La ideologización de la filosofía se reconoce por su radicalización; el interés por llevar las cosas a los extremos ha tenido un costo constatable en el siglo XX
Hay un elemento común a la mayor parte de las tradiciones sapienciales conocidas y a muchos de los enfoques filosóficos de la tradición occidental. La filosofía occidental, ya lo sabemos, no es un cuerpo unificado y homogéneo, es una larga e intensa disputa, primero contra los sofistas y luego los filósofos académicos y no académicos entre ellos mismos. Platón y Aristóteles son un ejemplo inaugural, siendo el primero el maestro no dejó su alumno de oponerse y tomar distancia. Aun así, ambos tienen en común un punto de vista sobre la prudencia que es análogo. Con algunas excepciones la historia de la filosofía en Occidente resalta la prudencia, el equilibrio y el entendimiento por encima de muchos otros factores. Y a su vez las tradiciones sapienciales más significativas de Oriente y Occidente coinciden en resaltar la prudencia, el no llevar las cosas al extremo para evitar la destrucción. Pero esa idea de destruirlo todo para un nuevo comienzo, majestuoso y feliz, ha vuelto a renacer cada tanto con fuerza inusitada.
Con las tradiciones mencionadas al comienzo contrasta en particular el punto de vista de la filosofía marxista que es una ideologización de la propia filosofía hegeliana. Precisamente la ideologización de la filosofía se reconoce por su radicalización; el interés por llevar las cosas a los extremos ha tenido un costo constatable en el siglo XX. Quizás también Nietzsche y los radicales seguidores de sus ideas puedan ser definidos cómo extremistas que quisieron llevar las cosas hasta puntos de no retorno. Marx y Nietzsche estaba pensando en una nueva humanidad, de allí su radicalismo y su llevar hasta las últimas consecuencias los postulados teóricos de los cuales partieron.
La prudencia, el cuidado, la atención y la contención, por el contrario, son parte de una tradición respetuosa y repito esto porque quiero llamar la atención sobre la existencia desde el siglo XIX de movimientos e idearios qué se caracterizan por llevar al extremo sus postulados y sus puntos de vista. El extremismo ya va cumpliendo dos siglos de radicalización, de profundización en las diferencias. Quizás la diferencia la puso el movimiento cultural e ideológico que identificamos como romanticismo con su espíritu juvenil, vigoroso y renovador.
Dejando de lado todas estas conjeturas y especulaciones podemos afirmar que el extremismo es un lamentable producto de la efervescencia ideológica. Y son extremistas el radicalismo leninista de la teoría marxista, lo es igualmente el maoísmo y por supuesto el estalinismo, qué terminaron convirtiéndose en una suerte de religiones profanas, culto a la personalidad, obediencia ciega y ausencia de prudencia y equilibrio. Pero no solamente esos extremismos marxistas merecen nuestra atención, también en muchos movimientos, de indudable valor cultural e histórico, se observa esa huella de la ausencia de prudencia y el insistir en la radicalización de sus postulados. Ecologistas, ambientalistas, vegetarianos y sexistas también vienen transitando los caminos de las posiciones extremas. Actúan como si quisieran transformar radicalmente la humanidad conocida, no practican mucho la libertad, parten de grandes dogmas que no han sido examinados en profundidad y con las herramientas críticas necesarias. El resultado es lo que estamos viviendo en medio de una efervescencia de posturas radicales y actúan como si procedieran de la alta montaña de una sabiduría no evidente, y como reduplicados de Moisés, están promulgando multiplicidad de tablas de la ley que deberíamos acatar si acaso queremos seguir sobre la Tierra.