El camino del arte no es bien comprendido en sociedades como la nuestra.
Ya lo había dicho Liza Minnelli, pero también lo dijo Louis Armstrong, la voz más poderosa de la tierra en cuerpo de mujer era la de Mina Manzzini; era la misma tierra cantando y como ella hecha de residuos de volcán y explosiones, se escondió desde muy joven, pero su voz retumba aún, la puedo oír. Pero me llegaba más cerca de la piel la versión de esa vestal sagrada que es Mónica Naranjo con su fuerza española, con ese sabor andaluz y ese olor a naranja agria y almizcle que me llena el olfato de serpiente cascabel: “Tengo el ansia de la juventud/tengo miedo, lo mismo que tú/y cada amanecer me derrumbo al ver/la puta realidad. /No hay en el mundo, no/nadie más frágil que yo”.
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Pero esta cruda realidad no nos vencerá, sobreviviremos y será una sola canción en nuestro oído uniendo las voces de Mina, Mónica, Celia: “Mi voz puede volar, puede atravesar cualquier herida, cualquier tiempo, cualquier soledad, en el cuero del tambor yo sobreviviré”. Celia, negra y hermosa, voz poderosa, con ella la vida es un carnaval. Esa es la belleza, no darse golpes contra el piso del balcón, contra el de la sala, mejor cantar. ¿Para qué recordar permanentemente el dolor? La carga absoluta del pasado llama la muerte. El dolor es eterno, podemos contar con él desde que nacemos y los llorones dicen y se quejan de que no hay nadie eterno en el mundo, pero llevan milenios cantándole al dolor los muy repetitivos, como una ola del mar, yendo y viniendo sin cambiar de lugar.
Y eso viene a que la tierra hirviendo y crujiendo se escondió, se ocultó, primero con la propia actividad de la vida que la recubrió y la hizo habitable, amable. Pero no hay amabilidad sin dolor, no hay paraíso sin serpiente. La cortesía y la elegancia son recubrimiento de la crueldad humana, el arte generoso es un ropaje para la mezquindad y el egoísmo puro, y lo digo desde el comienzo para vernos en el espejo, para dejar todo eufemismo.
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A nadie le gusta que le digan la verdad en su propia casa y esta semana pasada lo hice por última vez, en un auditorio de gente resentida, les dije que no siguieran con ese cuento de que uno es pobre por ser rico el otro; denunciar como mito la “gran” teoría de la dependencia de Fernando Enrique Cardoso fue tomado como un insulto y es que todos andamos tan contentos en Latinoamérica repitiendo el cuento del idiota que piensa que no se ha logrado nada por no contar con los medios cuando es la pereza la que no nos ha dejado avanzar. La prueba está en Antioquia y en el planeta tierra, el que quiere puede. Pero aquí nos acostumbramos, en esta época de facilidades, a la idea de que no podemos porque otros no quieren. Y se quedan hasta algunos profesores, con sus doctorados de las más prestigiosas universidades, apenas haciendo un ensayito cada dos años y maltratan y desprecian al que se va a su lugar sagrado a hacer una obra en silencio, así sea sobre el sexo de los ángeles. El camino del arte no es bien comprendido en sociedades como la nuestra.