Para la Iglesia y los católicos era el sacerdote Gustavo Vélez Vásquez: un cura (78 años de edad) como ninguno: humano, sencillo y humilde en sus palabras, aunque ellas fueran “De tejas arriba” (su muy leída y aceptada columna periodística)
Usted lo conoció. Todos lo conocimos. Se llamaba a sí mismo “Calixto”.
Para la Iglesia y los católicos era el sacerdote Gustavo Vélez Vásquez: un cura (78 años de edad) como ninguno: humano, sencillo y humilde en sus palabras, aunque ellas fueran “De tejas arriba” (su muy leída y aceptada columna periodística). Había paz en su profunda mirada, y mucha sabiduría, la que lo hacía exclusivo en sus predicaciones, porque su teología no fue nunca doctorado ni esoterismo, fue un texto abierto hasta para los más analfabetos: sabía hablar como Jesús, amar como Él y estar siempre al alcance de cualquier ser humano.
Un día de septiembre de 2009, en una caminata, a oscuras ya, y desorientado, se desprendió de un risco y fue, entonces, el comienzo de su unión con el Señor y el premio a sus fatigas de sembrador.
En esa fecha, escribimos este texto:
“Una cita impostergable”:
¡Solo! Acorralado por el desamparo, el frío, el miedo, el hambre, la oscuridad.
¡Solo entre los hombres!
¡Solo! Sin apoyo humano; sin palabras de consuelo y compañía; sin los libros; sin su indumentaria sacerdotal; sin la devoción de sus evangelizados…
¡Solo! Lejos del calor del hogar, del templo, de las más elementales comodidades; “ligero de equipaje”: una camiseta, un pantalón, un sombrero….
¡Solo! Sin la mano de los amigos que lo sostuvieran; sin luz que le alumbrara el bosque; sin perspectiva, sin horizonte, sin camino; sin un guía amoroso para acompañarle los pasos difíciles.
¡Solo! ¡En silencio! Ni el ruido de sus pasos se oye en la alfombra húmeda y hostil del monte; allá, donde el hombre no ha puesto todavía su ciencia destructora.
¡Solo! Prisionero entre los árboles que aumentan la oscuridad; impedido por las malezas dañinas y endebles que rozan su cuerpo, y no logran sostenerlo en la tenebrosa noche de su desorientado caminar.
Pero… ¡Un hecho extraño, reverencial, está ocurriendo! ¡Un misterio! Por eso hay silencio y soledad: un apóstol sigue el sendero que la Divinidad le va señalando para llegar al punto exacto del gran Encuentro.
Igual que el apóstol Pedro caminó inseguro sobre las aguas, El padre Calixto dirige sus indecisos pasos, en aquella oscura noche del seis de septiembre, hacia los brazos acogedores del Padre Dios. Cuántas veces escucharía: ¡No temas! ¡Sé fuerte y ten buen ánimo! ¡Te estoy esperando con infinito amor!
Y, así, misteriosamente, están frente a frente: Dios, la naturaleza virgen y nuestro recordado escritor Calixto. Sin testigos, sin letanías de rezos, sin luces ni inciensos, sin salmos, sin cánticos, sin ningún rito, ni ninguna alabanza; solamente un limpio corazón entregándose a ÉL con humildad, fe y amor…
¡Que bella y diciente es la imagen (imborrable) de su repetida actitud, reverencial y ferviente, ante el Santísimo Sacramento, adorando a Dios, no con sonoras y melindrosas palabras, ni con altisonantes frases rebuscadas en libros de oraciones; Calixto ama y adora con el corazón a su Señor, porque las palabras no alcanzan a expresar la grandeza infinita de un Dios dispuesto a recibirnos a todos.
En alguna de sus homilías dijo en Televida, esta cabalística frase: “Dejémonos encontrar por Dios”.
……………..
NO sé qué extraña asociación me obliga a releer al padre Teilhard de Chardin:
“…… cuando el mal que me deberá disminuir o llevar, me ataque desde fuera o nazca dentro de mí; cuando llegue el momento doloroso en que yo me dé cuenta del hecho de que estoy enfermo o envejecido; y, sobre todo, en ese último momento cuando yo sienta que estoy perdiendo el control de mí mismo, oh Dios, concededme que yo pueda entender que sois Vos quien estáis apartando las fibras de mi ser para penetrar hasta la médula de mi substancia y llevarme dentro de Vos.
“Cuanto más profundo e incurablemente sea el mal que se incruste en mi carne; tanto más seréis Vos a quien yo estaré abrigando……..
“Sois la fuerza irresistible y vivificante, oh Señor. Concededme, por tanto, algo más precioso todavía que la gracia que todos los fieles imploran. No basta que yo muera comulgando. Enseñadme a tratar a mi muerte como a un acto de comunión.
“Te confío, Jesús, mis últimos años activos, mi muerte: que no logren debilitar lo que tanto he deseado completar en Ti, Señor”. (Obra: “Himno del universo”).
……….
Al oído del lector:
En el periódico editado del domingo 9 de septiembre, sección PALABRA & OBRA, en el ensayo sobre William Ospina, de mi autoría, aparece un párrafo, sacado del contexto, para encabezar el escrito, y al cual le pusieron comillas, y como autor a W. Ospina.
ESE PÁRRAFO ES MÍO; es mi personal manera de leer, entender y expresar un doloroso acontecimiento narrado largamente por el autor, en su libro “Guayacanal”. Usted, amigo lector, al leer el ensayo, lo volvió a encontrar con comillas.