La ciudadanía debiera pensar muy bien quién es el candidato que la invita a votar, cuál es su programa, cuáles son los recursos que invierte en las campañas y quiénes son sus patrocinadores y asesores más cercanos.
En medio de los debates, las manifestaciones públicas, el casa a casa, las caminatas callejeras, los medios de comunicación, y -en algunos casos- las exageraciones publicitarias, que hablan de la forma como se han asumido las campañas y hasta de las capacidades económicas de los candidatos, de sus ideas y de sus programas, de sus compañías y alianzas, se mueve el proceso electoral que habrá de renovar los cuadros directivos de los departamentos y municipios de nuestro país. Ello no es caprichoso, así lo ordenan la constitución y las leyes que regulan la administración pública, éste domingo Colombia elegirá los nuevos gobernantes de todos sus entes territoriales; esto es, Municipios y departamentos.
Las comunidades, con un alto grado de escepticismo, por los constantes hechos y noticias que hablan constantemente del incumplimiento y la insatisfacción de las expectativas generadas en cada período electoral y gubernamental, se aprestan a participar en el proceso con la esperanza de que en este cuatrienio sí se cumplan la totalidad de las promesas expuestas y de las muchas expectativas que fundan la creencia de que el futuro sí podrá ser mejor en Colombia.
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A pesar de que las normas que regulan esta práctica permiten –por no decir que exigen- que la escogencia no se haga sobre las personas que aspiran a ser elegidos, sino sobre sus programas, de sus propuestas políticas (voto programático), la mayoría de la gente no examina con claridad dichas propuestas y mucho menos su viabilidad jurídica, económica y social. Casi siempre se acude a otras consideraciones para ejercer el voto.
Según Egon Montecinos Montecinos, catedrático y experto en estos temas de Ciencia Política, el voto programático “es un mecanismo de democracia participativa por medio del cual los electores ordenan al elegido el deber de cumplir estrictamente el plan de trabajo propuesto e inscrito como tal ante las autoridades electorales”. El voto es -ni más ni menos- el otorgamiento de unos compromisos que –en estricto derecho- no se podrían desconocer por parte de quien resulta finalmente escogido para ejercer dicho mandato ciudadano. Pero, infortunadamente en la actualidad las cosas todavía no han podido ser así, pues la comunidad y, de manera muy especial, los ciudadanos, no hemos entendido el gran poder que se tiene con el derecho a ejercer el sufragio bajo el imperio de estas condiciones. La gente no ha aprendido -o no ha querido- entronizar en nuestro sistema cultural y político éstas importantes herramientas jurídicas, para hacer respetar de la clase dirigente y gobernante sus anhelos y más sentidas necesidades.
Casi siempre el ejercicio gubernamental se realiza o ejecuta al vaivén y capricho de los dirigentes de turno, tornándose en no pocas ocasiones en “carruseles de contratación y clientelismo”, para repartirse el poder y el erario público entre quienes han financiado las campañas o hacen parte del “harem electoral” o grupúsculo de “amigos” que rodean al gobernante escogido, para ser beneficiados con todo tipo de dádivas y privilegios, muchos de ellos pensando en la posibilidad de mantenerse en tal condición, para -en el próximo periodo- poder seguir disfrutando todos estos beneficios y prerrogativas.
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Por eso es que la lapidaria frase que afirma que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, sigue cobrando gran valor e incuestionable vigencia, la ciudadanía debería pensar muy bien en quién es el candidato que la invita a votar, cuáles son los recursos que invierte en las campañas y quiénes son sus patrocinadores y asesores más cercanos, cuáles son sus reales y efectivas capacidades para materializar eficazmente los proyectos que expone en sus actividades proselitistas y de campaña y el compromiso que en verdad puede asumir con dichos planes. Pero, lamentablemente no es así, nuestro país es envuelto -campaña tras campaña- en todo tipo de artificios y argucias para hacer que los incautos electores voten movidos muchas veces por la pasión, la amistad, la promesa infundada e irrealizable, por el desconocimiento e incomprensión de los procesos, candidatos y propuestas, y son increíbles los improvisados artilugios que algunos despliegan para hacer caer a los incautos que no saben aún la importancia que tiene aprender a elegir bien, para evitar futuras frustraciones y los desengaños a los que ya nos tienen acostumbrados algunos de los gobernantes que por medio de estos sortilegios y encantos, logran cautivar el alma y el voto de los esperanzados ciudadanos que -elección tras elección- creen haber encontrado el definitivo camino para salir de la agobiante pobreza y subdesarrollo que –en muchos campos y temas- azotan a la mayoría de nuestros territorios.