Las violencias contra las empleadas domésticas demandan rápida atención, porque las necesidades de unos no pueden ser fortalezas para otros.
Con apenas 11 años de edad vivió el más duro despertar a la vida. Abusada, maltratada, amenazada y después desplazada. La sucesión de desgracias que le tocó vivir y superar tras esa horrible noche en que un guerrillero decidió irrumpir en su habitación para someterla.
La oscuridad y la soledad alrededor de la casa de los Perea Mosquera, en zona rural del municipio de Riosucio, Chocó, facilitaron la infamia del que nunca dio la cara. Asustada y avergonzada decidió contarle a su mamá, doña María Ricardina, pero antes que un consuelo ese fue el comienzo de la mayor tragedia.
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Armada de valor doña Ricardina fue al día siguiente al campamento guerrillero, ahí en las afueras del caserío, donde enfrentó a los comandantes por permitir y ocultar semejante crueldad. Meses después, recuerda con voz temblorosa, “las balas asesinas silenciaron a mi mamá para siempre en un ataque que dejó otras dos víctimas fatales y varios heridos, lo que provocó un desplazamiento masivo de toda la comunidad”.
Entonces la aún niña Yolanda Perea Mosquera se embarcó en una expedición hacia el Urabá antioqueño y se instaló en Apartadó, donde conoció la otra cara del infortunio: la discriminación. Allí vivió con amargura su primera experiencia como trabajadora doméstica, porque cierto día “después de preparar el almuerzo que me habían encargado, comieron los anfitriones mientras yo lavaba un cesto de ropa y la señora de la casa decidió guardar el resto sin que yo probara alimento. Al borde del desfallecimiento por el hambre que tenía saqué de la basura unos plátanos que ella me había mandado a botar y eso fue lo que comí antes de regresar a pie a la casa porque no tenía pasaje”.
Son situaciones que se superan, dice Yolanda, pero el recuerdo de esos días estará por siempre: “El horror del abuso, la muerte de mamá, la discriminación y la humillación por un plato de comida que yo misma había preparado, son cosas que no se entienden”, repite recordando que en esos momentos, ante tanta adversidad, aquella jovencita pensaba incluso enrolarse en las filas de aquel grupo guerrillero vecino de su aldea para buscar y vengarse del abusador.
“Pero la vida es linda y mi Dios sabe cómo hace las cosas. Entendí que esa no era la solución, que yo no había nacido para hacerle daño a nadie”, y entonces más bien emprendió el camino de la reparación y reconstrucción de su vida.
Pasaron los años, volvió al caserío, enfrentó acosos y amenazas y al final, en 2011, decidió instalarse definitivamente en Medellín, donde hoy da gracias por la familia y el trabajo que encontró después de tanta calamidad, lo que le ha permitido levantar sus dos hijos, estudiar y superarse, hasta ser parte hoy de la Mesa de Víctimas que construye política pública para la atención de personas que como ella, han sufrido el horror de la violencia y la discriminación.
Sin protección
Pero esa, por muy dolorosa que sea, es apenas una historia entre las miles que cuentan las trabajadoras domésticas.
“Ese es el reflejo de la condición de vulnerabilidad y sometimiento a que están expuestas la gran mayoría de las mujeres desplazadas, con poca formación educativa, muchas veces violentadas y con baja autoestima, que llegan a las grandes ciudades desde cualquier rincón olvidado del país en busca de una oportunidad laboral, que sólo les llega en un hogar ajeno”, cuenta Claribed Palacios García, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afro del Servicio Doméstico -Utrasd-, el sindicato que hoy reúne en Medellín y Antioquia a 450 de las 730.000 mujeres dedicadas a este oficio en todo el país.
“La violencia no es sólo física o sexual, que tal vez son las formas menos usuales porque dejan huellas. La violencia psicológica y verbal, la discriminación y el acoso laboral son preocupantes, nueve de cada diez mujeres que conocemos o abordamos dicen sentir una de esas formas de violencia. Es una problemática que se tiene hoy porque no hay una protección eficaz, porque se trabaja mucho desde la norma, pero lo más normal es que la gente se salte esa norma del respeto y el buen trato por el otro. Y en el caso de las trabajadoras domésticas empieza por el encierro, aislada durante toda la semana porque las otras personas casi siempre son familia o muy cercanas, y nunca va a salir una de esas personas a contar lo que verdaderamente pasó en determinada situación, es una clara posición de desventaja para nosotras”, precisa Claribed a manera de conclusión del último foro que se realizó sobre el tema: Violencia y acoso en el lugar de trabajo. “Lo peor, señala, es que es una situación generalizada y que incluso podría asegurarse es mucho mayor de lo que se conoce, por el subregistro de estos episodios, porque en muchos pueblos pequeños no se censan esas mujeres, algunas se ocultan en otras labores o no se dejan visibilizar porque se avergüenzan por su trabajo, y aguantan cualquier maltrato por no mostrarse”.
“Tenemos compañeras incluso que han tenido hijos de sus empleadores, casos muy dramáticos, tristes, pero son parte de la realidad que suceden en el trabajo doméstico. Eso no quiere decir que todas las empleadas son buenas y que todos los empleadores son malos, pero sí hay una gran parte de ellos que vulnera los derechos de las trabajadoras”, insiste la dirigente sindical.
Y a todo eso se suma la informalidad, otro factor que atenta contra los derechos de las trabajadoras domésticas: “Les pagan por debajo del salario mínimo, los horarios son extensos, no les reconocen derechos a primas, liquidaciones y vacaciones”.
De hecho, mal censadas se cuentan 730.000 empleadas en todo el país y, según cifras oficiales, sólo 103.000 están formalizadas, aunque Utrasd cuestiona ese número “porque el trabajo doméstico cobija también a los mayordomos, porteros, choferes, jardineros, entonces en realidad no se sabe de esa cifra cuántas son realmente trabajadoras domésticas”.
Trabajo de pedagogía
“Es muy triste ver que a la empleada doméstica se le ve como un objeto, como una cosa de la que se puede prescindir en cualquier momento, precisamente por esa condición de vulnerabilidad y dependencia económica que la somete y le da licencia a ciertas personas de llegar a esos extremos de maltrato”, explica Claribed.
Por eso nació Utrasd, que junto a otras agremiaciones en Colombia trabaja en pedagogía capacitando y estimulando a estas mujeres para que se reconozcan, se valoren y defiendan sus derechos, que no porque se tenga una relación laboral y se dependa de un sueldo se permitan todo tipo de ultrajes y vejámenes.
“Existe un temor muy grande para enfrentar y denunciar estas situaciones, aún no hay conciencia para vencer ese tipo de miedos que son normales, por lo que la realidad es mucho más difícil”, relata Claribed, recordando que ella sufrió “en carne propia el acoso sexual y la discriminación étnico-racial, por ser mujer, por ser mujer inmigrante, por ser trabajadora doméstica, y cuando eso se junta se llega a sentir que la vida es una mierda. Mis primeros años en este oficio fueron una cosa desastrosa, a uno le hacen sentir que uno no vale nada, que uno es una cosa. Recuerdo que una empleadora me decía que yo tenía que correr las parrillas calientes con las manos, sin trapo, porque los negros somos muy fuertes y no sentimos dolor”.
Por eso hoy seguimos de pie, asegura, “trabajando y despertando conciencia para que día a día la relación sea mejor, no de amigos ni de intimidades, pero sí de respeto, porque si el empleador ocupa a una persona en su casa es porque la necesita, y la trabajadora acude porque también necesita el salario”, dos necesidades distintas que requieren del respeto y el buen trato para que no se conviertan en desdichas.
Demanda de inconstitucionalidad
Utrasd se plantea para el mes de noviembre presentar ante la Corte una demanda de inconstitucionalidad contra la ley que establece 10 horas de trabajo diario para las empleadas domésticas internas.
Un hecho que se considera discriminatorio frente a los demás trabajadores, “porque el resto de los mortales trabaja ocho horas diarias. Además, esas 10 horas se convierten en 12, 13 y más, por la misma relación, porque como la empleada está ahí todo el tiempo, algunos empleadores sienten que tienen derecho a dar órdenes todo el día”, manifiesta Claribed Palacios García.
Y pone como ejemplo la situación que vivió cuando recién comenzaba en estas labores: “Me levantada a las 5 de la mañana para despachar a los muchachos de la casa y muchas veces llegaban a las 11 de la noche a buscar comida, entonces me tenía que levantar a servirles, después de haber trabajado derecho hasta las 7 de la noche. Al final el reclamo me costó el puesto”.
“Es que no son solo las violencias, son también las leyes que no tienen perspectiva de género y mucho menos enfoque de trabajo doméstico”, declara Claribed, “por eso queremos que nos escuchen, porque lo único que pedimos es que esta sea una relación laboral con dignidad, basada en el respeto y el buen trato”.