Es como si todos estuvieran participando en una obra de teatro de Darío Fo.
Fue hace muchos, muchos años. Nos habíamos tomado la universidad y ahí, en el campus, desperdigados por grupos, los muchachos hacíamos vigilia en la noche alrededor de una fogata, contando historias, cantando.
El recuerdo es vago. Alguien habló de una práctica que habían adoptado estudiantes de arte de sectores de clase alta en París, cuando el movimiento de mayo del 68. Consistía en irse a las salidas de las fábricas y parquear los carros lujosos de sus papás, acompañados de sus más bellas amigas y mientras se bañaban en champaña y besaban lujuriosamente a las muchachas, soltaban arengas insultantes a los obreros gritándoles que la vida que vivían era producto de su ignorancia. Se trataba de sketches teatrales. Cuando los trabajadores se enfurecían y empezaban a tirarles piedras, huían divertidos con la certeza de haber contribuido a que el proletariado acrecentara “su conciencia de clase”.
Hago una asociación que me conduce a la actualidad nacional. Todo en el escenario es tan absurdo, tan excesivo y patético, que pareciera tratarse de un montaje teatral.
El reciente debate en el Senado sobre el ya innegable contubernio del fiscal general de la Nación con el grupo Aval, los partidos Liberal y Conservador, el Centro Democrático, Cambio Radical, el presidente Duque, los expresidentes Uribe, Santos, Pastrana, Gaviria, en torno no sólo al deplorable y oscuro espectáculo de Odebrecht, sino con todo lo que tiene que ver con el saqueo de los recursos públicos, los carteles de la contratación y la desmesura de las cifras que se roban, ese debate -digo- se asemeja el sketch de los estudiantes de París. Pareciera una provocación premeditada.
Y vayamos un poco más atrás. Todos a una defendiendo al ministro Carrasquilla no obstante la evidencia de que terminó esquilmando a los municipios más pobres del país con sus bonos miserables.
Y mire usted la intervención de un senador ebrio que a nombre de Cambio Radical defendía al fiscal mientras trastabillaba y decía sandeces. Y la manera como cortan intempestivamente las intervenciones de los que denuncian, y el silencio cómplice de los medios, y la tergiversación de las noticias, y el manido argumento de la conspiración, y la insistencia en que aquí no ha pasado nada, y que las enormes movilizaciones de los estudiantes, de los obreros y de los campesinos y de los camioneros no existen, y que les callamos la boca, que no nos vamos a dejar amedrentar, que respeten la institucionalidad carajo y que no admitimos ningún brote de violencia y que los tenemos a raya y que la mano dura y, de paso, el señor Duque que decididamente no tiene el más mínimo sentido de las proporciones, mandándole decir a cuanto artista extranjero llega al país, que por favor le regale una guitarra autografiada. Es como si todos estuvieran participando en una obra de teatro de Darío Fo.
Y con semejante puesta en escena, están convencidos de que aquí no está pasando nada y que todo lo tienen bajo control. Se levantan en la mañana, leen los editoriales del periódico El Tiempo (que transita por un mundo paralelo y no parece ser un diario de este país) y, como allí no encuentran nada que les angustie, asumen que todo está marchando bien.
Esa es la buena noticia: Asumen que aquí n o e s t á p a s a n d o n a d a. Asumen que las viejas prácticas aprendidas desde las épocas del Frente Nacional siguen vigentes, que son indestronables, inmunes, indestructibles… la misma ceguera que acompañó al viejo Imperio Romano, a los Habsburgo, al Nacional Socialismo, a Berlusconi, a Fujimori.
Esa ceguera, se lo digo con toda sinceridad, es altamente conveniente…