Cuando nos situamos en el plano de la esperanza, lo que aflora inicialmente es el principio de realidad. Una esperanza auténtica está fundada en la realidad, jamás fuera de ella.
Todo comenzó una tarde del mes de febrero del presente año. Estábamos sentados en una cafetería de la UPB, mi amigo y yo. Es un hombre al que admiro por su profunda inteligencia y su palabra capaz de síntesis. Entre café y risas la conversación avanzaba, mirando a su alrededor, lanza la siguiente frase: “somos fetos de ser humano. Aún falta todo para llegar a la verdadera humanización y la única posibilidad de llegar es construyéndonos desde la esperanza”. En las conversaciones libres y sencillas es donde acontece la vida con fuerza, es por medio de la palabra que podemos captar la hondura de lo que somos y lo que nos falta por hacer.
Hay un elemento que se ha ido imponiendo con fuerza en nuestras sociedades actuales: el optimismo. Parece que todo lo que somos como seres humanos se quiere construir desde esta perspectiva. El optimismo ha ido abarcando todo el ser y hacer de hombres y mujeres. Incluso, en medio de la crisis del coronavirus, la gente se está inyectando pensamientos optimistas para no sucumbir ante el dramatismo de esta hora de la historia.
¿El optimismo tendrá capacidad de transformación? ¿El optimismo es una base fuerte para construir nuestra vida desde allí? ¿El optimismo es real o una simple proyección del ser humano? Las preguntas son necesarias, ellas nos permiten tomar distancia para entender mejor este fenómeno. Optimismo y esperanza no son la misma cosa, aunque muchos se empecinan en utilizar estas dos palabras como sinónimos, encarnan realidades hondamente distintas, tan distintas que la vida no es igual desde la opción por una de las dos.
El optimismo nace del esfuerzo autosuficiente de la persona por ver una realidad de otro modo. Frases como: ¡ten mente positiva! ¡sé optimista! ¡tú lo puedes lograr todo! Lo único que expresan es el grito agónico de no aceptar la realidad. Aquí está la trampa del optimismo, para poder subsistir necesita de la mentira. Lo que encarna esto es toda una proyección mental que no corresponde con la realidad. El optimismo resulta siendo una narcotización que lleva al sujeto a vivir en mundos imaginarios y ególatras. Es la estrategia de algunos negocios de moda, que brindan riquezas rápidas y con grandes destellos de fortuna a mentes incautas a las que no les habla nunca de poder perder su inversión. Todo parece tan fascinante que la posibilidad de fracaso no se atisba en el horizonte. Esto es el optimismo, una ficción muy bien maquillada.
Cuando nos situamos en el plano de la esperanza, lo que aflora inicialmente es el principio de realidad. Una esperanza auténtica está fundada en la realidad, jamás fuera de ella. Es una toma de conciencia profunda de todo el ser humano, no de una parte de él. Este asumir la realidad, le permite ubicarse en el mundo de una manera libre y sin pretensiones absurdas. En esta medida la esperanza se vuelve don, pues rompe el ego propio del optimismo y se lanza a construir lo distinto con el otro, junto al otro y por el otro. La esperanza le hace entender a una persona que está hecha para los demás.
La esperanza es ante todo “apasionamiento por lo posible” (Kierkegaard) desde lo posible (realidad). A partir de esta dimensión, podemos renunciar a la “fuga mundi” propia de los optimistas. Cuando nos ubicamos en nuestro contexto podemos estar en el presente como posibilidad real de sentido. La esperanza genera sentido y ubicación en el presente, nunca fuera de él. El optimismo lanza fuera del presente, divide la realidad en más acá y más allá, vuelve al ser humano bipolar. De esta manera, André Comte dice: “a fuerza de esperar la felicidad para mañana, nos vemos privados de vivirla hoy… si se desea lo que no se tiene, nunca se tiene lo que se desea”. Los optimistas esperan un futuro mejor, los que viven en la esperanza lo construyen todos los días.
La esperanza nos ubica a todos en la finitud, nos hace entender que estamos en construcción real, nos permite descubrirnos no determinados, nos hace captar, como decía aquel hombre, que “somos fetos de ser humano”. El presente es la gran posibilidad para construir la humanización que tenemos en deuda. Vivir en la esperanza es renunciar a proyecciones infantiles y a optimismo baratos, que lo único que hacen es dilatar y aplazar esperando que todo cambie algún día. La esperanza es atrevida y osada, se configura con nuestra realidad dinámica y abierta a algo más. Estamos hechos de presente, aún no lo vemos…