Tras la condena a prisión de los culpables de la muerte de Juan Esteban Cantor, EL MUNDO habló con Ángela Cantor, su hermana, y con doña Gloria Cecilia Molina, madre del joven que perdió la vida en la tragedia de Space.
Toda la familia estaba reunida en casa. Bueno, casi toda. Don Carlos estaba descansando y viendo la televisión en su alcoba, mientras que su hija, Ángela, se encontraba dándole la comida a Maximiliano, su hijo de dos años. Carlos Alberto, hermano de Ángela, tomaba una ducha, y Tobías, el perro, no paraba de revolotear por todo el apartamento.
A pesar de la lluvia, aunque resguardada, doña Gloria, esposa de don Carlos, estaba en el balcón disfrutando una taza de café mientras contemplaba la vista a su alrededor. Antes de eso, a las 7:26 p.m., recibió una llamada. Era Juan Esteban, su hijo menor, de 23 años. Él no estaba en casa.
“Mamá, pude hacer todas las diligencias y ya estoy en Los Molinos con Felipe, nos estamos motilando y él está quedando todo orejón”, le dijo “Juancho” a su madre entre risas. Esa fue la última vez que doña Gloria escuchó su voz.
Todo se comenzó a sacudir, las paredes se movían como si fueran de caucho. Ante su mirada, doña Gloria fue testigo de cómo, a las 8:20 p.m. del sábado 12 de octubre de 2013, se iban yendo al suelo, uno por uno, los 22 pisos de la torre seis del edificio Space, situado en un exclusivo sector del barrio El Poblado.
Ángela, apenas sintió el remezón, comenzó a gritar desesperada y a decirle a toda la familia que abandonaran el lugar. Todos salieron corriendo, descalzos. Primero salió ella con “Maxi” en brazos, aunque también pudo ser don Carlos quien hubiese salido con su nieto. Los recuerdos del momento son confusos. El celular de Ángela estaba cargando al lado de la entrada del apartamento. Ella lo tomó.
Carlos Alberto salió corriendo en toalla. Tobías se quedó en casa. Cuando se percató, regresó desesperado, se puso unos bóxer y salió con el perro en sus manos. El recorrido no era mucho, pues la familia Cantor Molina vivía en el segundo piso de la torre tres de la edificación.
“¡Auxilio, ayúdenme!”, fueron los gritos que escucharon mientras desalojaban, despavoridos, el inmueble. Cuando llegaron a la portería, Ángela le dijo a su padre que tenían que regresar, que esa voz pidiendo ayuda era parte de su vida. La sangre la llamó.
Después de pasar por la peluquería, Juan Esteban invitó a Felipe a tomarse unas cervezas. Como de costumbre, estacionó su vehículo en el Carulla de Palms Avenue, donde muchos de los trabajadores ya lo conocían, y compró lo que iban a tomar esa noche. En el lugar había poca gente, lo cual aburrió rápidamente a “Juancho”, siempre sonriente, siempre cantando, siempre el alma de las fiestas.
Tomó su carro y se fue con Felipe para el Space a beber las cervezas en su casa.
Todo estaba oscuro. El sistema eléctrico se había cortado y la estela de humo poco o nada les permitía ver. Detrás de Ángela, quien llevaba la linterna de su celular prendida, iba su padre y un vecino. Como pudieron, pasaron las torres tres, cuatro, cinco y llegaron hasta su límite, donde se toparon con una mole de escombros apilados que les hacía sentir cómo la muerte les respiraba al oído. No había acceso a la torre seis de ninguna manera.
“Mire la luz del celular, mírela y sígala”, gritaba Ángela a la persona que minutos antes estaba pidiendo ayuda. En ese momento llegó un vecino con una linterna y, de manera más clara, les permitió ver cómo salía entre los escombros Felipe, el parcero de “Juancho”.
Juan Esteban Cantor Molina, el menor de la familia, quedó atrapado, el Space lo absorbió y su mejor amigo, quien estaba a un metro de él, nada pudo hacer.
“’Juancho’, nosotros te vamos a rescatar, tranquilo”, gritó Ángela desconsolada, pero nunca escuchó respuesta.
Cuando él nació, Ángela tenía diez años. Nunca le gustó jugar con muñecas porque siempre les tuvo miedo, le causaban terror. Por eso Juan Esteban era su niño, su muñequito.
Un mes antes del desplome de la torre seis del edificio Space, Ángela tuvo una discusión con su esposo Rafael, así que se fue a vivir a casa de sus padres mientras solucionaba la situación.
“Papá, vámonos de acá, vámonos para otra parte”, le dijo Juan Esteban a don Carlos la noche antes del siniestro. El Space ya estaba alertando, sus columnas crujían. “Mijo, acuéstese tranquilo que mañana nos vamos”, dijo el padre en tono tranquilizante.
Ángela sintió como si una puerta gigante de madera, a la que a sus cerraduras les falta aceite, se estuviera abriendo y cerrando. Llamó a la portería y le dijeron que esos sonidos eran normales, que recordara que había once personas trabajando constantemente en la torre seis.
Se acostó más tranquila, en la cama de Juan, con quien venía durmiendo. Él se acostó a su lado, ella lo abrazo y le dijo que lo amaba.
La familia ya sabía que Juan Esteban estaba bajo los escombros. La impotencia y la angustia aumentaron. Por todos los medios las autoridades trataban de rescatarlo. La noche del domingo 13 de octubre un perro rescatista halló un cuerpo sin vida. Al día siguiente llamaron a la familia Cantor a preguntar por la ropa que llevaba puesta Juan.
“Ese no es él, él estaba vestido de bermuda y camiseta”, dijo Ángela emocionada, pero los rescatistas estaban pescando en río revuelto. No sabían cómo darle la noticia a la familia de que esa persona, sin vida entre las ruinas, llevaba bermuda y camiseta.
Sonó el teléfono de Rafael, quien desde el momento de la tragedia nunca se separó ni de Ángela ni de los Cantor. Fue como un ángel. Le pidieron reconocer un cuerpo, así que le enseñaron una foto. No entendió nada, no supo que era lo que estaba viendo. Sin embargo, sabía que era Juan Esteban, casi irreconocible, pero era él.
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El menor de los Cantor tenía una misión en la vida y ese día encontró su cita con la muerte, tal como lo expresa su hermana mayor. Junto a Juan, once personas más, todos trabajadores de la obra, murieron en la fatídica noche de ese lluvioso sábado.
Como pudieron, sin fuerzas y con el corazón destrozado, la familia pidió ver a Juan, darle su último adiós. Los funcionarios de la Funeraria San Vicente, por petición de Rafael, trataron de reconstruirlo, “pero no era mi Juan”, aseguró entre lágrimas doña Gloria. Poco después, el féretro se selló.
“Se hizo justicia”
A pesar del difícil proceso penal, pues tuvieron que superar situaciones muy complicadas, la familia Cantor Molina logró que se hiciera justicia y que la muerte de su hijo no quedara impune.
Ellos nunca quisieron conciliar con los directivos de Lérida CDO, la constructora del edificio Space, pues lo que menos les interesaba era el dinero.
“Juan Esteban no representaba una cifra económica en la casa. Él no era un animal como para estarlo negociando. Siempre fue una persona muy justa, con un sentido social impresionante, querido por todas las personas que lo conocieron; siempre luchaba por la verdad, por eso era estudiante de último semestre de Comunicación Social y Periodismo”, relató Ángela, la hermana valiente, la que inyectó de fuerza a su familia y se enfrentó a un poderoso gremio.
Ángela, diseñadora de profesión, se volvió experta en leyes, hizo valer sus derechos. En la parte civil, logró que la constructora les reconociera, en buena parte, el dinero del apartamento del segundo piso de la torre tres del Space, edificio que fue demolido en su totalidad el 23 de septiembre de 2014.
Don Carlos, un próspero hombre que trabajaba y tenía maquinaria pesada, quebró totalmente. Vendió todo lo que tenía, la depresión se apoderó de él y de toda la familia. Carlos Alberto se fue a Estados Unidos. Por su carácter explosivo, aunque nunca ha sido de problemas, era mejor que estuviera lejos mientras transcurría el proceso penal.
El pasado lunes 22 de enero fueron condenados a prisión domiciliaria, por homicidio culposo, Pablo Villegas Mesa, entonces representante legal de la firma Constructora Lérida CDO S.A., encargada de gerenciar la obra, y quien fue condenado a 50 meses de prisión.
Además, Jorge de Jesús Aristizábal Ochoa, ingeniero estructuralista del proyecto edificio Space, encargado de coordinar el diseño de la construcción, deberá pagar 51 meses de prisión y, finalmente, María Cecilia Posada Grisales, ingeniera directora de obras, quien fue condenada a 49 meses.
Y es que según las pruebas obtenidas por la Fiscalía General de la Nación, la obra fue diseñada sin el respeto por las normas de sismorresistencia expedidas en los años 1998 y 2002, lo que “lleva a concluir que si se hubiera dado un sismo el edificio no hubiese aguantado”, enfatizó el informe de los peritos. De la misma manera, hubo un cálculo erróneo en materia de soporte del peso. Se planearon 22 pisos y fueron construidos 26.
“Desde un principio dije que no iba a permitirme hacer una negociación económica con los que llegan y matan el ser querido de uno. Algo tenía que pasar porque definitivamente yo no encontraba la manera de dignificar la pérdida de mi hermano si no era haciendo honor a la verdad”, precisó la mayor de los Cantor.
El gremio en el que don Carlos Cantor y su hija se movían les cerró las puertas. Nada difícil de comprender si recordamos que Pablo Villegas fue presidente de Camacol y tiene una gran trayectoria en el tema de propiedad raíz, “por lo cual puede abrir y cerrar puertas con un chasquido de sus dedos. Sabíamos que eso iba a pasar. Todo el tema de la bonanza económica se fue a pique por completo”, aseguró Ángela.
Sin embargo, para los Cantor Molina la prosperidad es algo que está en el corazón, más que el dinero en el bolsillo. Es la capacidad de saber que si estaban mal debían levantarse de esa situación, tomar lo que tenían y salir adelante.
Frente a una maquinaria tan poderosa como la de Lérida CDO, Ángela, quien dice haber perdonado a quienes le causaron la muerte a su hermano, queda muy tranquila con los resultados en cuanto a materia penal. “Demostramos que tienen un talón de Aquiles, un hueco por el que toda esa amalgama de corrupción y de cosas que ellos hacen se puede romper. Tarde que temprano la impunidad va a dejar de existir”.
Los Cantor nunca tuvieron sed de venganza, “jamás”. Incluso, Ángela manifiesta haberse sentido mal cuando la juez dijo que iba a enviar a los directivos de Lérida CDO a la cárcel. “Yo no tengo ganas de que tengan una vida mala, tampoco les deseo nada bueno, sólo quiero que la vida les dé lo que se merecen. No estoy ni feliz ni triste por el tiempo de la condena. Es lo que es y punto”.
“Se hizo honor a la verdad y, de no haber sido así, esas 6.000 u 8.000 fallas que aparecieron en la construcción del Space no se habrían notado. Afectaron a 3.000 familias, es algo impresionante. A los constructores se les cayó su prestigio, ya hay un estigma social”, ultimó Ángela Cantor Molina.
¿Qué sigue?
Siempre han estado muy unidos, así que, según Ángela y doña Gloria, lo que sigue tras la condena de los culpables de la muerte de Juan Esteban es tratar de superar la difícil situación económica que atraviesan.
“Estuve un año y medio quieta, sin trabajar, hasta que monté una nueva empresa de diseño industrial y diseño gráfico con Rafael, mi esposo. Ha sido muy complicado consolidarse porque este proceso de la muerte de mi hermano fue muy extenso y, por supuesto, no lo iba a descuidar. Además, conformar empresa en Colombia es muy difícil, especialmente si tienes unos clientes que te cierren las puertas sólo por ser esa persona que fue capaz de enfrentarse a un gremio”, manifestó Ángela.
Sin embargo, los Cantor Molina siguen avanzando y, en medio de todas las situaciones por las que han pasado, continúan siendo optimistas. Claro, no tienen otra alternativa que salir adelante, pararse de la situación, asumir las circunstancias y seguir la vida, pues en honor a Juan Esteban tampoco se pueden dejar destruir por este proceso.
Ángela solicitará a las autoridades medidas de seguridad debido a que teme retaliaciones por parte de quienes fueron cobijados con medida de prisión domiciliaria. Tiene muchos proyectos, quiere ayudar a más personas para que no tengan que vivir lo que ella padeció en carne propia.
En su voz se nota la fuerza de su carácter. Su sonrisa, aunque pocas veces la deja escapar, refleja la tranquilidad que siente por haber logrado lo que pocas personas pueden conseguir en este país: hacer justicia.