Se ha desvirtuado ahora todo irremediablemente. Son Las Delicias del Jardín del Control, Orwell replicando al Bosco. Ya no serás libre ni cuando vas al baño.
La adopción de la tarjeta integral de identidad hizo que estallara cerril la protesta juvenil en mi universidad. Y no fue tan ciega. Los maestros les explicamos que con sus teléfonos celulares estaban ya sometidos a control y les valió poco el argumento. Años después uno tiene que reconocer que los caminos del control son ambivalentes, como el rostro de Jano. Autoridades convencen a los salubristas de las bondades de un chip que manda información sobre hábitos alimenticios, costumbres del sueño, signos vitales y caprichos del Eros. Así planearán mejor las inversiones, es más sabio invertir en prevención que en complejos puentes para arterias. En esto del yantar es mejor cerrar el pico que ir al quirófano. Es la misma “sapiencia” del dictador de república bananera que ha sometido al hambre a su pueblo y sabe que ese ayuno repercute en una disminución de la consulta médica. Pero no nos engaña ese razonamiento que también, ante la falta de papel higiénico, celebró su carencia afirmando que se comía más y mejor. Y sí son las razones del dictador las que están en juego en este tema.
Chips se están implantando y se pueden justificar desde la planificación de las cosechas, los almacenamientos, las abundancias y las carencias, tal como pide el ministro de agricultura, que asociado al de salud, celebra los chips subcutáneos que ahora le proporcionarán también al señor de la guerra datos para someter, sobre todo la desobediencia juvenil, y más si permanece en la mente de los viejos que nos revelamos ante la medicina venenosa que las transnacionales han impuesto en el planeta.
Ya los profetas del control, como Stanislaw Lem en su Congreso de futurología o el lúcido Ignacio Witkiewicz, en su espléndida novela Insaciabilidad, habían anticipado el doble rostro en las sociedades del control. “Es por su bien, hijito, y déjese poner la inyección que así no tendrá fiebres ni rojas ni amarillas”. Pero ellos, los controladores extremos, hieren nuestro coco, se quieren introducir en él para que no deseemos el fruto prohibido, para que aceptemos la orden del gran hermano, para que cedamos el último reducto de nuestra libertad, el fuero interno, espacio desde el cual podemos decir que no o sí. Y su razón tenían los cerriles cuando se oponían a la clasificación, al enfilamiento. Y ese es el doble rostro de Jano. Y es que uno con el cerebro diestro ya sabe para dónde va el siniestro, uno que ha sido evasor de su propio sueño y lo llena con labores ingratas, dictados, memoriales, oficios, toda esa cartografía destructiva que el poder confunde con la Tierra.
La cosa va en serio, los que tienen la información ahora son los dueños del poder económico y ya están planeando cómo nos van a vender unas vacaciones en un crucero, muy parecido a la barca de locos, no hambrientos, sí llenos de detritus procesados y que parezcan caviar y queso azul. Y a su modo el turismo se ha vuelto una pesadilla y las hermosas ciudades del planeta son ahora recorridas por huestes destructivas, que se montan en aviones enormes que sólo dan espacio para la mitad de la rótula y un codo.
Se ha desvirtuado ahora todo irremediablemente. Son Las Delicias del Jardín del Control, Orwell replicando al Bosco. Ya no serás libre ni cuando vas al baño. La composición química de tus flatulencias la estará recibiendo como información clasificada el ministro de agricultura, quién da orden a los agricultores, estos a los ganaderos y los porqueros saben que deben coordinar pues si la temporada es de patos, sus cerdos no van, para seguir con este ciclo infernal; nos dicen que es la felicidad y que nunca antes la humanidad estuvo tan bien. Y a esto hemos llegado y no se le ve el final a la película pues la inteligencia se ha vuelto torpe y anda escudriñando en los rincones de la mente cómo nos pone a parir monos, a engordar ácaros, a encender los montes y terminar así con el último vestigio de la vida en la tierra.