Exclusiones peligrosas

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
13 febrero de 2020 - 12:05 AM

Las mejores instituciones que los seres humanos hemos concebido se han deformado de manera grave y algunas se han deteriorado inexorablemente por esta cruda propensión a formar bandos y pensar que se tiene siempre la razón

Medellín

El último Informe Mundial sobre la Educación Superior lo señala categóricamente. No se pude seguir en el camino ya trazado de exclusiones disciplinares para la formación superior. Tenemos que superar cierta simpleza. El sectarismo es simple y esquemático, es pueril, al parecer tiene además relación con un sentimiento infantil de virginidad, pureza, no contaminación, en suma, un cierto puritanismo lo acompaña. El sectarismo se deja ver en ocasiones como un “no dejarse enredar con cuentos”, no desorientarse, seguir un camino trazado previamente. Mentes brillantes acostumbradas a lo complejo de sus campos de trabajo se terminan inclinando a tomar posiciones sectarias. El sectarismo también se manifiesta como un estado de entusiasmo y fascinación: con un tema, una teoría, un enfoque, un autor, un grupo, un líder. Separar el sectarismo de otros impulsos cognitivos, de otras fuerzas afectivas que intervienen en los procesos es importante, yo diría que definitivo si queremos el progreso del conocimiento y de las instituciones y lo que es más importante: la continuidad de la especie humana.

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A nivel social, histórico, político e incluso universitario, el sectarismo puede ser causa de distorsiones muy graves, en la disputa, por ejemplo, entre las “dos culturas”, la de los científicos y la de los humanistas o literatos, que se desconocen o ridiculizan mutuamente, hay mucho de esta disposición innata que trato de ilustrar y denunciar. La mejor manera de enfrentarse al sectarismo es sin lugar a dudas una actitud receptiva y fresca, la que nos impone esa otra pre-programación maravillosa que está detrás de la curiosidad humana y que se manifiesta como avidez de novedades y curiosidad sin límites, la misma que necesitamos para afrontar el trance final de la muerte, porque los seres humanos, en nuestro apegamiento a los hilos de la vida, necesitamos aprender a morir y nunca concluimos de aprender a vivir.

Las mejores instituciones que los seres humanos hemos concebido se han deformado de manera grave y algunas se han deteriorado inexorablemente por esta cruda propensión a formar bandos y pensar que se tiene siempre la razón. En las universidades, como instituciones dedicadas a la libre investigación, el sectarismo más crudo hace camino. Hay un sectarismo muy peligroso en las separaciones disciplinares y en la organización por facultades y si esas facultades se organizan por áreas y pugnan entre sí por los poderes y la administración, es decir, por los recursos económicos y por las posiciones predominantes estamos ante un hecho que puede ser grave y esa gravedad aumenta si se convierte una posición dominante en una hegemónica y excluyente.

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Quizás el sectarismo más peligroso es el que se nutre de la idea de que la salud y las obras de ingeniería, puentes y carreteras, la química del carbón o nuevas fuentes de energía, para poner ejemplos, son de primer orden y más importantes que la preocupación por la historia, la cultura, la mente y el papel de lo psíquico en la sociedad humana. Este último sectarismo es muy grave porque supone que somos sólo cuerpos que deambulamos por la naturaleza y las ciudades, cuerpos que necesitan salud, alimentos y artefactos, una dosis mayor de energía y no sé cuántas cosas más de una visión que privilegia lo físico sobre lo psíquico, lo material sobre lo espiritual, lo económico sobre lo cultural. Nunca podremos olvidar, y el sectarismo dominante en occidente lo olvida o lo minimiza, que somos seres integrales, cuerpos que piensan y sueñan su futuro, sociedades de animales especiales que hace milenios vienen trazando sus destinos desde la memoria, con conciencia de la historia y de la tierra. La catástrofe ambiental que como especie le hemos infringido a la tierra, la profunda crisis de la economía y la política mundial se origina en un olvido del ser, en una ignorancia ilustrada que gobierna con gestos y golpes de mano y se olvida que el destino del ser humano en la tierra se plasmó con tierras de colores en los techos de las cavernas y que las preguntas de los atomistas griegos fructificarían en el desentrañamiento de la energía que está contenida en la materia. Olvidar esto es olvidar lo esencial y es creer que si pronunciamos la palabra humanismo estamos resolviendo este profundo dilema al cual nos ha llevado nuestro sectarismo ancestral y destructivo.

 

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