Elecciones en la USA
Aunque cuando tomó posesión hace ocho años, Barack Obama parecía más una estrella de la farándula que un político con sobresaliente paso por el senado de los Estados Unidos o un reconocido académico, la verdad es que su elección tampoco fue producto de una aplastante mayoría, como podría pensarse hoy.
Aunque cuando tomó posesión hace ocho años, Barack Obama parecía más una estrella de la farándula que un político con sobresaliente paso por el senado de los Estados Unidos o un reconocido académico, la verdad es que su elección tampoco fue producto de una aplastante mayoría, como podría pensarse hoy. Si bien ganó con cerca del 53 %, el candidato republicano John McCain, tuvo un poco más de 45%, apenas uno o dos puntos más en la diferencia que ahora marcan en las encuestas Hillary Clinton y Donald Trump, de cara a la elección del próximo martes.
Una elección que es distinta de la nuestra, más aún un sistema sin igual en el mundo, difícil de entender. Más allá de lo que marquen los votos populares y las opiniones en la calle, el martes el asunto se definirá en número de colegios electorales. Si no hay un ganador, será la Cámara de Representantes la que determine quién sucederá a Obama. Lo que sí se puede anticipar es que gane quien gane, empezará su trabajo el 20 de enero con muchísima menos popularidad de la que tenía en 2009 el primer presidente negro, cuya imagen se ofrecía en las calle en toda suerte de suvenires y ocupaba todas las portadas y diversas secciones de los medios.
En parte ese entusiasmo reflejaba justamente la idea de participar de un momento histórico, como ocurriría si gana Clinton que sería la primera mujer en ocupar la mítica oficina oval. Pero más allá de celebrar la primera elección de un negro, la emoción colectiva respondía a la personalidad misma de Obama, a su carisma y a un excelente trabajo de marketing político que marcó tendencia en asuntos como el manejo de las redes sociales y la tecnología, la cercanía a la población, especialmente a los jóvenes, y la construcción de una imagen de hombre inteligente, con carácter, pero gentil. Un modelo que no solo ha sido estudiado sino replicado por muchos en diversas geografías (incluida la nuestra), obviamente sin un resultado tan contundente.
A tan pocos días de la elección no es tan raro que esté tan apretada la contienda electoral, según las encuestas. Sin embargo, la incertidumbre es mayor en tanto esos sondeos y los análisis hablan más del hastío que del entusiasmo. La decisión, como suele ocurrir, estará entre la fórmula demócrata y la republicana, aunque en el tarjetón haya más nombres. Pero los demás seguirán siendo actores de reparto y se advierte que un grueso importante de votantes tomará su decisión por lo que considere “menos malo”.
Lo grave es que está en juego más que la política de los Estados Unidos. Como ocurre siempre con el imperio, ellos ejercen su soberanía en todo el planeta, pero nadie más puede elegir quien la dirige. Lo único cierto que tienen todos los imperios es el fin, pero resulta iluso decir que éste lo tenga a la vuelta de la esquina. No será eterno pero es poco probable que su caída sea pronto. Quien gane el martes tendrá entre muchas responsabilidades la de administrar buena parte de lo que pasa en el mundo, que no se decide en el lugar de los acontecimientos. Ella o él, decidirán asuntos que nos interesan más allá de la curiosidad de saber quién gana, o la inquietud de la farándula política con todo lo que tienen de taquillera.
En todo caso habrá estilo distinto y cualquiera de los dos dará de qué hablar. Una característica de este imperio y su sistema democrático es que a pesar de los énfasis de los partidos, ha desarrollado una política externa consistente y muy superior a las disputas domésticas. De manera que tampoco es tan literal aquello de la incertidumbre sobre cómo se utilizarían las claves del arsenal nuclear o cómo se tomarían decisiones en temas de geopolítica gruesa. Allá y en todas las pirámides políticas semejantes, hay decisiones que superan a la persona. De algún modo quien gobierna es gobernado por el sistema, una especie de seguro que nos protege de nosotros mismos. No es lo mismo que gane uno u otro, pero la diferencia tampoco es tan profunda como para preocuparse.