Con dos días menos, por la visita del papa, la fiesta del libro y la cultura de Medellín llega a su edición 11 con una programación que promete ocho días de feliz encuentro con la lectura y sus protagonistas.
Entre las muchas cosas que afectó la visita del Papa está la Fiesta del Libro y la Cultura, que desde hace una década se cumple en el actual formato durante diez días, de viernes a domingo, pero que en esta oportunidad será de domingo a domingo, pues sencillamente la ciudad no puede con el pontífice y algo más. Así pues, la programación será más apretada a falta de dos días, pero seguramente albergará un número muy parecido de visitantes a los años anteriores.
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Si bien en el continente hay varias ferias del libro con fama internacional, como las de Buenos Aires, Guadalajara o Bogotá, y cada una de ellas tiene su propio encanto, so pena de parecer montañero y “paisacéntrico”, tengo que decir que la que se hace en Medellín hace once años más que feria es fiesta y no se trata de un asunto de nombre solamente. Además del espacio para que las editoriales ofrezcan su producto y los lectores tengamos la ocasión de conversar con algunos autores, lo que se ha venido consolidando es el lugar de encuentro con amigos y familiares, un programa anual en el que además de libros, se ofrecen juegos, experiencias y sabores.
Una fiesta en la expresión más amplia y amable de la palabra, en donde justamente la palabra se hace protagonista y entona voces e ideas diversas. Un negocio para algunos, pero sobre todo un disfrute para muchos. Un ejercicio de equidad que nos convoca en un espacio público, sin tener que pagar la entrada ni deberle a nadie en particular la invitación, en donde nos encontramos democráticamente con el mismo derecho a escuchar, disfrutar y compartir, aunque no todos tengamos con qué comprar un libro, y ni siquiera todos tengan el mismo interés.
En esta ocasión la fiesta estrenará director y secretaria de cultura. Ambos colegas precedidos de buen nombre y buena gestión, aunque con menos reconocimiento que quienes les antecedieron. Una oportunidad para escribir su propia historia con buena ejecución de un evento de ciudad que se ha ganado un lugar especial en el corazón de los ciudadanos y que, como ninguno otro de su género, ha ayudado en la promoción de la lectura y en el respeto por los autores y por los lectores. Aunque falta la promoción de otros años y la visibilidad de la fiesta, seguramente porque su antesala ha estado, como es lógico, ocupada por la presencia del primer papa latinoamericano y uno de los más cercanos.
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Una fiesta que más que bienvenida es una especie de examen de admisión para la recién posesionada secretaria de cultura, en un momento en el que crecen las dudas sobre la importancia de ese despacho para la administración, en términos de decisiones y presupuestos. Como será examen también para el director, quien viene de la feria de Bogotá, que como ya dijimos tiene sus encantos pero dista mucho de poderse ubicar en el mismo estante con la fiesta que se ha consolidado en Medellín y que todos tenemos que defender, más que con discursos o diatribas, con presencia en cada una de sus actividades y con el goce de sabernos invitados a un ágape del conocimiento y la cultura.
Quedan notificados los amigos sobre el lugar de encuentro y el café para los próximos días, porque hay algunos con los que solo nos vemos la cara sin ponernos cita ni proponérnoslo en desarrollo de esos días llenos de tintas y tintos, charlas, abrazos, sorpresas y pletórica alegría. Larga y feliz vida a la fiesta del libro y la cultura.