A pesar de que es conocido por su labor en el periodismo, Reinaldo Spitaletta confesó que siempre ha sido un político y de izquierda.
Primero en su paso por El Colombiano y más recientemente en EL MUNDO es un placer leer semanalmente las historias llenas de vida, de crónicas y de profunda sensibilidad del periodista y escritor Reinaldo Spitaletta.
Pero poco se conoce de la otra faceta de este relator de los contrastes de la vida humana: la política.
En el 2015 sorprendió a más de uno al figurar en la lista de candidatos a la Asamblea de Antioquia por el Polo, el principal partido de la izquierda democrática en Colombia, pero militancia y tendencia política que ratificó al aparecer de nuevo en la lista de esa formación, esta vez como candidato a la Cámara por Antioquia y con el 108 en el tarjetón.
Pues su rol de político y de candidato se va descubriendo en cada una de las respuestas que dio a estas preguntas que le formulamos:
Me preguntan por ahí, en las esquinas, por qué me he metido en política. Siempre he sido un político. Desde niño, cuando mis padres cuestionaban el sistema colombiano, cuando se oponían a la educación confesional, cuando hablaban de la violencia en el país. En fin. En casa eran librepensadores. Gente extraña para nuestro medio, tan apegado al catolicismo y a las banderías liberal-conservadoras. Y desde entonces, me ha interesado la política como objeto de estudio y de crítica.
En Colombia, históricamente, la política se ha ejercido para dominar al pueblo, someterlo, mantenerlo en la oscuridad. Para manipularlo. Para que sea rebaño. La política debe servir para dar luces a la gente de que sea ella misma la que construya su destino y sea capaz de derribar al que lo oprime.
Hay que dignificar la política. Hay que sacarla del corrupto basurero en que la han hundido unas cuantas familias privilegiadas de Colombia, un exclusivo club que ha manejado a su antojo y para su peculio personal el país durante decenas de años. En tal sentido, la política en Colombia ha sido una farsa de baja estofa. Hay otra política: la que cuestiona, la que critica, la que abre los ojos a la gente sobre su rol histórico… Y esa es de la que hago parte. La política como una herramienta para la liberación y la construcción de justicia y equidad social.
El poder político en Colombia lo ejercen unos pocos contra muchos. Lo detentan para seguir manipulando al ciudadano, para feriar el país, para repartirse entre una elite las riquezas que deben ser de todos. Ese poder, el que nos domina hoy y desde hace tanto tiempo, es al que hay que derribar. Es parte de la utopía soñar en un país distinto, donde la mayoría de gente tenga acceso a la cultura, la educación, el bienestar en todos los aspectos…
El Polo Democrático Alternativo me parece una opción diferente. Es un partido que en su ideario político defiende la soberanía nacional, está contra la injerencia de las transnacionales y de potencias extranjeras en los asuntos internos de Colombia. Y está del lado de las luchas populares. En muchos casos, las promueve, las dirige, las alienta. Es una colectividad de izquierda democrática que propugna por la equidad, por la transformación de las relaciones sociales, por la construcción de un país libre, democrático y próspero.
Toda mi vida he sido de izquierda. Siempre me gustó cuestionar el ejercicio del poder injusto. Tal vez -insisto- porque esa actitud me viene de familia. Siempre he estado del lado de los humillados y ofendidos.
Tener una posición política es válido. No tenerla, también. Pero en el caso de Colombia, la derecha (que siempre ha dominado la esfera política nacional) es la que ha defendido los privilegios de unos pocos. Ha sostenido un establecimiento injusto, segregacionista, que ha humillado a los desposeídos. Y, en muchos casos, se ha deslizado a la extrema derecha, con la promoción de distintas violencias. Una, por ejemplo, la de los cincuentas, que dejó más de trescientos mil muertos.
Ya lo dije: Colombia es un inmenso paraje, lleno de riquezas, que ha sido dominado por una minoría. Existe desde el siglo XIX una oligarquía, que ha ido perfeccionando sus modos del fraude, de la opresión, de la corrupción y del ejercicio del poder contra una mayoría que, casi siempre, es carne de cañón. Es hora de ir cambiando esa situación de infamia y despotismo.
Hay centenares de políticos colombianos, pertenecientes a lo que se llamaba “partidos tradicionales”, con una historia nefasta. Muchos de ellos podrían ser parte de la historia universal de la infamia.
Me sigue llamando la atención Espartaco, un esclavo que fue capaz de rebelarse contra un imperio. Me gustan aquellos filósofos y políticos que llaman a levantarse contra la dominación del hombre por el hombre, contra la ignorancia, contra la sumisión y que reivindican la libertad, el derecho a tener pensamiento propio y a no dejarse encasillar. Los que forman criterio.
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Desde la perspectiva teórica, es una entidad clave, diseñada por la modernidad, por la concepción liberal de los tres poderes. Un organismo para legislar a favor del ciudadano y de la nación. Aquí, en Colombia, ha sido un órgano venal, muchas veces arrodillado ante el ejecutivo. Claro, ha habido congresistas ilustres, defensores de los derechos populares. Encarna hoy, en el imaginario popular, una cueva de ladrones y corruptos, con escasísimas excepciones.
En general, en Colombia las encuestas tienen poca credibilidad.
Es una paradoja: un país con todas las riquezas, tiene una enorme cantidad de pobres, de miserables, de indigentes. Es de los más desiguales del mundo. Y todo porque lo maneja una oligarquía (el término no gusta mucho, pero es real) que busca, desde hace años, estar siempre usufructuando esas riquezas y entregando el país a rapaces explotadores foráneos.
Colombia ha sido un país de fraudes electorales. Es una vergüenza. El más escandaloso de todos, hasta ahora, ha sido el de 1970.
Que la tierra esté bien repartida. Aquí todavía es válida la antigua consigna de “la tierra para el que la trabaja”. Hay que hacer una auténtica reforma agraria. Que el pueblo tenga acceso al disfrute de la cultura, de la educación, de la salud, que tenga resuelta sus necesidades básicas. Que haya un mercado interno, que no haya desempleo. Le digo, es la utopía. Y tenemos que seguir caminando hacia la construcción de un país equitativo.
Porque los liberales de entonces no abrieron convocatorias para prácticas de estudiantes de comunicación y periodismo de la Universidad de Antioquia. Hice una práctica tan eficiente, que me abrieron las puertas para que siguiera allí.
¿Está de acuerdo que el Polo apoye a un candidato como Sergio Fajardo, quien para algunos o muchos, es un vocero de una oligarquía privilegiada antioqueña, lo que habría originado rebeldía dentro del Polo?
Las alianzas se hacen con el distinto, con el que menos se parece a uno en lo político. Y se realizan con base en puntos programáticos. La Coalición Colombia, incluido Compromiso Ciudadano de Fajardo, suscribió un programa político cuyo contenido es un ideario de la defensa de los trabajadores, del país y de la producción nacional. Hay grandes ejemplos históricos de alianzas como sucedió con los Aliados en la segunda guerra mundial, o alianzas tácticas como la de Mao con Chiang Kai-shek para enfrentar la invasión japonesa a China.
Es de Tocco Caudio, un pueblito al sur de Italia, en la Campania. En el siglo XIX algunos llegaron a Cartagena. Mi bisabuelo, quizá un pirata, recaló allá.