Los grupos de poder deben entender de una vez por todas que es el bien común y la cuidadosa aplicación de recursos lo que nos acerca a la paz y al bien y nos pone en el camino del progreso material y espiritual.
Hace algunos años la desafortunada declaración de un político afirmando que la ética es un asunto de filósofos despertó un interesante debate. Con la ética pasa como con muchas otras palabras que son utilizadas de manera confusa por los ciudadanos y en períodos electorales llegan a usarse de manera completamente adjetiva. Lo mismo sucede con la política que entre nosotros es la manera de nombrar una actividad ilícita para entrarle a saco a los dineros públicos. Ambas palabras se usan mal, como adorno o queja. Como cuando se afirma que alguien es transparente y suponemos que ello es un elogio. Se puede ser transparente haciendo visibles los intereses destructivos que se tienen o manifestando las intenciones excluyentes con claridad, pero ello no quiere decir que se esté siendo correcto o moralmente aceptable.
Por ello lo primero que debería exigirse a un candidato a cualquier investidura pública es que sea explícito con los principios y valores que profesa. Y habrá que vigilar que los practique, esa es una parte de la democracia que no tenemos. De alguien que busca fines por ellos mismos, sin detenerse en los medios, no puede afirmarse que sea un ser humano ético. La búsqueda de fines nobles no justifica pisotear o desconocer el ordenamiento jurídico, la sana diferenciación de los poderes públicos o el adoptar el lema del “todo vale”. La nación y el mundo contemporáneo están necesitados de un profundo esclarecimiento de lo que se considera bueno en sí mismo. No es posible desconocer las reglas de la democracia por buscar el bien, por ejemplo, la seguridad de unos cuantos, pues estaríamos destruyendo algo muy valioso con una justificación que puede ser banal frente al bien mayor de la justicia.
Estamos asistiendo a un proceso de reconciliación y observamos con preocupación la diversificación y fortalecimiento de la política como empresa para satisfacer intereses de grupos de poder y cooptar los recursos del Estado. Ya no es sólo el acarreo de votos, la compra de conciencias, sino la intervención fraudulenta y manipuladora de las redes sociales y los recursos informáticos. Las redes y la eficiencia de la comunicación contemporánea son el resultado de avances científicos y tecnológicos que están permitiendo una mayor participación ciudadana y lo deseables es que la veracidad y la claridad sean las cartas de todos. La mentira y el chisme tienen un poder corrosivo en todo cuerpo social que se aumenta con el uso de la tecnología disponible y con la perversión de los medios de comunicación. La propiedad privada de los grandes medios de comunicación en Colombia impide, en parte y en ocasiones puntuales, que se marque una línea justa de transparencia y objetividad. Los medios deben estar al servicio de un debate cuidadoso que tenga el bien común por encima de los intereses privados.
Una actitud ética en política minimiza el cálculo, se concentra en los principios y hace explícita su concepción de bien común. El impulso a una ética de respeto por lo público es fundamental. En la ciudad de Medellín y Antioquia es visible cuándo se está teniendo en cuenta la inclusión y la equidad o cuando se están ignorando. La cooperación entre ciudadanos es más factible y enriquecedora cuando los debates se hacen de cara a la ciudadanía, respetando los actores y teniéndolos en cuenta de manera real. Igual se puede decir que cuando los planes se trazan con sanos principios éticos, el bienestar y el progreso se irrigan de una manera clara y ejemplar. Los grupos de poder deben entender de una vez por todas que es el bien común y la cuidadosa aplicación de recursos lo que nos acerca a la paz y al bien y nos pone en el camino del progreso material y espiritual.