Se equivocan los usurpadores del poder al ignorar que lo que nos ha hecho humanos es un férreo superar el fondo del miedo y un valiente enfrentar con el ojo abierto las sacudidas del espanto.
Es frecuente el error en todo proceso humano, pero en la pandemia que experimentamos se incrementan las posibilidades dada la tendencia a salir de su propio campo de conocimiento y hablar sin saber. Y es más delicado el asunto cuando los expertos se equivocan y sucede por salir de su propio campo de trabajo y opinar sobre temas colaterales. Hay que estar alerta pues no solamente se equivocan los científicos, el señor Javier Sampedro, doctor en biología, negaba esta semana cualquier transformación de la sociedad en un mundo post pandémico y como biólogo se apresuró a negar cualquier forma del optimismo sociológico. Según él eran infundadas las expectativas de cambio cultural y social, habría que recordarle que un virus como el VIH Sida transformó en alto grado las formas de la sexualidad en el mundo occidental. También los intelectuales y pensadores nos equivocamos en nuestras apreciaciones y no deberíamos hablar de temas que no conocemos. Le ha sucedido al prestigioso filósofo italiano Giorgio Agamben, el 23 de febrero se refería a la epidemia y a las medidas de emergencia como “frenéticas, irracionales y completamente injustificadas”; la realidad se encargó de refutarlo rápidamente y dos semanas después Italia estaba sumergida en una dinámica viral que hasta el momento no logra controlar.
Hay errores que se multiplican de manera exponencial si quien decide tiene poder. Siempre los errores tienen un alto costo si se trata de los políticos y el asunto es más delicado. Fueron los políticos en el poder en España quiénes autorizaron celebración de multitudinarias reuniones para consolidar el poder el 8 de marzo. A esos políticos de España y también de Italia les cabe la responsabilidad de no haber tomado las medidas oportunas. Igualmente, irresponsables son los difusores de teorías de la conspiración, la mayor parte de ellas irracionales y paranoicas, que quieren darle al covid-19 el carácter de un arma biológica para un genocidio indiscriminado. De manera que zapatero a tus zapatos y evitemos estar opinando sobre algo que apenas entendemos.
Yo me arriesgo a opinar sobre los resortes de la naturaleza humana. Ningún signo de nuestros tiempos es más dramático e intenso que el terror como estrategia de reconocimiento o búsqueda de reivindicaciones. El miedo infundido siembra el desconcierto, sacude a todos y parece muy efectivo como mecanismo de control social. Nada más alejado de la realidad que esto último. Por este medio no se ha logrado otra cosa que mención en los medios de comunicación y fijación en la memoria humana en un vaho de dolor, espanto y muerte. Pero la crueldad real o imaginaria no nos amilana sino momentáneamente. Estamos hechos, al parecer, de piedra y fuego.
Se equivocan los usurpadores del poder al ignorar que lo que nos ha hecho humanos es un férreo superar el fondo del miedo y un valiente enfrentar con el ojo abierto las sacudidas del espanto. Desde el fondo de la desesperación nos elevaremos siempre y los mordiscos del miedo no han hecho otra cosa que animarnos a seguir y combatir contra los poderes que quieren destruir la vida. Y aquí está el primer problema, el cual consiste en superar la perplejidad, escoger entre una multitud de teorías, mitos, versiones y consejas para poder identificar con precisión los factores y los agentes del desconcierto. Lo que nos ha hecho humanos es nuestra habilidad para superar los estados individuales y sociales de alteración más profundos y destructivos, y sacar de ellos, paradójicamente, oportunidades de visión, formas nuevas de comprensión, nuevos elementos que nos indican que somos una señal en medio de la intensa actividad de la naturaleza y el caos que nos reta.