La privilegiada posición geográfica de América Latina con relación a Europa occidental, separadas sólo por el Océano Atlántico, sumada al oro, la plata y otros productos del suelo americano, explotados con el trabajo gratuito de los indios, negros y mestizos, explican porque los europeos llegaran a controlar el comercio mundial a partir del Siglo XVI.
En columnas anteriores me había propuesto organizar algunas ideas que me permitieran algún día tener un texto comprensivo sobre pensamiento crítico latinoamericano, pero los afanes del día a día me han obligado a aplazar este proyecto: es que como dijo alguien en Colombia lo urgente supera lo importante o, como hace tiempo me lo resumió un amigo extranjero, “en tu país suceden tantas y frecuentes cosas graves, que no dan lugar a ocuparse de lo que es verdaderamente importante”.
Con la denominada Nueva Historia de Colombia ha surgido una escuela de pensamiento, que considera que nuestro atraso económico y social radica fundamentalmente en la herencia colonial, que en gran parte conforma nuestra institucionalidad. Adicional al reciente libro de Mauricio Nieto “Una historia de la verdad en occidente”, que he estado trabajado con mis últimos escritos publicados en este mismo espacio, me encuentro con un estudio del peruano Aníbal Quijano titulado “Colonialismo y poder, eurocentrismo y América Latina”, que articula el origen del poder capitalista y del conocimiento centrado en Europa durante el Siglo XVIII, el mismo Siglo de las Luces de la Ilustración, con la dominación y explotación de los nativos americanos por los europeos.
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La globalización que hoy se impone en el mundo capitalista es la culminación de un proceso que se inició con la conquista de América y consecuente desarrollo del capitalismo colonial/moderno como nuevo patrón del poder mundial. Uno de los ejes fundamentales del proceso ha sido la clasificación social de la población con base en la idea de raza, que empezó cuando el conquistador blanco estableció diferencias entre su humanidad, supuestamente superior, y la asignada inferior condición biológica e intelectiva de los indios americanos. Bajo esta acomodada diferenciación se concibió la integración del trabajo de los aborígenes, así como de los bienes naturales y productos del nuevo continente en torno al capital y al mercado mundial.
La raza es una creación mental artificiosa de la modernidad que en nuestro continente estableció identidades sociales nuevas para los indios, negros y mestizos, y que además sirvió para redefinir al hombre europeo. Fue así como el color de la piel fue establecido como instrumento de clasificación social de la población, elevando al peninsular a la categoría de raza dominante. La discriminación por lo americano llegó a extremos tales, que los mismos hijos de españoles pero nacidos en nuestro territorio, fueron excluidos de los altos cargos de la administración colonial, bajo el supuesto que nuestro mundo los habría contaminado con los vicios atribuidos a los aborígenes.
La privilegiada posición geográfica de América Latina con relación a Europa occidental, separadas sólo por el Océano Atlántico, sumada al oro, la plata y otros productos del suelo americano, explotados con el trabajo gratuito de los indios, negros y mestizos, explican porque los europeos llegaran a controlar el comercio mundial a partir del Siglo XVI. Mientras que en Europa imperaba una relación capital-trabajo remunerado, en nuestro continente se tenían relaciones de trabajo no salariales. Esto llevó a la sobreexplotación de la fuerza indígena y a su casi desaparición en las zonas de colonización: los indios no se extinguieron por causa las enfermedades traídas por los europeos, como nos quieren hacer creer, sino porque fueron, como cosas desechables, forzados a trabajar en condiciones infrahumanas hasta morir. Los pocos nativos que lograron sobrevivir pasaron a ser siervos, siervos sin tierra, a servicio de encomenderos peninsulares, bajo una condición inferior a la de los siervos en el feudalismo europeo; otra forma de trabajo no pagado que sobrevivió hasta mediados del Siglo XIX fue la de los esclavos negros. Aún hoy en América Latina los trabajos peor remunerados se han dejado para las razas consideradas inferiores.
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Europa con todo y su Ilustración, que llegó promulgar la libertad, la igualdad y la fraternidad como sus principios fundantes, se apropió gratuitamente de los conocimientos ancestrales de las poblaciones dominadas, en beneficio del desarrollo capitalista y, como si fuera poco, reprimió toda posibilidad de crear conocimiento propio a los colonizados mediante sus patrones de configuración del universo simbólico, su cosmovisión, base de la expresión y objetivación de la subjetividad del hombre americano.
Para el dominio de los nativos, los peninsulares utilizaron también y de manera eficiente la evangelización traída por la iglesia católica, la cual había sido puesta al servicio de la Corona Española por el Papado Romano mediante el denominado Patronato Real, consistente en el derecho concedido a los representantes de la realeza para intervenir en todo los asuntos eclesiásticos de los territorios conquistados. Fue así como durante La Colonia la Iglesia, en la práctica, estuvo al servicio de la autoridad civil y por ende del interés, primero de los conquistadoras y posteriormente de sus herederos, los encomenderos y grandes hacendados.
Unas reflexiones finales tonadas del libro del Profesor Nieto. Charles Darwin con su teoría del origen de las especies en el Siglo XIX socavó la verdad teleológica de la Ilustración y, por otro aspecto, Albert Einstein y Max Planck en el Siglo XX, con sus teorías de la relatividad y la mecánica cuántica, dejaron ver las falencias de la ciencia newtoniana, soporte de la Ilustración. Hoy Europa ya nos es el único centro del conocimiento mundial y la posmodernidad desalentó cualquier pretensión de imponer una verdad única para todos los mortales.