La ciencia misma dice que la comunidad científica es sexista. Diversos estudios arrojan que hay un sesgo sexista en los académicos la hora de valorar el trabajo de las mujeres en ciencia lo que repercute en menor credibilidad, menores salarios y menor vinculación laboral.
La comunidad científica no es mundo aparte. La sociedad es sexista y así mismo lo es la ciencia, comenta Nicola Gaston, profesora en el departamento de Física de la Universidad de Auckland y autora del libro Why Science is Sexist.
Diversas investigaciones señalan que la comunidad científica es profundamente sexista, aunque el sesgo no es algo necesariamente consciente. Esto se soporta en estudios y cifras. Es notable que, según datos de la Unesco, menos del 30% de los investigadores en el mundo son mujeres.
Estas cifras son más bajas cuando se habla de áreas específicas de las ciencias exactas. Un caso concreto de ello es el pregrado de Física de la Universidad de Antioquia; Juliana Restrepo directora de contenido del Parque Explora y doctora en Física, encontró que menos del 5% de los profesores son mujeres, en otras facultades de ciencias exactas ni siquiera hay profesoras.
Marie Curie, ganadora de premios Nobel de Física y Química. La comunidad científica de principios de siglo XX tardó en reconocer y aceptar sus contribuciones a causa de su género. Fotos: Cortesía
Otros estudios señalan que este es un problema fundamentalmente de sesgo a causa del género. Una investigación de la Universidad de Harvard de 2016 evidencia que los académicos encargados de revisar las hojas de vida en instituciones académicas tienen una preferencia del 20% por lo hombres respecto a las científicas mujeres.
En este estudio se enviaron hojas de vida a diversas instituciones académicas, las hojas de vida eran idénticas, excepto porque el nombre se cambiaba de John a Jennifer. El resultado evidenció que incluso cuando los evaluadores son inconscientes del sesgo, se valora más a los hombres que a las mujeres.
“Los estudios nos muestran que los científicos están tan sesgados como todo el resto de personas, lo que nos indica que la ciencia es sexista porque la sociedad lo es”, apunta Gaston.
Brigitte Baptiste, directora saliente del Instituto Humboldt, comenta que “hay micromachismos en muchas instituciones de investigación, incluso mucho más en la comunidad de administración de ciencia que en la comunidad científica como tal, que no necesariamente entiende la dinámica de construcción de conocimiento y tiende a pensar que las mujeres científicas no hacen ciencia de la manera adecuada”.
Baptiste opina que esto se debe en parte a que las ciencias “tienen la fama de ser el producto de la racionalidad y las mujeres la construcción cultural de la irracionalidad, eso mantiene prejuicios importantes ante los investigadores”.
Hipatia de Alejandría, primera matemática y astrónoma de la que se tenga registro, fue asesinada por una horda de cristianos en el siglo V.
Gaston concuerda que es un problema fundamentalmente educativo y cultural y que el sesgo sexista tiene raíces profundas. Para ella, el mayor problema es que ese sesgo es inconsciente y universal, lo que hace que se dificulte más superarlo. Pero considera que se tiene que dejar atrás por el bien de las futuras generaciones y de la ciencia misma.
“Las universidades tienen un papel importantísimo que jugar, deconstruyendo los roles de género, trabajando explícitamente la historia de la ciencia para que se vea que ha habido una perspectiva masculinista involuntaria o deliberada en la construcción de conocimiento, yo creo que esa perspectiva histórica es fundamental y la comprensión de esos efectos en la consideración del mundo contemporáneo”, plantea Baptiste.
Para Restrepo es de vital importancia que en Colombia se abra el debate del sexismo en la ciencia para así poder avanzar en la solución del problema. Ella considera que actualmente ese debate es inexistente. Para Baptiste, aunque aún es muy incipiente, en la comunidad científica colombiana se está empezando a reconocer y a hablar de estos sesgo y prejuicios en la ciencia
Es un fenómeno referente a un sesgo de la comunidad científica de no reconocer los logros de las mujeres científicas y atribuir su trabajo a colegas masculinos. Este fenómeno fue descrito por primera vez por la abolicionista Matilda Joslyn Gage en su ensayo, La mujer como inventora, aunque el término no es acuñado hasta 1993 por la historiadora de la ciencia Margaret W. Rossiter. La historiadora proporciona varios ejemplos: Trótula de Salerno, una médica italiana del siglo XII, escribió libros que, después de su muerte, fueron atribuidos a autores masculinos. Algunos casos de los siglos XIX y XX que ilustran el efecto Matilda incluyen los de Nettie Stevens, Marie Curie, Lise Meitner, Marietta Blau, Rosalind Franklin y Jocelyn Bell Burnell.
El efecto Matilda está relacionado con el efecto Mateo, se refiere al fenómeno en el cual un científico reconocido obtiene más crédito que un investigador desconocido, siendo su trabajo compartido o similar.