En Venezuela, diríase que a marchas forzadas, hoy se está incubando el mismo monolito siniestro, a ciencia y paciencia de Maduro, con la experimentada asesoría de La Habana
En mi última columna hablé del monolito, fenómeno recurrente en el siglo 20, que políticamente consiste en ese bloque compacto, omnipotente, que todo lo regula en la sociedad. Invulnerable al daño que quiera infligírsele desde afuera. En otras palabras, es la hegemonía que suelen montar los partidos comunistas o sus afines cuando, sea por la vía armada o por la electoral, asumen el mando, cerrando o cooptando al congreso, las cortes, el ejército y demás poderes e instituciones, sin exceptuar ninguna.
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Dicho aparato aparentemente es inmune a la decrepitud y al paso del tiempo: en Rusia reinó por 70 años, y ahora Cuba casi la alcanza en duración. Sólo desde adentro (por obra del cansancio o fatiga histórica y de la incapacidad para responder a las necesidades y apremios de un mundo que evoluciona en forma desigual pero continua e inexorable -unos países más rápido que otros-) sólo desde adentro, digo, se descompone o corroe el aparato en mención. Le ocurrió a la Urss, por ejemplo, cuando ya no pudo resistir el contraste con Europa y Estados Unidos en el orden económico. Tanto se rezagó que finalmente colapsó. Y Cuba, de no ser por la mano providencial que hace 2 décadas le tendió Venezuela sólo para retardar su extinción como modelo del socialismo, habría retornado a la órbita norteamericana, a la democracia que mal o bien, en mayor o menor grado, rige en la muy volátil y multifacética América Latina.
En Venezuela, diríase que a marchas forzadas, hoy se está incubando el mismo monolito siniestro, a ciencia y paciencia de Maduro, con la experimentada asesoría de La Habana. Se parte del régimen instalado por Chávez, que heredó Maduro, o más bien Diosdado, que es quien maneja el aparato militar. El monolito se afianza cada vez más para enfrentar la repulsa de la población y así poder perpetuarse. Es el músculo que garantiza la inexpugnabilidad de un régimen que languidece sin fenecer, a pesar de su descrédito y su imposibilidad de atender las necesidades mínimas de su pueblo en punto a alimentación y medicamentos. Siquiera para sobrevivir malamente. Dicho sórdido mecanismo se sostiene en pie merced al férreo control que ejerce sobre un ejército sobornado de arriba abajo con altas remuneraciones en dinero y especie y con la oportunidad que se le brinda a la oficialidad de enriquecerse. La misma que disfrutan los heliotropos de la burocracia civil.
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Se mantiene el andamiaje perverso gracias también a la extendida, tupida red de espionaje pagado u obligado para que se delaten o sapeen, unos a otros, en sus barriadas y sitios de trabajo, los vecinos y colegas, por la mera sospecha de quejarse o criticar el estado de cosas existente. Todo va resultando entonces copia fiel de Cuba, la Urss y sus satélites europeos, donde el mejor y más eficaz de los espías y policías era el vecino o el compañero de trabajo.
En un clima de degradación semejante, donde sólo actúa el instinto de supervivencia en bruto, y la dignidad desaparece, es obvio que el Estado encuentra ahí la fórmula perfecta para su estabilidad, dado que todo brote de inconformidad se conjura casi que automáticamente, en su matriz. Y ¿de qué otra manera se neutraliza la oposición y se sofoca la protesta, ruidosa o callada, de los ciudadanos? Pues suministrándole víveres semanalmente a todo aquel que pruebe su lealtad efectiva. Es decir, a los esbirros que en los países modelo se les renovaba, según iban acreditando su presteza y lealtad, la célebre libreta de racionamiento con la que reclamaban su ración de comida gratuita, o a precio especial, en los dispensaderos oficiales. En próxima ocasión hablaremos de otros recursos y soluciones extremas, como las bandas de paramilitares motorizados y encapuchados que irrumpen a fuego limpio en las manifestaciones estudiantiles. Y hablaremos también del éxodo o emigración inducidos desde arriba para ir desocupando al país de la incómoda, peligrosa clase media. Todos son gajes del autoritarismo pseudo redentor devenido en monolito, como tiene que ser.