En este bosque de emoticones, la comunicación llega a ser apenas un esbozo, un intento, una caricatura
Tal vez al lector le haya sucedido lo mismo en algunas ocasiones: en el uso rutinario de las redes sociales con facilidad caemos en la tentación del uso repetido de un “emoticón”. Alguien nos propone una determinada cuestión, a alguien más, a quien no conocemos o no recordamos, se le ocurre copiar un contenido que describe algo con lo que creemos estar de acuerdo, saludamos a un amigo cercano, en fin... Ante las tres circunstancias anteriores -cada una de ellas con su respectiva historia y posibles explicaciones, todas ellas bien diferentes- respondemos del mismo modo: añadimos la figurita de una mano que saluda, una carita amarilla que se ríe o un dedo pulgar hacia arriba en señal de aprobación, como si despidiéramos a la tripulación que inicia su misión de combate desde la plataforma de un portaaviones. Otras veces, cuando quizás estamos un poco más expresivos, dejamos que la tentación comunicativa nos lleve incluso a digitar un “OK” resaltado dentro de un cuadrito azul. Es que estamos sumergidos en el mundo virtual de los emoticones; en este universo parece suponerse que un lacónico símbolo significa mucho, cuando la realidad es que simplemente, puede no significar nada. O al menos, nada claro.
Van pasando los tedios y las incomprensiones y nos encontramos con la ineludible necesidad de observar un poco más sosegadamente los fenómenos de la comunicación por medios virtuales. Pronto se nos pone en evidencia que de muchas personas, hipotéticamente conocidas, lo único sensato que hemos visto que “escriben” son algunos pulgares levantados cuando algo les parece obvio o amable y por ello, digno de ser compartido. Pero viene un importante impacto cuando de algunos de estos corresponsales por algún motivo nos toca leer la redacción de una frase que abarque dos párrafos, o al menos, unos cuatro o cinco renglones seguidos. Ahí si nos topamos con la realidad, famélica y pobre: la extendida imposibilidad intelectual y lingüística de expresar correctamente una idea. Incoherencias, errores gramaticales y ortográficos, repeticiones, neologismos, lugares comunes, explosiones de emotividad subrayadas por hileras de signos de admiración, o de otros signos que denotan desacuerdo o irascibilidad, en fin. Se escriben cosas con un casi absoluto desdén por el sentido del propio lenguaje escrito: la comunicación.
Entonces, en este bosque de emoticones, la comunicación llega a ser apenas un esbozo, un intento, una caricatura. Es como si fuera una costumbre que muchos a duras penas hubiésemos llegado a obtener una nota mínima para aprobar la asignatura de comunicación escrita en español.
Hay una frase que me ha causado especial espanto en este mundo mediado por las pantallas y teclados en el cual sigo sintiéndome un tanto extraño o incómodo, como en un remoto país. Es cuando de alguien sin rostro, como desde una misteriosa cueva excavada en lo profundo de una selva llena de ruidos misteriosos y amenazantes, provienen, como si fuera una frase, las letras: ¡¡JAJAJAJAJAJA!! Es la voz de un gigante desaforado. Su carcajada siniestra retumba en el bosque, significando algo y a la vez, sin significar nada. Paradojas del mundo de los emoticones. Un mundo de sonidos guturales y de tan profunda incomunicación que alcanza a producir miedo.