El secuestro de Borge, la novela del conflicto

Autor: Dirección
3 octubre de 2017 - 12:00 AM

El filósofo y escritor Alfonso Monsalve Solórzano comparte dos capítulos de su novela El secuestro de Borge, reconocido proyecto que relata el conflicto armado con las Farc.

Medellín

Entrada cuatro

Recordando a Arturo Cova

El tiempo transcurre lentamente. Los días son largos, humillantes, a veces tediosos, en ocasiones desesperantes, y siempre terribles. La muerte está todo el tiempo ahí, en la amenaza constante, en la enfermedad tropical, en los aviones y helicópteros. Nadie sabe de verdad qué hay más allá de la muerte. Y aunque existe la historia y algunos que la leen, muchos no saben lo que ocurre cuando una sociedad se desploma, sacrificada por los balazos de sus enemigos. Las noticias —que nos dejan escuchar cuando se les da la gana a los comandantes— se pegan a mis oídos envueltas en el negro de la noche. Hablan de mi secuestro. Las Farc lo reivindicaron, pero no dicen en la noticia si es extorsivo o político, aunque ya sé que se trata de este último porque si no, no estaría aquí, y porque soy una persona de clase media que no tiene más bienes que un apartamento y un carro y cuyos ingresos son los de un profesor universitario, como ellos deben saber muy bien. La incertidumbre y la angustia no me dejan.

Al otro lado de la frontera la gente se hace matar por rechazar lo que aquí nos quieren imponer. Ya el dictador ha asesinado venezolanos porque buscan la libertad que muchos no conocen, pues nacieron o crecieron bajo un régimen tiránico, y otros la añoran, quizá con la culpa de permitir que el paracaidista paracayera y se tomara el Estado. Todos, con la fuerza del hambre y la represión.

Recuerdo mi biblioteca, con los libros que amo y con los que detesto. Afuera, el día se percibe brumoso, y me doy cuenta de que en esto se parece a Bogotá, donde ya casi nunca hay cielo azul, cubierta como está, en muchas ocasiones, de nubes metidas en medio de la Sabana, provenientes, la mayor parte de las veces, de los cerros del Oriente; pero, claro, hasta ahí llega la comparación. Aquí, en efecto, hay el calor húmedo, persistente y pegajoso de la selva, que hace sudar de día y de noche, que lo acorrala a uno con mosquitos, zancudos y toda clase de bichos; ese calor que embota los sentidos, con la tortura del sonido lejano, que en otras circunstancias sería grato, de un río al cual ni siquiera puedo acercarme a refrescar mi piel.

Por aquí debió pasar Arturo Cova cuando se lo tragó la manigua, laberinto verde donde todo es igual, el grito de un guerrillero, el llanto de una secuestrada, el canto de unos pájaros, el sonido de un disparo, el ruido de un helicóptero, el olor de los árboles y hasta los ríos, porque en este lugar el tiempo está detenido. Al menos así lo advierto ahora, con mis sentidos embrutecidos por la monotonía y la violencia, que hacen del tiempo sicológico un evento que discurre circular: pasan los días y todo permanece igual, y cuando se rompe la monotonía del no hacer nada y el estar castigado, pronto se desvanece y el sopor es idéntico a la muerte.

Si todo se repite, si nada fluye, si la desesperanza y el desasosiego son los otros lazos que nos atan, si la familia es un recuerdo que apenas me mantiene, entonces el verde de los árboles, el olor de las flores, el río que suena lejano, no existen realmente. Aquí solo hay un desierto verde. Y tal vez ni desierto haya. Arturo Cova me llama, él sabe de esto, pero no lo encuentro.

Entrada veintisiete

Seguir o no seguir

Le comuniqué a Méndez la determinación de permitir que Rendón siguiese en la tertulia:

—Expulsarlo podría tener un efecto negativo con algunos de los asistentes, por ejemplo, Jaramillo y Luigi, que podrían ver en la medida una retaliación por sus críticas, una muestra de intolerancia hacia un compañero de desgracia por el solo hecho de pensar distinto. Pero no significa que yo no esté preocupado, y de continuar comportándose como lo ha venido haciendo, tendríamos que proceder con firmeza, excluyéndolo de nuestra actividad.

Méndez no quedó convencido, pero aceptó mi planteamiento, de manera que el asunto Rendón quedó abierto. Ahora lo que se imponía era continuar la tertulia, así fuera únicamente para medir los ánimos de los participantes. Pues la verdad era que, si no había verdadero interés, tendría con dolor que darla por terminada. Reunidos, procedía preguntarles qué deberíamos hacer con las reuniones.

—Sigamos —propuso Constanza—, la convivencia se está deteriorando a pasos agigantados y hay que rescatarla, por nuestro propio bien.

Los demás asistieron, comenzando por Rendón. Fue emocionante escuchar a la mujer porque casi nunca había intervenido, pero acababa ahora de mostrar su gran ecuanimidad y conocimiento del grupo. Hubo un respiro de alivio. No quedaba más que reanudar.

—Continuemos con el relato, entonces. Pero centrándonos en la historia, si les parece bien —propuse, aliviado.

“En 1949 arreciaban los enfrentamientos en los campos. El Partido Comunista de Colombia entró en la clandestinidad, y en la zona agraria del Páramo de Sumapaz, entre otros lugares, creó un grupo armado, equivocadamente llamado de autodefensa, al mando de Juan de la Cruz Varela, miembro del Comité Central del PCC. Y como todos saben, Laureano Gómez ganó las elecciones de 1950 e invitó a los liberales a hacer parte de su gobierno cuando tomó posesión, pero Eduardo Santos y Carlos Lleras rechazaron el ofrecimiento. ¿Por qué no aceptaron? me pregunto ¿Tiene que ver con las constantes históricas que mencionamos en estos días? Concluyan ustedes mismos.

Ahora bien, ese presidente era afín a la Falange Española y partidario de Alemania durante la Segunda Guerra, por lo que los norteamericanos no le tenían confianza; pero como primer mandatario tuvo claro que estaba en medio de una clara confrontación internacional y tomó la decisión de enviar tropas a Corea, a luchar contra los comunistas bajo la bandera de las Naciones Unidas, lideradas por Estados Unidos”.

— ¿Y eso cómo influía en la postura sobre el PCC? Porque allá va a llegar, ¿no es cierto? —preguntó Jaramillo con picardía.

—Yo diría que se estaban preparando para la guerra, en el marco de las órdenes de Moscú — propuse, consciente de que echaba sal a las heridas, pero que se narraba la historia como uno pensaba que era, o callaba.

No había terminado la frase cuando ya Rendón comenzaba a protestar.

—Ya sé que no debo salirme de casillas, pero es que usted vuelve y juega; ¿por qué equivocadamente, si eran atacados por las fuerzas del gobierno?

—Esa gente que secuestraba y extorsionaba —le replico.

— ¡No caricaturice la lucha popular de un líder agrario! —Hizo amago de levantarse; sin embargo, lo pensó mejor y decidió seguir escuchando. Pero yo, a estas alturas, ya no daba un peso por que estuviese calmado en el desarrollo de la discusión. ¡Qué karma!, como diría mi señora.

Entonces, Méndez aprovechó para hablar:

—En los cursos de formación par altos oficiales se discute el tema de los alcances políticos de la protesta popular, cuando es legítima. Y cuando no lo es.

—Lo que significa que no sirve lo que le enseñaron —anotó Rendón— desafiante y frustrado por no haber podido refutarme.

Su afirmación cayó como un baldado de agua fría. Era una descalificación personal. ¿Qué hacer?

— ¿Por qué? ¿Ya sabe usted lo que allí se piensa al respecto? —le preguntó el coronel.

— ¡Pues claro! No hay necesidad de oírlo ahora. Es la repetición de la bazofia de los gringos.

—Nadie le está pidiendo que la escuche —contestó el capitán Bermudo, alzando la voz—, puede irse, si quiere, con su porquería cizañera.

­— ¿No que son pluralistas? —nos retó, burlón, el diputado.

—Pero, ¿quiere que el coronel nos exponga lo que le enseñaron, o no? Óigalo para que lo pueda refutar o váyase— el capitán se le encara.

Ante otro silencio indescifrable de Rendón, de quien estoy comenzando a sospechar que tiene, además, un desequilibrio mental, y la cara de pocos amigos de Bermudo, Méndez retoma la palabra.

—La consigna que manejaba el movimiento comunista internacional, que respondía a la Unión Soviética, y por tanto el PCC en 1949, es que los norteamericanos estaban preparando la Tercera Guerra Mundial. La Guerra de Corea era inminente porque las tropas comunistas avanzaban desde el norte, con participación china y la ayuda soviética, con el objeto de tomarse la península completa, que había sido dividida en dos partes: una procomunista, en el norte, y otra, en el sur ésta con el apoyo de los Estados Unidos, luego de la derrota del Japón, que fue la potencia colonial en ese país. Como había resistencia en el sur, y era inminente que las Naciones Unidas intervendrían, los soviéticos y sus partidos estaban haciendo ese tipo de propaganda. La de Corea fue una de las primeras acciones de la Guerra Fría en la periferia.

—Hay una cosa que francamente me molesta de su punto de vista —anotó Rendón—, pero claro, no se puede esperar más de un policía educado con las consignas de Washington. Usted habla como si Estados Unidos fuera la encarnación del bien, y la Urss, la del mal. ¿Por qué no dice que ese país ha sido genocida y un criminal de guerra? ¿O qué piensa de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, o de la invasión a Vietnam, o de sus andadas en Centroamérica?

El coronel hace acopio de serenidad. Respira y distiende sus músculos. No se dejará incitar.

—Lo de las dos ciudades japonesas fue un típico crimen de lesa humanidad de parte del gobierno de los Estados Unidos —le manifiesta con voz tranquila—. Descargar bombas de destrucción masiva en ciudades repletas de civiles, pudiendo utilizar otros métodos de disuasión y argumentando que al hacerlo salvarían vidas estadounidenses, es absolutamente repudiable. Y no se le olvide citar los crímenes atroces que cometió bombardeando las ciudades alemanas hasta su destrucción total, alegando que allí había fábricas de armas; eso también es completamente inaceptable. De hecho, deberían pedir perdón a los habitantes de esos dos países. Y antes de que usted lo señale, también ha sido criminal imponer y apoyar dictadores en Centroamérica, además, armados por los propios Estados Unidos para contener a la Unión Soviética; ese es un episodio muy obscuro y condenable. Y aunque no lo ha preguntado, es inadmisible que hayan utilizado armas no convencionales en Vietnam, en Laos y en Camboya, en el que ha sido el episodio más publicitado de la Guerra Fría, la guerra en el Sudeste Asiático.

—Pero eso sí, se arrogó el derecho a juzgar a los alemanes por delitos contra la humanidad —apunta Jaramillo, con sorna.

—Sí, coincido con usted en que en estos temas hay una doble moral en Estados Unidos y Europa Occidental; dicho eso ¿entonces —y se dirige a Rendón— usted está de acuerdo con el exterminio nazi? No creo. El Juicio de Nuremberg abrió las puertas al moderno derecho internacional humanitario. Que los Estados Unidos hayan cometido crímenes de guerra y lesa humanidad no significa que cuando ganaron la guerra no pudieran juzgar a los criminales nazis, precedente que condujo a que se abriera la puerta que lleva hasta el Tribunal de Roma. Y como todo hay que decirlo, a propósito de su pregunta y para que seamos justos, usted no puede dejar de denunciar que el ejército comunista de Vietnam del Norte ha realizado innumerables crímenes similares; ni los horrores del Khmer Rojo en Camboya, que cometió genocidio con la tercera parte de la población de ese país, ni pase por alto el terror que causaron los soviéticos en Afganistán, ni los veinte millones de muertos que produjo el régimen estalinista.

Buen argumentador este coronel, pienso; pero debí reconocer, otra vez, con cierta admiración, que Rendón no lo hace nada mal. Recordé a Popper cuando afirma que la mejor defensa de una tesis es aquella que puede superar los mejores intentos de refutación de los oponentes. Pero estoy convencido de que, a pesar de lo bien que lo hace, llegará el momento en que Rendón se quedará sin argumentos fuertes. Entonces recurrirá otra vez al insulto personal como una manera de sacarnos de casillas y hacernos cometer errores. Yo, en cualquier caso, estoy sicológicamente preparado después de todo este tiempo y hasta he recordado la estratagema treinta y ocho de Schopenhauer[1]. Estoy más listo que nunca para resistir los argumentos contra persona. Esperemos que Méndez también. Si al diputado no le funciona su estrategia, quien perderá los estribos será él.

Como si Méndez hubiese leído mis pensamientos, enfrentó a su oponente con nuevos argumentos:

—Diputado Rendón: usted se separó del tema que discutimos. Estamos hablando sobre Colombia, de manera que no me haga preguntas que puedan extraviar el centro de nuestro diálogo, por favor. Al finalizar la Segunda Guerra, el Partido Comunista de Colombia retornó al redil ideológico luego de una “desviación” y volvió a seguir las orientaciones de Moscú, que en ese momento buscaba la manera de aliviar la presión en el Lejano Oriente y el pulso que libraba en el Oriente Cercano. ¡Y qué mejor que el Canal de Panamá, un objetivo estratégico, luego de las escaramuzas por el canal egipcio! Y precisamente por la vecindad colombiana con el canal y por ser la entrada a Suramérica, el país era también un objetivo de primer orden de la Unión Soviética en su plan de cercar a los Estados Unidos en Latinoamérica. Y su herramienta principal era ese partido. Es este entorno el que explica la oposición de éste a la participación de Colombia en la guerra de Corea, alegando, igual que la URSS y China, que era una agresión del imperialismo yanqui.

Se detuvo teatralmente, tomó un poco de agua y remató:

—Perdónenme el atrevimiento. Gracias por escucharme. Muchas gracias, de verdad.

Los militares y policías que asistían estaban orgullosos. Jaramillo, en cambio, se moría por intervenir. Al fin y al cabo, ese era el campo de su experticia (aunque lo hubiese negado antes), pero era evidente que no conocía lo suficiente de la historia del PCC como para intentar refutar al coronel. No obstante, era bueno que expusiese alguna tesis, porque entre más participaran los contertulios, más se captaría la atención del auditorio, y se neutralizaría la intención de Rendón de acabar con la tertulia, además de que existía la posibilidad de aprender algo nuevo. Por eso lo invité a que cerrara la sesión:

—Tengo poco que añadir. La Guerra de Corea fue una experiencia militar para nuestro ejército. Y una escuela de contrainsurgencia, si entienden lo que quiero decir.

Todo el mundo lo entendió. Sólo que había dos posiciones al respecto y nadie estaba interesado en abrir ese frente de discusión en ese momento. Ni siquiera Rendón.

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