Ojalá cada colombiano, en su inmediato campo de acción e influencia –familia, amigos- se esfuerce por difundir una cultura del voto documentado
Las opciones elegidas por la mayoría numérica en las urnas no necesariamente son las más sabias y prudentes como lo demuestran los recientes y lejanos ejemplos de la historia, tanto la de nuestro país, descaradamente atropellado por el actual régimen sometido al castro-chavismo, como la de tantos países dominados por la bota comunista, de los cuales la vecina isla–prisión es uno de los ejemplos más dolorosos y longevos. Muchos totalitarismos han sido elegidos por mayorías habilidosamente manipuladas y las dictaduras marxistas siempre han presumido de su condición democrática. Bajo aquella falaz y deshumanizada ideología la voluntad de un estado omnipotente aniquila y aplasta al individuo tal como lo relató en el inmortal Archipiélago Gulag Alexander Solzhenitsyn, autor que evidentemente los actuales mamertos colombianos no han leído e insisten en desconocer. Ellos quieren vivir en su fuero íntimo la alucinación del paraíso socialista, olvidando deshonestamente las evidencias de la historia del siglo XX… Múltiples factores hacen parte de las limitaciones y defectos propios del ejercicio de la democracia: educación menos que mediocre, ignorancias selectivas, factores emocionales y sociológicos, ausencia de confianza en el propio sistema, oportunismo. Las pasiones y emociones suelen conducir a generalizaciones que aumentan la confusión.
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En un entorno en el cual “corrupción” es apenas un lugar común, parece innecesario llover sobre mojado repitiendo las usuales quejas. Quizás sea pertinente adicionar esto: injustamente se habla de corrupción generalizando hacia el sector o clase política. Poco se recuerda la corrupción en el sector privado, protagonista también del perverso afán egoísta del enriquecimiento rápido, del ejercicio inclemente e interesado del poder, de la insolidaridad, de la búsqueda servil de la amistad con quien desde el sector público reparte prebendas y favoritismo.
Con la idea de la necesidad de la formación de una conciencia del elector, votaré el próximo 11 de marzo. Para Senado por la valiente y consistente Sofía Gaviria Correa, digna antioqueña quien coherentemente se ha comprometido con la justicia que exigen los colombianos hacia los crímenes de la guerrilla. Naturalmente, al ingresar al puesto de votación solicitaré el tarjetón para la consulta por Colombia y participaré marcando mi opción por el Dr. Alejandro Ordóñez Maldonado. Admiro en este distinguido y esforzado líder su compromiso y fe en las ideas fundamentales: principios, orden, carácter, autoridad. Representa un norte necesario precisamente en momentos en los que por todas partes se hace evidente la fatal consecuencia de la imposición práctica de un relativismo ético que aniquila al ser humano y a la sociedad, al pretender expresar en posiciones falsamente “de centro” la comunísima ausencia de un verdadero sistema de ideas, medio de cultivo para el crecimiento de toda clase de amorfos y parásitos que se cobijan a la sombra de los nombres más conocidos y que mayor propaganda convocan. La ausencia de ideales de derecha se observa en muchos de los participantes de la arena actual disfrazados de “centristas”. Lo que queda de conservatismo parece una caricatura, algo que no guarda ninguna relación con el ideario de Caro y Ospina.
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Ojalá cada colombiano, en su inmediato campo de acción e influencia –familia, amigos- se esfuerce por difundir una cultura del voto documentado, pues el voto es ejercicio de conciencia y responsabilidad. Y la catástrofe de la dictadura comunista no es algo que esté lejos: viene con muchos disfraces y colores -rojos, verdes e incluso azules- y el aliento fétido de su propaganda está sobre la nuca de los colombianos.