Quizás algunos de los adultos ante hechos como este -animales que dialogan- miran hacia otro lado, sonríen y se dedican a sus cosas
En el mundo de los adultos sucede que muchas personas serias y maduras hacen caso omiso de todo lo que tenga que ver con conversaciones de animales, o incluso, entre animales. Leones, lobos, ratones, garzas, conejos, ranas… en fin, los tienen sin cuidado. Quizás algunos de los adultos ante hechos como este -animales que dialogan- miran hacia otro lado, sonríen y se dedican a sus cosas: a ganar dinero, a comentar sobre los partidos de fútbol –tan infinitamente comentados y repetidos que parece tratarse de solamente un mismo y eterno juego, algo así como “el partido”; para ello muchos se reúnen y se ponen unas uniformes camisetas que simulan ser signo de identidad y norma para todos ver y gesticular ante las imágenes transmitidas universalmente. Creen, racionales y convencidos, que lo que pasa es que los animales no conversan…
En fin: con facilidad se ignora que los animales hablan y dicen cosas muy inteligentes, prácticas muchas de ellas, metafísicas otras. Esopo, Samaniego, Pombo, Lewis Carroll, son autores que han sido inmortalizados por la fluidez intelectual y verbal de sus modestos seres zoológicos dotados de la capacidad de la palabra.
Lo invitamos a leer: Antoine de Saint Expupery
Uno de los grandes metafísicos del siglo XX, regalado por su autor a generaciones de lectores, es el zorro que conversa con el principito. La pluma ágil y virtuosa de Antoine de Saint-Exupéry siempre está pronta a recordar la necesidad de la metafísica. Esto nos toca a todos, muy especialmente cuando la obstinada pasión por lo concreto, lo útil y lo inmediato nos induce a que olvidemos lo esencial, lo verdaderamente importante. Releamos unas clásicas palabras de una de las obras maestras del aviador escritor francés, El Principito, en su capítulo 21:
“Fue entonces que apareció el zorro: -Buen día- dijo el zorro.
-Buen día- respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta pero no vio a nadie.
-Estoy aquí- dijo la voz, bajo el manzano.
-¿Quién eres? Dijo el principito –Eres muy bonito-. Soy un zorro- dijo el zorro.” La conversación continúa, entre amigos. Más adelante viene un punto central:
“-Adiós- dijo el zorro. –Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos- repitió el principito a fin de recordarlo.
–Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante-“
El zorro conversa con el principito. No sólo estamos los lectores ante la realidad humana del diálogo, del encuentro y del intercambio generoso y curioso de ideas. Estamos ante la reafirmación de la necesidad de la metafísica, del sensato afrontamiento de las inquietudes a las que no se puede renunciar, a los porqués más importantes: ¿de dónde donde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿por qué actúo?, ¿cómo debo hacerlo?, ¿qué significan para mí los otros, no son, a fin de cuentas, mis semejantes?
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Ojalá algún lector, lleno de inocencia y de curiosidad, retome sus viejos volúmenes, de una vuelta por la biblioteca vecina, o simplemente, revise en el mundo digital aquellas inolvidables páginas e ilustraciones. Perdimos de este mundo al capitán Saint-Exupéry en una valiente misión de observación aérea el 31 de Julio de 1944. Pero su inteligencia, su genio literario, su fina estética, su amor por la verdad y por la realidad de la metafísica, se mantienen vivos para quien quiera, sencillamente, acercarse a conversar de nuevo con el pequeño zorro del desierto: un zorro metafísico, que además, conversa coherentemente y filosóficamente, enseñándonos algo.