Espíritu

Autor: Luis Fernando González Gaviria
30 mayo de 2020 - 12:05 AM

El acto más grande de la evolución de este universo es que el ser humano se reconozca como espíritu.

Medellín

¿Espíritu en el siglo XXI? Parece que esta palabra resulta incómoda para algunos que se tienen por altamente instruidos, personas que dicen haber superado estados infantiles de creencias y supersticiones. El espíritu parece ser una expresión que solamente debe ser pronunciada en cultos religiosos o creencias anacrónicas, pues de eso viven estas realidades. Esta postura que abunda en nuestro contexto, resulta siendo una falacia, un sesgo ignorante, una mentira. Los que se deleitan en radicalizar el materialismo, caen en una actitud absolutista, se vuelven exageradamente dogmáticos, terminan siendo una copia barata lo que tanto critican.

Lea también: El desafío de repensarnos

En esta hora de la historia vamos siendo más conscientes de la deuda grande que tenemos: ¿Qué ser humano? ¿Qué humanidad? Las mutilaciones antropológicas que hemos ido creando, nos han puesto al borde del abismo, sin una clara antropología no podemos construir nada, seguiremos improvisando nuestra manera de ser en el mundo. Atrevernos a resolver estas preguntas es empezar a concebirnos de una manera más amplia, y al mismo tiempo, entender que cualquier palabra no sirve para pronunciar todo lo humano.

Cuando entramos seriamente a repensarnos, debemos generar lazos fuertes con la interdisciplinariedad. Las posturas que se adjudican para sí la respuesta total sobre el hombre resultan siendo las más antihumanas. Este peligro constante se erradica tendiendo como base una antropología holística, en diálogo, en apertura constante al misterio que somos y compartimos.

En el abanico de respuestas que se dan sobre el ser humano, hay una realidad olvidada: el espíritu. Tristemente la tradición occidental del pensamiento ha dividido y separado este elemento sustancial para captar al ser humano en profundidad. Para muchas personas parece ser que cuerpo y espíritu son dos realidades antagónicas, casi irreconciliables. Seguir pensando así, es perpetuar un dualismo dañino y obsoleto, que nada aporta a la comprensión humana en este tiempo.

El espíritu es el ser humano en su autenticidad más original. No es un añadido, es toda la expresión antropológica que acontece en las dinámicas de la realidad. Si queremos resolvernos existencialmente tenemos que ir al interior y saber que no somos un cúmulo de materia producto del azar, tenemos capacidad de más, y negarnos a ello, es fatalizar la vida que nos ha sido dada creyendo que todo se resuelve en nuestras coordenadas epidérmicas. Quien no profundiza en sí mismo resulta siendo presa fácil del absurdo. En palabras del padre Gustavo Baena, sería lo siguiente: “cuando decimos que el hombre es espíritu, no se trata de una afirmación dogmática, sino de un dato de experiencia; nos experimentamos a diario como seres espirituales”.

La realidad más genuina del ser humano no resulta de la fragmentación química de los elementos que lo componen, sino de su ser espiritual. Esto no quiere decir que todos deban ser adeptos a una determinada religión o creencia, sino, entenderse en la dinámica evolutiva de su conciencia antropológica. El ser humano consciente de su espíritu no rompe con el mundo y la realidad volviéndose un asceta, no abandona su condición humana mediante técnicas de relajación y pacificación, no es un ser moral que cumple leyes. La persona que vive desde la conciencia de ser espíritu, existe en el mundo desde el principio de realidad, abraza y transforma su condición humana integrándola, vive y actúa en el mundo desde la ética que lo coloca de cara al otro.

El acto más grande de la evolución de este universo es que el ser humano se reconozca como espíritu. Llegar a este dato de experiencia permite saber que no somos una realidad que se agota en sus posibilidades, abocada a sus frustraciones. El espíritu que somos nos abre a una identidad que hunde sus raíces más allá de las formas y palabras establecidas por el pensamiento. El camino de comprensión antropológica nos reorienta en la búsqueda de respuestas, nos hace existir en la realidad, nos permite entender que “la acción más elevada del ser humano es comportarse como espíritu: volver sobre sí mismo reflexionando, mirar cómo está realizando su existencia, para qué, en función de qué causa o de quién” (P. Gustavo Baena).

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El ser humano espíritu vive desde la conciencia de saber que su vida no se diluye en la nada. Esta base fuerte de su experiencia le permite entenderse como donación, como entrega, como ser-para-los-otros. El ser espíritu lo introduce en una dinámica nueva de la vida, dándole una mirada honda de lo que ocurre y vive. De esta manera, los efectos externos de vivir espiritualmente se evidencian en el “el ejercicio responsable de su propia libertad, volviéndose sobre sí, reflexionando, tomando responsablemente posesión de sí, como un ser hecho esencialmente para los demás y no para sí mismo, considerado las posibilidades que tiene para realizar su existencia y finalmente poniéndolas en acción de manera ordenada y eficiente” (P. Gustavo Baena). El gran desconocido de nuestra historia, el espíritu, es capaz de un reencuentro con lo auténticamente humano. La respuesta está adentro, dejemos que nos narre una manera nueva de construirnos.   

 

 

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