Se anhelaba lo que no se tenía, cuando ha llegado así sea por la fuerza, no se sabe qué hacer con eso. Es la prueba de lo insatisfecho que es el ser humano.
Nunca antes habíamos sido tan conscientes del tiempo. Todo este entramado de situaciones que se ha venido encima durante el confinamiento, ha hecho cambiar la frase típica de nuestras sociedades acosadas: “no tengo tiempo” por “¿Qué hago con el tiempo?”. Resulta que lo que se pedía a gritos en medio de las presurosas y agitadas jornadas, se ha vuelto un encarte, no se sabe qué hacer con el tiempo que sobra. Así, “nada en el mundo está más justamente repartido que el tiempo. La diferencia radica únicamente en cómo lo organizamos, en cómo lo usamos y lo vivimos” (Anselm Grün y Friedrich Assländer – Organizar el tiempo desde la espiritualidad).
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Cuando el ser humano asume, bien sea por opción o por circunstancias atípicas la quietud existencial, llega la zozobra de enfrentarse consigo mismo. Nada más temeroso para la persona que estar de cara a su interioridad. Más allá del otro, lo que de verdad revela la lentitud es lo que soy. Una de las palabras que se ha vuelto sinónimo de traumatismos vitales es soledad, pues esta compañía que siempre permanece y nos constituye, abre todo un panorama de posibilidades, que nada tiene que ver con el sentimiento de orfandad tan experimentado por muchos en los últimos meses.
La soledad y el silencio se han vuelto lujos en medio del aturdimiento provocado por el sofoco de la realidad. Un espíritu libre siempre tenderá a ello, pues allí se descubre diáfanamente. Los que no soportan la soledad seguirán abriendo la brecha de inconformidad con lo que son, la rabia interna los lleva desesperadamente a narcotizarse de presencias. ¿Quién soy? Para madurar la respuesta a esta pregunta se necesita una buena compañía de soledad, pues muestra el hilo para ir tejiendo la verdad que emerge cuando nos asumimos.
El activismo desenfrenado es ladrón del tiempo, secuestra lo fundamental de la vida y vuelve esclavos. Pero más allá de este dramatismo, la situación coloca de cara a una pregunta: ¿Qué es realmente lo importante? En la respuesta estará el sentido de la vida, unos muy superficiales y otros de gran altura. No es solamente en la escasez, sino también en la abundancia, donde se experimenta la tragedia de la frustración. Se anhelaba lo que no se tenía, cuando ha llegado así sea por la fuerza, no se sabe qué hacer con eso. Es la prueba de lo insatisfecho que es el ser humano.
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El encarte que se ha vuelto tener tanto tiempo, desvela la fragilidad de las construcciones sociales y antropológicas que soportaban algún supuesto sentido. Esta percepción que desata el aburrimiento, será la tentación latente para todos en esta hora de la historia. No es un determinismo, pues siempre estará la oportunidad de decisión, todo radica allí, en lo que cuesta tanto a las personas de este tiempo. En definitiva, “Sin una estructura diaria, sin un orden temporal, el estrés y la insatisfacción aumentan. Las personas que tienen una estructura diaria establecida, y un ritmo y pausas predeterminados ven cómo la tranquilidad y el orden regresan a su vida” (Anselm Grün y Friedrich Assländer – Organizar el tiempo desde la espiritualidad).