denunciaron abiertamente la injusticia que se estaba fraguando en el nuevo continente; hecho de vital importancia al que se le aduce el nacimiento del derecho internacional. “Ego vox clamantis in deserto“. “Yo soy la voz que clama en el desierto”. Con esta célebre frase tomada del Evangelio de San Juan, en la que el Bautista responde a la pregunta ¿quién eres?, y que antes se escucharía en la voz del profeta Isaías, comienza el discurso que quince siglos después del Bautista, en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana, un hombre dirigiera a todos los colonos españoles una vez subido al púlpito. Un fraile dominico venido de la Salmantina, con el vigor y la sensibilidad dio comienzo a una serie de denuncias, que si bien, tuvo eco en la Corona Española, muy poco se podía hacer ante la desobligante actitud de quienes ejercían el poder. Fray Antonio de Montesinos, con un grito de lucha reclama dignidad para los indígenas. Qué lindo ver ahora a los mismos indígenas en Ecuador elevando la voz, convencidos de su lucha, comprometidos con sus propios destinos.
El sermón de Montesinos no es una simple denuncia, es un grito. Para la tradición judía y cristiana, el profetismo estaba vinculado con el compromiso del grito. Elevamos la voz para arrancar, destruir, construir, reclamar y plantar. Nuestros jóvenes gritan y hay un país que no los escucha, pero, ¿cómo solidarizarse si no entendemos el por qué de la protesta? He aquí el problema. Los estudiantes gritan y no sabemos por qué lo hacen, para qué y qué ganan o pierden. Hace 500 años, Montesinos justificaba su grito con el reconocimiento que quien habla es “la voz que os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír “. Si con atención nos damos cuenta del reclamo de los estudiantes, nuestra solidaridad estaría con ellos. Una solidaridad capaz de hacer que los ciudadanos conscientes pongan sus buenos sentimientos para salir adelante. En estos términos, la solidaridad se define como la colaboración mutua en las personas, como aquel sentimiento que mantiene a todos unidos en todo momento, especialmente cuando se vivencian experiencias difíciles de las que no resulta fácil salir.
Nuestros estudiantes reclaman la solidaridad de todos. Esta solidaridad implica que comprendamos cuál es su lucha, el por qué de sus gritos, sus sentimientos de dolor frente a la cruel inequidad en el que el sistema educativo se ha visto por años y la creciente corrupción. Esta, no puede ser una causa perdida, si lo es, sencillamente seguirá siendo la causa de las generaciones venideras. Los estudiantes requieren de nuestra solidaridad para salir de anonimato, para hacerlos visibles, hacerlos parte constitutiva en el proceso de seguir construyendo nuestro país. Los estudiantes requieren de nuestra solidaridad para sentir el ánimo y seguir gritando, para no ser señalados como delincuentes cuando la lucha es cruelmente camuflada por quienes quieren hacer daño o apagar sus voces. Esta es una lucha de todos y de nuestra solidaridad depende que este gobierno le preste atención a los gritos de los muchachos que desesperadamente alzan su voz para tener un mejor país. Eduquemos en la solidaridad para tener realmente ciudadanos. Queremos gobernantes preocupados más que en construir ciudades en hacer de sus habitantes ciudadanos, en esto copio y me inspira la tesis de Sergio Roldán: ciudadanía antes que ciudad.